RESCATES
Aphra Behn (1640-1689)
› Por Marisa Avigliano
Dejen flores en su tumba porque gracias a ella pueden ahora expresar lo que piensan, dictaminaba Virginia Woolf en Un cuarto propio. Las flores merecidas eran para Aphra Behn (1640-1689), la primera escritora inglesa profesional. Perfil femenino ajeno a su época, la silueta de Aphra se desliza fácilmente con el bisbiseo del escándalo: un matrimonio que apenas duró tres años y que terminó cuando su marido murió misteriosamente; conquistas amorosas que incluían al rey Carlos II, fue su espía en Amberes (se hacía llamar Astrea) durante la guerra con Holanda y una temporada en la cárcel por deudas económicas. Pero eso no es todo, además escribía obras de teatro (algunas exitosas, como El matrimonio forzado) y le pagaban por eso. Ser mujer y recibir dinero en tiempos de la Restauración era lo que hacían las prostitutas, pero esto era apenas un detalle en el prontuario social de Aphra.
Ignorada en varias historias de la literatura fue para algunos teóricos una mujer de clase media baja que luchaba por una ascensión social (era hija de un humilde barbero de apellido Johnson, ella lo cambió por Behn, el de su marido, un comerciante alemán) y para otros, una mujer fundamental, un precedente en la lucha feminista.
En el siglo XXI un Facebook lleva su nombre: The Aphra Behn Society, que se dedica a fomentar la investigación centrada en cuestiones de género y/o en el rol de la mujer en las artes y la cultura en el período 1660-1800.
Sus años adolescentes en Surinam (regresó a Inglaterra a los 18 años) inspiraron su novela Oroonoko, el príncipe esclavo (1688). Como la narradora es la mujer blanca y el héroe el esclavo es inevitable el cruce del discurso del racismo de la época con los dolores, las culpas y las responsabilidades. ¿Cuánta conciencia del racismo había en Behn cuando la escribió? Novedosa en muchos aspectos: el escenario del nuevo mundo, el estilo narrativo y la escena del levantamiento de esclavos, entre otras, hacen que Oroonoko, que influyó para que a Behn se la reconociera como una voz inspiradora en la literatura de Daniel Defoe –¿cuánto habrá influido en Roxana, la amante afortunada?–, sea definitivamente curiosa y necesaria a la hora de indagar sobre los comienzos de la novela moderna.
Aphra, que ha escrito más de veinte obras de teatro –Las cortesanas fingidas, El vagabundo, El Emperador de la Luna, La madeja– poemas –Poems on Several Occasions (1684) y Miscellany (1685)–, y textos en prosa –The Fair Jilt y Agnes de Castro–, se la consideraba además la precursora en lengua inglesa del género epistolar por sus Cartas de amor entre un hombre noble y su hermana (1683).
Pero Aphra no es sólo una escritora, es también un personaje de ficción, en El laberinto mágico, de Philip José Farmer, navega sana y salva tras una descomunal batalla bajo el mando de Richard Francis Burton.
Sus detractores no descansan, a su fama extravagante le suman además que ha sido acusada de plagio y de tener una vida sexual licenciosa. Pero sus poemas lésbicos, su declarado amor por “lo femenino y lo masculino”, su cinismo y su desinhibición sexual no hicieron más que acrecentar su encanto.
En la Abadía de Westminster, que es donde está su tumba, siempre hay flores, Woolf tenía razón y le damos las gracias, porque como dice Cameron Foster, el personaje que interpreta maravillosamente Bill Nighy en la serie State of play se trata de una gran jugadora en una gran historia.
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