Viernes, 28 de mayo de 2010 | Hoy
MUESTRAS
Maloma! Un cuadro que pone en discusión el lugar pasivo de las mujeres y la bestialidad de los indios, retratados en el legendario y fundante cuadro de Angel Della Valle, La vuelta del malón.
Por Dolores Curia
El poema “La Cautiva” de Esteban Echeverría se cuenta entre los grandes escritos patrios. En 1837, cuando vio la luz, reprodujo el mito fundante de la cautiva blanca explotando el valor simbólico de ese cuerpo de mujer, blanco y cristiano, raptado para ser ultrajado por el salvajismo en estado puro (léase: “los indios”). Así, junto a El matadero del mismo autor, se fue irguiendo como columna vertebral de la enseñanza de la literatura celeste y blanca en las escuelas. Así, el halo de la cautiva no cesó de desfilar por la Biblioteca Nacional, desde José Hernández a César Aira.
Para 1892, en una época en la que en Buenos Aires todavía los salones y las galerías de arte brillaban por su ausencia, Angel Della Valle reprodujo el tema del poema en una tela monumental. A falta de un mejor espacio, La vuelta del malón, que se convertiría en el paladín de la pintura autóctona decimonónica, se expuso en la vidriera de la ferretería de los italianos Nocetti y Repetto. En la obra de Valle for export (destinada a representarnos en Chicago, en una muestra que festejaba el descubrimiento de América), los indios meten miedo. Son autores de la barbarie más atroz: vuelven triunfantes luego de saquear una iglesia y raptar algunas (mujeres) blancas, ¿habrá algo más profano que asaltar la casa de Dios y arrebatar un cuerpo de la propiedad de su marido?
“Y a partir de ese cuadro, simpatizar con la Campaña al Desierto cuando veíamos a esos indios libidinosos secuestrando una blanca que podría ser tranquilamente una esposa o una hermana nuestra?”, comenta, irónico, Alberto Passolini, artista contemporáneo, autodidacta e íntimo de Víctor Grippo. A partir de este disparador, nació Maloma!, el cuadro de gran formato que da eje y nombre a su muestra inaugurada en el Malba. Es una cita de la obra de Valle, donde los papeles se enrocan: las que dirigen la batuta son un grupo de amazonas briosas y el secuestrado es un muchachito rubio que lagrimea en brazos de su secuestradora. El artista relee el mito canónico y lo intercala con una reflexión sobre el lugar de las mujeres sistemáticamente ninguneadas que, por esos tiempos, se mantenían en los lindes del campo artístico –no se las dejaba exponer ni participar de las clases con modelo vivo– a pesar de que su aporte fuera básico para mantener el engranaje institucional.
Lo curioso es que la revisión de Passolini no modificó brutalmente el texto madre. No hizo más que acentuar aspectos que estaban ya en germen en él, donde María, puñal en mano, es dueña de una fortaleza viril. Lejos está de ser una carmelita descalza, ya que cuestiona en parte el estereotipo por excelencia de la víctima. “Cuando volví a leer el poema de Echeverría en el que se inspiró el cuadro de Valle, me llamó la atención que el personaje principal no tuviera nada de cautiva sino, más bien, un carácter salvaje.” La heroína, que de prisionera tiene poco y nada, lleva las riendas de la acción: no sólo logra evitar ser mancillada sino que es ella quien libera a su marido. Como contrapartida, Brian, el flamante esposo, es descripto como un ser débil, abatido y paralizado por el miedo ante el malón. Según relata Passolini: “Al igual que la protagonista del poema, las artistas de la época dedicaban mucho tiempo y esfuerzo a sostener la actividad artística en Buenos Aires, arrastrando a desfallecientes profesores de pintura, a quienes les compraban sus obras y organizaban sus exposiciones... En fin: tuve la peregrina idea de que las mujeres sólo tenían el lugar de las cautivas, tanto en los malones como en la elite artística porteña de fines del siglo XIX”.
En la exposición también aparecen en jaque los roles modelo-artista con la serie de fotos “Criollitas” y se pone en escena, en soporte audiovisual-artesanal, “La matadera y el cautivo”, una versión colmada de parodia passolinezca de estos dos clásicos, saturada de plumas y brillos propios del mundo revisteril. El show del Matadero Mediático, donde las vedettes son carne de cañón en una serie de sketchs, está –idealmente– protagonizado por Natalia Oreiro (¡que ojalá acepte el papel!).
Maloma! le mueve el piso a la enciclopedia nacional a través de la relectura subversiva de sus mitos fundacionales y echa por tierra el paradigma de la mujer victimizada. “Hoy en día también nos parece natural pensar que la mujer tiene un rol pasivo. Mi idea es que todo lo que aprendemos cuando somos chicos, no lo volvemos a cuestionar.” Y remata: “Esta muestra también cuestiona algo tranquilizador de ciertas ideas que se tienen sobre el arte de género: el pensar que son sólo las mujeres las que pueden hablar de mujeres, los homosexuales sólo pueden hablar de homosexuales y los hombres heterosexuales de fútbol”.
Maloma! Proyecto conmemorativo del Bicentenario, de Alberto Passolini, podrá verse en el Malba (Avda. Figueroa Alcorta 3415) hasta el 12 de julio. De jueves a lunes y feriados de 12 a 20. Miércoles hasta las 21. Martes cerrado.
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