INFANTIL
Alfaguara Infantil lanzó una edición especial dedicada a los doscientos años de la Argentina, pensada especialmente para contar otra historia, a través de relatos de ficción, para chicos y chicas. Pero además de desarmar los manuales y contar la identidad nacional a través de aventuras y obras de teatro, otra gran hazaña de las tres escritoras convocadas –Silvia Schujer, María Inés Falconi y Adela Basch– es poner de relieve la discriminación que sufrían las niñas, adolescentes y mujeres cuando “el pueblo quería saber” y las mujeres eran parte de ese pueblo.
› Por Luciana Peker
–¡Clara Inés, por favor!
–Noescuchonoescuchonoes...
–¡No hagas esto, hija!
–cuchonoescuchonoescuchonoes...
–¡Que abras la puerta, te digo!
–...cuchonoescuchonoescuchonoescu...
–¡Vamos, niña Clarita, abra ya! –intentó Tobiana.
–...
–Ya mismo Clara Inés –amenazó doña Carmen–, porque si no...
–Si no ¿qué? –empezó Clara, encerrada en el cuarto–. ¿Mandarán al Regimiento de Patricios para voltearme la puerta? ¿Al de Pardos y Morenos? Ah, qué miedo. ¿Me encerrarán en un convento como a la pobre tía? ¿Me dejarán sin comer? Si es por mí, que se lleven la comida para los perros y las mulas, para los esqueletos, los moribundos y todos los demonios del universo.
Clara estaba furiosa. Se había pinchado por trigésima vez en una hora y, harta de chuparse la sangre que le brotaba del dedo, había optado por estrellar el bordado contra el piso y salir corriendo a su habitación.
¿Por qué tenía que pasarse las tardes bordando? Odiaba la costura.
Clara es el personaje que entre furias y dedos pinchados por el bordado –y un galán moreno que está por abrir su puerta al amor y la rebeldía– pone en palabras no sólo el protagonismo invisibilizado de las mujeres en el Bicentenario sino también la opresión que sufrieron en estos doscientos años mujeres, adolescentes y niñas en el ex Virreinato del Río de la Plata. Pero, como no se trata de hacer sólo manuales al revés, que cuenten otra historia, esta vez de la Z a la A, cansadas de escuchar sobre próceres de la A la Z, la historia –sin mentiras, pero con el vuelo que permite la literatura– está contada a través de la ficción, la investigación y el entretenimiento.
La editorial Alfaguara Infantil preparó –con un proyecto planeado desde hace varios años– una colección para chicos y chicas dedicada al Bicentenario que, entre otras virtudes, muestra la vida (y la no vida) de las niñas de antaño, donde no sólo había pastelitos que quemaban los dientes sino prohibiciones como las que sufría Clara, la protagonista del libro Un cuento de amor en mayo, de Silvia Schujer (que tiene 70 libros, 17 obras más que los años que figuran en su documento) y que, obviamente, se pasó escribiendo, leyendo, enseñando y también llevando –ahora– a su nieta a plástica además de inventar a Clara, una niña rebelada al corset del bordado impuesto en la época de la Colonia a las niñas.
También Adela Basch tiene más libros, de poesía, teatro o cuentos (75) que años (63) y escribió tres títulos para esta colección: ¡Contemos uno, dos, tres y vayamos a 1810!, En estas hojas detallo cómo llegó el 25 de Mayo y Las empanadas criollas son una joya (con formato de obras de teatro que seguramente muchos/as docentes sintetizarán para sus actos escolares) y María Inés Falconi, que tiene 56 años y 50 libros que van de la narrativa al teatro, esta vez rindió homenaje a los doscientos años patrios con El secreto del tanque de agua.
“La mujer no aparece prácticamente en la historia argentina”, dice Silvia Schujer, entre las enredaderas verdes y vidrios de colores de su casa en la que se entrona en el lugar de anfitriona de las otras escritoras para la entrevista con LasI12. “Y a Mariquita Sánchez de Thompson apenas la recordamos porque tenía un piano”, se suma. Y Adela Basch directamente cuestiona el relato que recibió de la historia patria en su infancia. “¿Por qué yo no me enteré de que hubo una mujer como Juana Azurduy?”
María Inés Falconi: –Yo hice tres obras de teatro que vienen continuando dos obras de teatro sobre la vida de Belgrano y la vida de San Martín. Y para mí abarcan la lucha por la libertad, entendiendo la libertad en el sentido más amplio posible.
M. I. F.: –Para mí es la escuela y el acto escolar. Pero lo bueno de escribir es poder contar esas cosas que en la escuela no te dicen. Me hubiera gustado que me contaran la historia más humana, por ejemplo, que French era un subversivo incendiario, que iba a caballo incendiando las casas para que los tipos proclives al virrey se asustaran y no fueran a la plaza. Eso no te lo dicen nunca. Te enseñaban que French era el que repartía escarapelas.
S. S.: –French repartía trabucos.
A. B.: –Que eran armas de fuego, una especie de revólveres antiguos.
S. S.: –Era de la pesada...
M. I. F.: –Seguro. Eso es algo que tiene una explicación histórica de armar la idea de un ser nacional frente a la inmigración, pero después la historia de Billiken quedo fija en el tiempo. Sin embargo, en la historia nunca te contaban cómo en el diario contabilizaban cuántas esclavas ingresaban al país y no era sólo la negrita cebando mate que nos mostraba la historia. Investigando me enteré hasta de estupideces como que Belgrano y Castelli eran primos y se peleaban por mujeres.
A. B.: –Parece que Belgrano era muy mujeriego...
S. S.: –Lo más maravilloso que tuvo escribir sobre historia fue la investigación. Yo lo iba a incluir a Belgrano en mi libro hasta que me enteré de que tuvo una hija que no reconoció y cómo arrasaban él y su ejército cuando llegaban a los lugares del interior y decidí que no fuera un personaje de mi libro. Pero porque la visión que tenía de la historia, que tenía por los conocimientos escolares y por lecturas literarias, no me indicaban eso de Belgrano. Aunque haya mucho rescatable, porque son personas con ambivalencias, contradicciones y que hay que ubicarlas en la época.
A. B.: –Belgrano, apenas terminó la revolución de 1810, fue enviado por la Primera Junta, que duró muy poco tiempo en el poder y que después fue reemplazada por otra junta mucho más conservadora, a una expedición al Paraguay para difundir los ideales de la revolución. Belgrano no era militar de carrera, sino que aprendió a manejar las armas durante las invasiones inglesas para poder defenderse de los ingleses y lo mandaron a Paraguay y después al Alto Perú con un ejercito que a mí me hace acordar al de la guerra de las Malvinas. Fue caminando porque no tenía ni siquiera caballos desde Buenos Aires hasta Paraguay. Y ojo: ¡no se había inventado el repelente para insectos! (risas). Con un ejército de hombres enfermos, hambrientos, sin ropa, entonces tal vez arrasaban porque tenían necesidad de comer. Hay que ponerse un poco en esa situación. Además, Belgrano venía de una familia muy pudiente y reventó la plata que tenía para apoyar la revolución. El renunció a su sueldo y le pagó al médico que lo atendió cuando se murió con su reloj, que era lo último que tenía. Es imposible tener una visión objetiva de la historia.
S. S.: –Es mejor no mirar la historia desde el punto de vista de los héroes sino desde el de los intereses.
A. B.: –A mí me interesa. Me interesa mostrar que hay muchas maneras de leer la historia y de pensarla. Y me interesa resquebrajar la visión acartonada y solemne de la historia que imperaba cuando yo era chica.
A. B.: –No terminó de cambiar. Y a mí me interesa tener una mirada irrespetuosa y contagiarles a los chicos esa mirada irrespetuosa de la historia. Por ejemplo, yo escribí sobre cómo los negros, los esclavos, los aborígenes, las mujeres (lo que ahora podríamos llamar minorías) no eran considerados seres humanos. Y eso suena irrespetuoso cuando una lo dice tal cual es. A los esclavos/as se los trataba mejor que en otros lugares de Latinoamérica, pero eso no quiere decir que no tenían castigos terribles o que las mujeres por ser negras no fueran violadas desde chicas.
A. B.: –Exacto, pero no fue así.
M. I. F.: –Es mucho menos romántico de lo que suena (risas). Yo había pensado que los chicos se metieran en el tanque del techo del agua porque a mí de chica me encantaba estar en el techo de una casa y resolví que aparecían en el aljibe.
M. I. F.: –Sí, sí. Me encantaban los techos y las copas de los árboles de Colegiales.
A. B.: –Creo que sí. Porque inevitablemente tengo una visión del mundo que es diferente. Yo tengo mucho más en común con un ser humano que es mujer, comparto maneras de ver, de haber sido excluida, de haber intentando incluirme que si uno no fue mujer no las pasó. Veo las cosas de otra forma.
S. S: –Es insoslayable que soy mujer y que tengo una mirada particular que incide en mi escritura. Pero no lo siento, aun cuando mi personaje se rebela, que tenga que ver con esta novela, sino con mi lugar en el mundo.
M. I. F.: –Yo creo que ser mujer te da una visión particular, pero también te la da ser argentina o la familia que tuviste. Yo cuento desde donde soy, pero no sólo por ser mujer, a veces me pregunto si por ser de clase media mis libros podrán entrar en chicos de clase baja.
S. S.: –La historia que está en los colegios no sólo es masculina, es centralista con respecto a Buenos Aires. Está contada por una clase social dominante y desde la parcialidad, pero la más brutal de esas parcialidades es la que tiene que ver con los intereses económicos. Eso es lo más determinante respecto de qué historia nos están contando.
A. B.: –Yo coincido en que lo que parte las aguas son los intereses económicos, pero justamente, por eso se deja afuera a las mujeres y a los aborígenes.
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