INTERNACIONALES
Los índices más altos del planeta en materia de VIH pero con legislaciones a la par de países avanzados en materia de género y diversidad son algunos de los mosaicos que construyen Sudáfrica, el codo del sur africano que durante este mes de fútbol estará en la mira de las lentes del mundo.
› Por Flor Monfort
El mundo que pasa por detrás de los noteros de siempre, de los humoristas que todavía hacen el chiste de hablarle en otro idioma al entrevistado y las promotoras que ofrecen, mostrando todos los dientes, las maravillas de la comida local, ese mundo de fondo que estamos viendo en las pantallas nuestras de estos días hasta que los muchachos le pifien o se alcen con la copa, es uno lleno de matices y particularidades que, como nuestra propia historia ya nos ha enseñado, poco tienen que ver con lo que todas esas cámaras muestran.
Sudáfrica vivió el fin del apartheid mientras se derrumbaba el Muro de Berlín y eso tal vez haya velado un poco su trascendencia histórica, pero créase o no, en Sudáfrica la raza negra era la mayoría excluida y maltratada per se. Por dar solo un ejemplo y evitando el lugar común que menciona siempre el transporte público segregado, las áreas residenciales asignadas a los negros no tenían electricidad o agua y el ingreso a las universidades estaba directamente vedado.
Lo que vino después, durante la década del ‘90, produjo una mezcla que hace de Sudáfrica una nación de excepciones: mientras buena parte de su realidad los ancla en los coletazos de aquel régimen, su legislación y buena parte de sus proyectos son de avanzada. Es que las sudafricanas pueden abortar durante el primer trimestre de embarazo sin ser criminalizadas. El aborto es legal desde 1997, y con esta medida el país redujo un 90 por ciento la muerte por gestación. Fue durante la presidencia de Nelson Mandela que se aprobó la “ley de elección de interrupción del embarazo”, lo que habilita el aborto seguro y hospitalario en las primeras 12 semanas, aun para las menores de edad. Desde 1997 entonces, con el apoyo de la Fundación Rockefeller, Planned Parenthood, y el arzobispo anglicano Desmond Tutu, en Sudáfrica se realizan 10 mil abortos por semana. Si bien la resistencia del personal médico existe y las zonas rurales son flancos a trabajar, en general la ley se cumple y los anticonceptivos de emergencia y la RU486 también se entregan en las instituciones sanitarias.
El reverendo anteriormente mencionado no lo fue por casualidad: Premio Nobel de la Paz, el señor que tanto luchó por el fin de esa locura que segregaba a su raza y que tanto hizo por apoyar a Mandela en la legalización del aborto, es el que bautizó a Sudáfrica la Nación del Arco Iris, para que el deseo de la diversidad étnica sea una realidad.
Pero es el arco iris de la bandera Lgttb la que flamea realmente en suelo mundialista desde noviembre de 2006, cuando el Parlamento aprobó la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo, con 230 votos a favor, 41 en contra y 3 abstenciones. A pesar de los conservadores de siempre, y que en Sudáfrica los hay a montones, la reglamentación es coherente con su propia Constitución (argumento también válido para nuestra patria bicentenaria: “ningún individuo podrá ser injustamente discriminado por su orientación sexual”) y revela una convivencia compleja: la del pesado lastre de años de segregación e injusticia avalada por el Estado, y el deseo de mirar para adelante poniendo a la nación en el top five de los países que aceptan las uniones homosexuales.
Por otra parte, bien es sabido que Sudáfrica es uno de los países con más infecciones de VIH, ya que una de cada nueve personas está contagiada. Esto quiere decir que 20 mil se infectan cada 3 semanas, o 1500 por día. En suma, hay cerca de 500 mil nuevas infecciones al año y cerca de 400 mil muertes. Y el 90 por ciento de los casos son jóvenes de entre 15 y 24 años. Si bien los programas de prevención incluyen campañas permanentes y el presupuesto de salud está orientado en esta dirección, según dijo Ann Veneman, directora ejecutiva de Unicef, en las vísperas de este campeonato no han sido suficientes y la pandemia no muestra indicios de retroceso. Ante el fracaso de las políticas públicas, la ex ministra de Salud Bárbara Hogan habló de la necesidad urgente de una vacuna como única posibilidad para frenar el avance. En un país donde la violencia sexual empieza por habilitarse desde la asunción de un primer mandatario acusado de violar a una mujer (el inclasificable Jacob Zuma, una especie de muñeco similar al Menem más inflamado, casado con tres mujeres gracias a la tradición zulú que honra la poligamia masculina, acusado y absuelto, claro, de haber violado a la hija de un amigo) la tasa de violaciones también es una de las más altas del mundo: 100 personas por cada 100 mil habitantes fue víctima de abuso en su vida, siendo la mayoría de esas víctimas, niños y niñas. Y a pesar de que la pedofilia y la explotación infantil no son una rara avis en las huestes de los delitos sexuales, en Sudáfrica hay un plus que remarca su expansión: el mito que dice que tener sexo con una mujer virgen cura el sida. Una creencia que ya estaba documentada en la Inglaterra victoriana, donde las enfermedades venéreas hacían estragos en los descensos de la población y algo de esa pureza que tienen los-que-nunca-lo-han-hecho parecía ser la cura del mal. Una encuesta realizada en 2002 arrojó un resultado esperable: 2 de cada 10 personas creían que tener sexo con menores de diez años no era un acto de violación. En este caso, Sudáfrica está a la altura de una nación avanzada en materia legal, pero esas leyes son difíciles de implementar. En 2005 hubo un caso emblema en el que seis hombres abusaron de una beba de 9 meses (porque cuanto menor es la víctima más posibilidades de curarse hay, según la creencia) y hoy están libres. Una cadena de repudio internacional presionó para el mantenimiento de la UPM (Unidad de Protección del Menor) que amenazaba con ser clausurada por esos días, y este caso impidió ese cierre. Sin embargo, los delitos contra menores no disminuyeron.
La nota de color de esta cobertura “mundial” la viene a dar Sonnet Ehlers, una médica especialista en atención de víctimas de violencia sexual, que creó un dispositivo que popularizó como “condón antiviolación” y repartió 30 mil unidades en las inmediaciones de los estadios de fútbol para evitar agresiones sexuales. Un preservativo que se inserta en la vagina como si fuera un diafragma pero que tiene, en su interior, pequeñas sierras y ganchos que atrapan el pene y obligan al agresor a salir corriendo al hospital. Hubo críticas por la posibilidad de que el “enganchado” agreda con más furia a la víctima, pero Ehlers aseguró que con las heridas, es difícil que pueda hacer mucho.
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