TENDENCIA
SON CHICAS FANATICAS DEL ANIME QUE SE VISTEN DE ENCAJE Y SON INDIFERENTES A QUE LES GRITEN “FRANKENSTEIN” POR LA CALLE. ELLAS SE DEFINEN COMO “COSPLAYERS”, UNA PRACTICA SURGIDA EN JAPON EN LOS AÑOS ’70, EN EL QUE LAS MUJERES SON MAYORIA.
› Por Juana Menna
A Gina no le importa que Constitución sea una estación de trenes atestada a las seis de la tarde. Fantasea con que quizás, en medio de tanta gente, alguien haya dejado olvidado un cuaderno de la muerte, como sucede en Death Note, su animé favorito. No le importa el calor húmedo que soporta envuelta en encajes negros. Tampoco, que el chico que reparte volantes de telefonía celular sobre calle Brasil le grite “adiós, Frankenstein” quizá porque tiene la piel pálida maquillada y el pelo batido color azabache. También puede ser que al chico lo haya cautivado su minifalda, o las medias oscuras que sisean mientras camina con las piernas apretadas, o la carterita de puntillas comprada en un outlet de Turdera. A ella no le importa que la miren. Está acostumbrada. Además, su madre camina delante suyo como una guardiana sigilosa. Gina sólo quiere tomarse el subte para llegar al centro y sacar la entrada de la próxima fiesta de cosplay. Después, vuelta a Glew a hacer los deberes, como la alumna aplicada de 15 años que es.
Gina Del Bianco se define a sí misma de varias maneras. Principalmente, es una “cosplayer” –del inglés costume (traje) y play (jugar)–, una práctica surgida en el Japón de los años ’70 que consiste en disfrazarse e interpretar a un personaje de un cómic, libro, película o videojuego. También es hija única de Valeria Mazek, un ama de casa de 42 años experta en costura que le diseña el vestuario, y de Miguel Angel, un analista en sistemas que gana plata suficiente para que su hija gaste hasta 300 pesos cada vez que se hace un traje nuevo. A eso le suma un tío fanático del cómic que a los cuatro años le compró unas revistas con dibujos de chicas delicadas como hadas pero un poco más aguerridas llamadas Sailor Moon. O sea, desde muy chica Gina se considera además una “otaku”; es decir, fan del manga japonés.
“En las fiestas a mí no me conocen como Gina sino como Misa Mane, una modelo linda, rubia y medio naïve, que protagoniza Death Note”, cuenta la chica. Según la Wikipedia, Misa mide 157 centímetros y pesa 36 kilos. Es un dato improbable, ya que Misa no es una chica de carne y hueso sino un personaje de manga y animé, envuelta en una trama complicada con padres asesinados y un “shinigami” (una especie de encarnación de la muerte) que se inmola por ella y cae al suelo hecho polvo mientras deja a su lado un cuaderno “death note”. Gina adora esas historias donde los humanos conviven con deidades que pueden ser bondadosas o malísimas, un poco a la manera griega, aunque con acento nipón. También le fascina el hecho de que la mayoría de los héroes y heroínas sean adolescentes que, mediante complicados pases mágicos, adquieren características supraterrenales. Y le encanta que, a contrapelo de tanto culebrón oriental, Misa sea transparente y divertida.
Valeria, criada con una abuela que le enseñó el arte de la costura, se encarga de copiar el traje de Misa a la perfección para su hija. “En los ochenta me vestía igual a Madonna aunque en esa época no existía el ‘cosplay’ en Argentina”, dice. De hecho, aquí los primeros “cosplayers” comenzaron a verse a mediados de los noventa cuando fanáticos de La guerra de las galaxias, Robotech o Akira se juntaban a ver proyecciones de sus películas favoritas. La llegada masiva del animé japonés con Dragon Ball o Sailor Moon a través de la televisión primero y la web después determinó que muchos adolescentes comenzaran a copiar los trajes, pero también el modo de hablar y moverse de sus personajes. Es que “cosplayarse” no implica sólo una estética sino también una puesta en escena, casi un tributo.
Sofía Tecce tiene 25 años. Además de estar a punto de graduarse como antropóloga, trabaja en una tienda de cómics donde los “mangakas” le piden las últimas novedades mientras la llaman “señora”. Es que la gente que se “cosplayea” en general no supera los veintitantos. “Eso tiene que ver con que son chicos que crecieron en los noventa junto a sus ídolos que ahora ven por el canal Animax. Además, cosplayarse implica mucho tiempo y esfuerzo, una energía que cuando sos adulto quizá pongas en otro lado. Lo que me llamó la atención del cosplay es que el 90 por ciento de los trajes se los arman ellos, pura manualidad”, cuenta.
Un dato contundente es que en el mundo “cosplay”, las chicas son mayoría. Así lo aseguran Sofía y Leonardo Llinás, presidente de Yamato Argentina, una de las empresas que organizan convenciones de animé porque el asunto, a juzgar por la magnitud creciente de estos eventos –por ejemplo, al último “Anime Friends” fueron 17 mil personas–, comienza a profesionalizarse.
“El cosplay tiene una dimensión de performance que en Argentina se incorporó de manera singular. Es decir, en Japón sucede algo curioso. La gente es conservadora pero no ve con malos ojos que algunos personajes de animé sean gays, lesbianas, travestis o personas bisexuales. Pasa que los animés son un modo de expresar de manera creativa la contracara de una sociedad muy rígida. En el cosplay japonés, esto se traduce en que muchos varones se cosplayean como chicas. Acá no es así. Hay muchos varones, pero las chicas hacen punta”, asegura Llinás.
Los fans afirman que en Japón se gasta más papel en impresión de mangas que en papel higiénico. Y es que en ese país, el manga es una megaindustria. Según el sitio www.imperioanime.com, más del 30 por ciento de los 127 millones de habitantes que hay en Japón consume animé. Ninguna revista especializada distribuye menos de un millón de ejemplares. Además, se estima que hay aproximadamente 3000 artistas profesionales dedicados a la producción de manga, aunque también existen amateurs que producen fanzines (revistas para circulación privada), llamados “dojinshi”. Las discográficas vieron el negocio y pusieron a sus músicos a diseñar las bandas de sonidos de animé para garantizar fama y masividad.
Así es que grupos como An Cafe, Moi dix Mois o Alice Nine se escuchan en las convenciones japonesas pero también en las porteñas. Ahí, además, se comparten animés, mangas y videojuegos acomodados en stands. Y se hacen concursos de cosplays, donde se evalúa la elaboración del traje, la performance, y la reacción del público. “Cada participante puede hacer un acting muy ajustado al manga original o proponer variantes, pero siempre con la referencia clara. La decisión final la toman otros cosplayes profesionales, llegados de Japón, que cada tanto ofrecen clínicas y cursos. En cada cosplay se anota un promedio de cincuenta personas con una intervención que no supera los cinco minutos aunque si la hinchada lo pide, se puede extender hasta los diez”, sigue Leonardo.
Valeria explica que ella siempre acompaña a su hija a estos eventos, donde se vende mucha más “ramen” (una sopa tradicional japonesa) que alcohol. Leonardo observa que las convenciones son un espacio ecuménico donde emos, darkies, floggers, punkies y todo tipo de estilos urbanos conviven de manera pacífica. Y Gina afirma que si bien cuando está arriba del escenario recibe ráfagas de aplausos y piropos, una vez abajo los chicos y las chicas sólo se acercan para pedir “una foto con Misa Mane”.
Afuera es mediodía de domingo. Adentro del boliche de San Telmo en semipenumbras, unos 1500 chicos a partir de 13 años participan de la fiesta Awake, otro clásico de los encuentros que reúnen a los “otakus”. Una de ellas es Sabrina Ferrino, de 21 años. A ella le gusta cosplayarse como Chun-Li (un nombre mandarín que pude traducirse como “bella primavera”), una estudiante de kung fu que muchos consideran la gran heroína del Street Fighter.
“Sí, los videojuegos son violentos pero el Street Fighter no es un juego de varones por eso. Bah, muchos videos parecen creados por la cabeza de ellos pero yo no tengo problemas en jugar con mi hermano mayor a los videos de fútbol o de agarrar el volante de la Play Station 2 y ganarle porque soy mejor que él”, se sincera Sabrina. Explica que el mundo del manga es muy diverso, pensado para público infantil, adolescente y adulto. En ese contexto, reconoce que algunos géneros del manga, como el “hentai”, son pornográficos y sexistas. Pero que también hay otros, como el “shojo”, donde son heroínas las que llevan adelante la historia. De hecho, ella admira también a las mujeres que dibujan mangas, como las míticas Clamp, un cuarteto cuyo trabajo más conocido acá es Sakura Card Captors.
A Sabrina le interesa conocer otra cultura a partir de esas viñetas que, sabe, le deben su nombre a un libro llamada Manga dibujado por el grabador Hokusai, recopilado a lo largo del siglo XIX. Además, el cosplay la seduce porque es la posibilidad de copiar cada detalle de un traje, coserlo y, en ese tránsito, ser otra persona, rendirles tributo a sus heroínas, jugar con sus amigos que se “cosplayean” en las fiestas. A ella no le importa que sus padres le digan que es rara por el hecho de creer en las hadas. Aunque, en su mundo, las hadas maten sin culpa, mueran y renazcan en universos paralelos, sean implacables y con vidas un poquitín retorcidas, algunas se besen entre ellas, tengan cuerpos chiquitos y ojos insólitamente gigantes.
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