Viernes, 19 de marzo de 2010 | Hoy
A diez años de su fundación, El Bachín Teatro pone en escena una nueva, movilizadora y emocionante obra que reaviva los sueños de la Segunda República Española. Sus jóvenes integrantes reflexionan sobre cómo se hace para consolidar un estilo en la escena porteña, mientras preparan una nueva pieza sobre Mariano Moreno.
Por Moira Soto
Pese a la traición y a la derrota, a la represión brutal del franquismo que incluyó cárcel, tortura y muerte en grandísima escala, al penoso exilio de miles de republicanos, el espíritu de la Segunda República Española no fue aniquilado. Sobrevivió replegado durante 40 años durante la dictadura, fue transmitido por quienes emigraron hacia otros países, se convirtió en referencia para progresistas de cualquier latitud. Y actualmente reverdece y se actualiza en una poética y reconfortante obra que está ofreciendo El Bachín, un grupo joven que este 2010 cumple 10 años de compromiso con un teatro que, apropiándose con acentos latinoamericanos de los lineamientos brechtianos, no le teme a la toma de posición política, a la transmisión de ideas y conocimientos, a la declaración de principios humanísticos a través de la expresión artística. “Deberemos resistir, prometemos resistir, ay Carmela”, como alienta la canción que entonaban valientemente milicianos y milicianas de la zona de Teruel, el último bastión en caer frente a la insurgencia franquista... Teruel y la continuidad del sueño es precisamente el nombre de esta pieza.
Manuel Santos Iñurrieta (de Mar del Plata), Julieta Grinspan (Córdoba), Marcos Peruyero (Pehuajó) y Carolina Guevara (Tres Arroyos) integran El Bachín Teatro y rondan los 30. Se conocieron y se hicieron muy amigos en la Escuela Nacional de Arte Dramático, en 1999. “Al año siguiente decidimos empezar a ensayar algo, hicimos algunas lecturas hasta que apareció Manuel y dijo: ‘Yo tengo algo escrito, a ver si les gusta’. Nos trajo El apoteósico final organizado que, dirigida por el autor, fue la primera obra que hicimos”, recuerda Grinspan. “Todavía seguíamos en la Escuela, aunque no estábamos muy a gusto. Hasta que un día fuimos saliendo del aula, llegamos al barcito de la vuelta y nunca más volvimos.”
“Todavía no pensábamos en hacer teatro épico”, dice Guevara. “Pero sí sabíamos que nuestra vocación era muy fuerte, teníamos muchas ganas, ideas afines y 19 años. También sabíamos que queríamos trabajar en grupo. Nos queríamos, nos poníamos el hombro. Si uno se enfermaba, el otro iba a la casa a cuidarlo, nos prestábamos plata para el bondi, compartíamos fideos cuando no había otra cosa. Todos nos formamos dentro de El Bachín, luego cada cual hizo seminarios y talleres por su cuenta, siempre con ánimo de sumar.”
Carolina Guevara: –Creo que una de las claves tiene que ver con que no salimos del ala de ningún maestro. Para bien o para mal, nos hicimos a nosotros mismos. Entonces esto de que no te reconozcan como “el pollo de” impuso la necesidad de darle forma a una identidad propia al grupo, de buscar el lenguaje que nos expresara. Apareció la idea del teatro brechtiano, que tuvo que ver con el estudio que estaban haciendo Julieta y Manuel en ese momento. Diría que tener al dramaturgo en el interior del grupo es más del 50 por ciento del sostén. Poder compartir como actriz, como actor, lo que ese tipo está escribiendo, que se trate de cosas que todos suscribimos, y que él a la vez esté pensando en cada uno como intérprete, contribuye mucho a que la permanencia pueda suceder.
C. G.: –Hay una frase muy buena que dice siempre Marcos: “No nos convirtamos en familia”. Porque los lazos de familia te vienen impuestos: por bien que te lleves, no hay opción.
Julieta Grinspan: –En cambio, en este grupo, lo bueno es que uno pueda pensarse afuera y volverse a elegir. Obviamente, en estos 10 años hubo transiciones, bisagras. En los comienzos llegamos a vivir todos juntos, nos íbamos mudando, siempre adaptándonos con mucho respeto a la vida que llevaba el otro y sin marcar jerarquías, aunque con roles definidos en la parte del laburo. Actualmente, Manuel, además de escribir, es el director del grupo, sabe delegar y nosotros aprendimos a tomar. Pero él no asume el rol ni de jefe de personal ni de gurú emocional de nadie. Ahora tenemos una hija de 11 meses, Carmela, lo que naturalmente ha modificado la situación. Pero sé que puedo contar con cualquiera de mis compañeros si necesito una mano. Y viceversa, claro.
C. G.: –Sí, hemos hecho todo tipo de trabajos. Nunca tuvimos ninguna ansiedad por ganar dinero inmediatamente con el teatro. Por supuesto es nuestro oficio, nos parece digno ganarlo, pero nunca nos sucedió de decir “armamos algo para colegios, o animamos fiestas”. No decimos que esté mal, pero no es nuestra manera de relacionarnos con el teatro. Yo pinté casas con Marcos, fui camarera, hasta 2008 vendía los juguetes de madera que fabricaba. Todos pasamos por momentos muy difíciles en lo económico y nos bancamos mucho mutuamente. Eso crea una cosa de solidaridad, algo incondicional muy lindo.
J. G.: –Claro. En 2004 decidimos que además de ensayar y representar obras, queríamos tener un lugar. Buscamos algo para alquilar, lo encontramos, el nombre surgió rápidamente. En ese momento le pusimos La Comuna, Teatro de Operaciones. Primero estuvimos en un edificio de Constitución, muy venido abajo, lo arreglamos, empezamos a dar clases. Pero no nos renovaron el contrato.
C. G.: –Ahora estamos en Parque Patricios. La idea es tener en el futuro sala para representar, aún nos falta la habilitación. Ya hemos hecho muestras de nuestros alumnos, tenemos luces, sonido. Este lugar también estaba destruido y lo hicimos de nuevo. En nuestros planes figura hacer actividades con el barrio, armar una biblioteca.
J. G.: –Muy emocionante. Hicimos dos funciones en el Centro Cultural Sabato, en la Facultad de Económicas. La obra hablaba un poco de nosotros, de la función de los actores en la sociedad, de nuestra responsabilidad. Un primer paso hacia el teatro brechtiano, con toques de absurdo, expresionistas. Un día, Caro nos anunció que íbamos a actuar en Liberarte. No podíamos creerlo: ella había ido con el video en la cartera, y Juano Villafañe lo vio y nos llamó para decirnos que iba a programar El apoteósico final organizado. Al poco tiempo nos invitaron a participar en el proyecto del Centro Cultural de la Cooperación.
C. G.: –Arrancamos con mucho espíritu de juego y queremos mantenerlo, no achancharnos. Está bueno seguir asombrándonos de las buenas noticias, de los descubrimientos, seguir festejando. Porque sabemos bien que todo nos costó mucho esfuerzo, renunciar a algunas cosas. Siempre eligiendo: dejo aquello porque prefiero esto.
J. G.: –Mañana, por ejemplo, tenemos un asado de trabajo porque estamos ensayando una obra nueva. También tenemos que organizar las clases que empiezan pronto. Estamos convocando ayudantes para reciclar elementos para una escenografía nueva.
J. G.: –Mariano Moreno y el Plan Revolucionario de Operaciones. Es un trabajo difícil hablar de la historia nacional por la cercanía. Así que estamos ahí, estudiando. Sabemos que no queremos a Moreno en calzas blancas, no vamos a hacer un prócer de época. Es un desafío darle un valor actual. Sin embargo, es posible porque leemos los textos de Moreno, de Belgrano y parecen escritos hoy. La idea es estrenar a mediados de año. Todo el mundo habla del Bicentenario y nosotros vamos a dar nuestra propia versión.
C. G.: –Me parece que Teruel... tiene mucho que ver con Julieta y con Manuel. De hecho, el personaje de Andrés existió: Andrés Guarido Eleno, tío abuelo de él. Manuel tenía como una deuda respecto de la Guerra Civil Española, su padre es un estudioso del tema. También creo que Manuel tenía que empatar un poco lo que venía trabajando en Crónicas de un comediante: plantearse cuál es la función del arte en la sociedad, en la historia.
J. G.: –Manuel habló mucho con su papá para hacer esta obra. Encontró ese enganche con la historia de los tanques, esos tanques que fueron luego a liberar París y uno llevaba el nombre de Teruel.
J. G.: –No fue así desde el vamos, se dio un crecimiento. El CCC ayudó mucho a nuestra formación política, coincidiendo con algo que ya se estaba gestando en nosotros.
C. G.: –La sensación es de que todo se dio en el momento justo, en el lugar propicio. La predisposición estaba, nos faltaba profundizar, investigar, leer, encontrarnos con cierta gente para decir: sí, elegimos hacer esto porque creemos que el teatro es una herramienta transformadora.
Justamente están ahora trabajando en una obra sobre la Segunda República, donde las mujeres tuvieron un rol tan descollante en todos los campos y gracias a luchadoras como Clara Campoamor o Federica Montseny ganaron derecho al voto, al divorcio, incluso al aborto.
C. G.: –Compartimos estas inquietudes con Julieta. Particularmente tengo la sensación de que en los medios se habla como si la sociedad hubiese avanzado y todo estuviera saldado. No está saldado un carajo. Me duele esto de que no haya una toma de conciencia real de que estamos estancados en muchas cosas, que siga existiendo la trata de personas, así como otras formas de violencia hacia la mujer. Creo que una de las instituciones que sigue con mucho poder, y que parte aguas, es la Iglesia oficial, con Bergoglio exigiéndole a Macri que no se realice el casamiento gay. O ese discurso sobre la vida que deja a la mujer vulnerable, sin derechos. Encima, en la televisión, tenemos que soportar ese modelo de la mujer objeto que sólo vale por su aspecto, como mercancía. Se ha hecho todo un trabajo de mala prensa para subestimar la militancia del feminismo, hay una minimización de los reclamos.
C. G.: –La obra termina con la voz de una grande, La Pasionaria, despidiendo a las Brigadas Internacionales con su histórico llamamiento. Me gusta mucho que el único discurso político no ficcional haya sido el de Dolores Ibarruri. La verdad es que Manuel viene tratando de cuidar el tratamiento de los personajes femeninos, escucha nuestras razones.
J. G.: –Me costó hacer el personaje de Julieta en el sentido actoral, porque es muy extrovertido, tiene que estar presente en escena todo el tiempo, conduce la acción. En principio creía que no podría actuar tan cerca del nacimiento de Carmela. Pero me habría sentido horrible: cuando era chiquita, yo bailaba esas canciones de los milicianos. Tuve mucho respaldo de todos y empecé a ensayar antes de que la bebé tuviera un mes. Ahora, con la obra en cartel, estoy feliz, es hermoso hacer mi personaje. Me siento absolutamente expresada en esta brigadista argentina que es actriz y va a Teruel. Es interesante porque ella y su compañero Andrés están pensado en combatir y a la vez ensayan una pieza para ofrecérsela a Rafael Alberti.
C. G.: –En principio, el Guardia Civil lo iba a hacer Manuel y la Vecina no existía. Cuando la obra se reformula, Manuel me propone lo del guardia y encontré la forma de hacerlo divirtiéndome. Si no fuera por ese lado, creo que me muero... ¡hacer un chabón fascista! Entonces lo encaro por el costado del juego, de armar el muñequito, desde lo externo, lo expresionista. Yo ya había hecho uno de los policías chiquitos en Lucientes: es decir, había actuado de varón y de fascista. En los dos casos me aparece el personaje a través de su oficio: es un uniformado. Más allá de que estoy haciendo a un varón y me paro de otra manera, es tan fuerte la impronta de que se trate de un policía o un milico, que esas características tiñen la construcción, porque hay una forma preestablecida que actoralmente te encamina. Además, cuando lo armé, me venía la imagen de Chaplin en El gran dictador como referente. Si me dicen “tenés que hacer a un varón que es periodista”, tal vez me costaría mucho más. ¤
Teruel y la continuidad del sueño se presenta los sábados a las 23 en el Centro Cultural de la Cooperación, a $ 30 (con descuentos).
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