PERFILES > AGNèS VARDA
› Por Flor Monfort
“Yo soy única pero a la vez soy todas las mujeres”, decía una joven rubia entre otras, arrugadas, lánguidas, espigadas, adiposas, embarazadas, que respondían a la pregunta de Agnès Varda: “¿Qué es ser una mujer?”. El documental de ocho minutos fue filmado por la realizadora belga para la televisión francesa en el año ’70. El mismo corto interroga al grupo: “¿todas las mujeres quieren ser madres? “Yo sí, yo no”, decían unas y otras. Una voz de hombre: “La mujer que no conoce la maternidad no es una mujer”, y una de las chicas, desnuda sobre un fondo blanco, divertida entre el grupo, desafía a cámara: “¿Y un hombre que no conoce la paternidad no es un hombre?”.
Este material estaba produciendo la directora Agnès Varda en los ’70, la década después de las reivindicaciones, cuando la militancia era sostenida, abandonada o transformada, pero nunca podía manifestarse indiferente respecto del fervor de los ’60. Y ella, en esos años de juventud fue, junto al grupo de notables que se mencionan siempre –Truffaut, Godard, Rohmer–, la mujer que rompió la homonorma de la Nouvelle Vague.
La dama de la NV es hoy una señora de 82 años. Recibió en Cannes el merecido galardón Carrose d’Or, el premio que la Quincena de Realizadores entrega a los directores por su “coraje, innovación e independencia”, y en la charla relajadísima, según dicen las crónicas de aquel día de la semana pasada, Varda conversó con el también octogenario documentalista Frederick Wiseman y, entre risas, lo acusó de moralista. Es que ella es lo más parecido a alguien que casi siempre hizo lo que quiso. Se interesó primero por la fotografía, pero impulsada por aquel principio generacional de que el director es el que escribe con la cámara, se decidió a hacer películas desde que filmó por primera vez, para un amigo enfermo, en el pueblo pesquero de Séte, contando con imágenes lo que él ya no podría ver con sus propios ojos. En 1954 apareció entonces su primer film, La Pointe Courte, que narra el devenir de una pareja por los bordes de la ciudad, y esa manera de Varda de difuminar los límites entre documental y ficción que tanto caracteriza su filmografía. Y ese contacto con lo real, ese finísimo hilo que traza con planos que escarban en el detalle pero nunca se pierden la textura de las verdaderas cosas, se marca con un ritmo vital en Cléo de 5 à 7, donde una mujer, estrella pop ella, camina por París en un lapso de dos horas, tiempo real-fílmico, a la espera de los resultados de un análisis. Un tarotista le había predicho la muerte, y, enfrentada a esta posibilidad, Cléo se pregunta por sus verdaderos deseos, se asquea del mundo y de sí misma en su obsesión por la imagen, hasta ahora, perdida en su propia belleza.
En Le Bonheur (La felicidad) retrata el amor libre de los 60 plasmado en una pareja de tres que, con hijos y todos, son el colmo de la dicha. El trío retoza, naturalizando una unión diferente... lástima que fuera un él con dos mujeres y no al revés, como le reclamaron tantas feministas. Pero si hay algo que reconocerle es la amplitud con la que Varda ve al mundo, sus rígidos límites monogámicos y la posibilidad de entregar una historia, como ella misma definió, “un verdadero acto de libertad creativa”.
Varda tiene más de 40 objetos audiovisuales en su producción, el León de Oro del Festival de Venecia, varias películas en honor a su difunto marido, el también cineasta Jacques Demy (Jacquot de Nantes, L’Univers de Jacques Demy y Les demoiselles ont eu 25 ans) y un ritmo para generar material acorde a nuevas problemáticas.
Unica pero siempre mostrando a otras, inteligentes, sexualmente libres, bellas, reflexivas, Varda, quien interviene con su voz muchos de sus films, ya es una directora fundamental del siglo XX y una figura que vale conocer, y como ella misma dijo, aun a sus 82, “en pleno proceso de cambio”.
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