MODA, FOTOGRAFIA & DISEÑO
En Proa, un compilado de fotografías de 39 autores alemanes da cuenta del recorrido que hizo la moda durante el último medio siglo. La exposición permite seguir el pulso de las tendencias plasmadas en fotos que en sí mismas son retratos de época.
› Por Victoria Lescano
El puntapié inicial fue la imagen en variaciones de sepia de una fotógrafa –Charlotte Rohrbach–, ataviada con tailleur de institutriz y zapatos bajos marcando una pose a la modelo con traje negro y casquete en un garaje de Berlín a fines de los 40. Esa obra llamada “Preparativos para una fotografía de moda”, fue la primera que seleccionaron Uli Richter y F. C. Gundlach en su investigación sobre la transformación de las modelos desde las mannequins de los cincuenta a las superestrellas que devino en “Moda en imágenes, imágenes de moda” un compilado de fotografía de 39 autores alemanes realizadas entre 1945 y 1995.
Las producciones con el sello de alta costura, retratos entre lámparas chinas y extrañas puestas con frutas, tomas oníricas de sombreros y niños que desde las gradas de un viejo estadio hacen gestos maliciosos al fotógrafo y la modelo son apenas un fragmento de la muestra reunidas por el Ifa (Instituto para las Relaciones con el Extranjero) que el Goethe Institut pasea por distintas ciudades de Latinoamérica y hasta el 22 de abril recaló en la Fundación Proa de La Boca.
La puesta en escena local incluye también un panorama de moda argentina actual. En rigor, en la planta baja de Proa, las ventanas lucen cual escaparates de boutique con prendas de Laura Valenzuela, Christian Dior, Gabriel Grippo y Trosman Churba y en las salas hay maniquíes de pie y otros que cuelgan del techo con modelos representativos de diseñadores argentinos de fines de los 80 hasta el 2002.
De las piezas por deconstrucción de un jean de Gaby Bunader, un tótem de cuero con restos de colecciones de Andrés Baño, las construcciones y tramas de Varanasi, Nadine Zlotogora, Mariana Dappiano y Vero Ivaldi en organza, cuero y pelo de camello, un traje de la colección Pueblo de Pablo Ramírez –con un maniquí desangrándose en las blancas salas de Proa en clara alusión a la guerra–.
Pese a que la fusión pueda resultar caprichosa, la muestra marca un hito; no sólo se oficializa a la generación de moda de autor surgida de la carrera de Indumentaria de la Universidad de Buenos Aires y los diseñadores arty de la Primera Bienal de 1987 y los documenta con rarezas en video –aportadas por el archivo Andrea Saltzman, titular de una cátedra de indumentaria de la UBA y curadora de la muestra–. También los vincula con los nuevos exponentes del estallido moda de autor de fines de los noventa a la actualidad, cuya participación es de rigor en la construcción de una identidad de diseño y la reactivación de los talleres de costura y moldería que hacen a la industria nacional.
Entre los cortos de la generación post Bienal es de rigor contemplar el de Sebastián Orgambide, lo protagoniza la productora Simona Martínez e incluye manifiestos a lo Mary Quant de Bunader, el paseo por estilos callejeros de Nueva York y la fachada del viejo local Commes des Garcons del Soho capturados por Kelo Romero, “La Machine de la cotiur”, donde el cineasta Brian Welsh filmó secuencias De Loof haciendo de couturier y a Fausta Fabris caracterizada a lo Jane Shrimpton para pasear por el Abasto con capa Christian Dior. La selección actual –incluye la participación deropa masculina, con una puesta con fieltro y príncipe de gales de Spina Cruz y una chaqueta de cuero con kit exhibidor de Hermanos Estebecorena– puede no resultar novedosa para los fashionistas pero sí sienta precedentes para futuras muestras dedicadas a la moda según la metodología de museos especializados.
Y en ese punto es imposible no mencionar la mirada irónica y amorosa a la vez de Sergio de Loof hacia los iconos de moda que resume en un salita de Proa contigua al bar, que él bautizó Museo De Loof. Incluye
un diario íntimo con artículos que reflejan su trayectoria, sus fetiches de prendas raídas a globos terráqueos, una puesta de facturas y un frasco de limpiavidrios sublimado cual Chanel Nº 5.
Saltzman, fundamenta su criterio de selección: “Si bien para establecer una relación cronológica se debería haber tomado el año 1945 o podría haber tomado como referencia el movimiento del Di Tella, partí de la Primera Bienal por considerar a este hecho como un desencadenante del renacimiento de lo que hoy constituye la identidad del diseño argentino. Porque a fines de los ochenta, luego de años de represión se comenzó
a gestar un movimiento de arte-moda, cuando un grupo de artistas tomó a la vestimenta como forma de ex-presión. Los desfiles salieron del té canasta a los espacios públicos como El Garaje Argentino, la Fundación Banco Patricios, el Ici, el Goethe o el Centro Cultural Recoleta”.
El paneo fotográfico se inicia con Claudia en el café de Ulrike Schamani. Si bien no se trata de Schiffer, la supermodelo alemana, la combinación de chaqueta de tuxedo y pantalón de gimnasia, representa un manual de estilo francamente alemán. Continúa con Jurgen Teller, un autor que vive y trabaja en Londres y habitualmente fotografía a Sofía Coppola y demás musas del americano Marc Jacobs y a varios representantes de la escuela de diseñadores belgas surgidos de la academia Antweerp.
Teller representa a uno de los autores más avant garde y su obra está representada por la modelo Kirsten McMenamy con torso desnudo y foulard tan rojo como sus labios y una serie en blanco y negro con faldas plato y abrigos de Commes des Garcons. Lo más risqué y contemporáneo es la serie de Wolfang Tillmans, habitual colaborador de la revista inglesa ID, quien combina desnudos cero impostados y la crudeza de lo cotidiano. “Lutz y Mex agarrando el pito”, una de sus fotos incluye a dos modelos semivestidos, ella con foulard de estampas Chanel dispuesto como falda y él luciendo una chaqueta de neoprene amarilla.
De Rainmer Leitzenm cuelgan varias de las siluetas de diseño japonés que componen el libro Issey Miyake –en su edición de Taschen–, el falso samurai posando sobre el muro de cemento a la superposición de faldas en tonos de amarillo, marrón y celeste.
Ellen Von Unwerth, una ex modelo que devino fotógrafa y conserva peinados rasta, además habitual colaboradora de Vogue Harper’s Bazaar, Interview, está apenas presente con una serie de mujeres en decorados franceses y lencería que corresponden a la serie Babettes section del Festival de la Moda de París de 1994.
Abundan los murales blanco y negro y tomas en la playa que hoy lucen demodée pero que documentan el último grito de la moda de principios de los noventa. Lo ilustra el fotógrafo Peter Lindbergh, experto en domar frente a las cámaras a Cindy Crawford, Linda Evangelista, Helena Christensen, Claudia Schiffer, Naomi Campbell y Stephanie Seymour; el hombre logró juntarlas en una superproducción del American Vogue realizada en 1991. Mientras Marie Sophie Wells posa con microvestido negro sobre un ventilador, Kirsten McMenamy –tal vez una de las caras y cuerpos que mejor simboliza la androginia– protagoniza una gráfica de Commes des Garcóns rodeada de caballeros y maletas y regida por los guiños esteticistas de Lindbergh.La puesta contempla además verdaderas rarezas de la historia de la moda fechadas entre 1940 y 1960. Entre ellas, “Accesorio playero”, una producción en las playas de Capri con sombreros de paja firmados por Emilio Puci, que bien podrían pasar por medusas o algas, la silueta más preciosamente entallada de la historia de la moda –corresponde al New Look de Christian Dior–, aquí fotografiado por Willy Maywald, o una puesta surrealista, modelo de sombrero de Jean Barthet o vestido plisado de Schiaparelli tomadas por Regi Relang.
La secuencia salta a una escena de jazz en el río (la tomó Will McBride, un especialista en captar estilos de los jóvenes alemanes de los sesenta en la publicación Twen y los looks lucen aún hoy muy actuales). De Helmut Newton –uno de los autores más glamorosos y quien reconoce a los policiales negros y sus femmes fatales como principal fuente de inspiración– cautiva “Frente a la vidriera de lencería”, una
mujer con traje y pantalón capri con rodete y trenza y otra modelo rubia, con corset a la vista y falda negra, posando frente a la Puerta de Brandenburgo. Ambas fueron publicadas en Vogue durante 1979.
Las beauties Isabella Rosellini y Catherine Deneuve fueron sorprendidas por la cámara de André Rau: la primera mientras algún coiffeur esculpía su nuca, la segunda posando en una barbería cutre.
“Moda en imágenes” logra pasearnos por estilos muy cercanos pero ya fuera de moda en nuestros roperos: el furor del chiffon y odas al terciopelo en tonos de violeta, verde o negro de las temporadas invierno 94 –dictado por Dolce and Gabbana, Donna Karan, entre otros y que aparecieron en Sybylle, publicación de moda alemana por excelencia. La era del push up está representada por mujeres posando con el corpiño maravilla en billares con fondo de parroquianos o escenas de amor en una casa rodante.
Sobre las características de la moda alemana, los historiadores del Ifa advierten que Berlín tuvo sus escasos años de gloria como capital de la moda, luego perdió su cetro cuando Munich y Düsseldorf mutaron en sede de ferias textiles y la prensa especializada ancló en Hamburgo.
En el apartado fotógrafos de moda argentina, toda una sala de la planta baja, participan Mariano Galperín, también director de cine, con un collage de imágenes que fusionan moda, rock y la escena de fines de los ochenta: hay fetiches Grippo lucidos por Lorena Ventimiglia, campañas de Via Vai protagonizadas por la actriz María Carámbula, primeras incursiones en moda de Carolina Peleritti y Deborah de Corral. Charly García y Andrés Calamaro, el artista Nicolás Sarudiansky con extraños looks de factura casera. Del fotógrafo Urko Suaya hay bellas y cuidades imágenes que fusionan espacios y cuerpos perfectos.
También una serie con improntas del gaucho look en versión 2000 estilizadas por Eugenia Rebollini y una secuencia con los actores de El Descueve que resulta algo caprichosa en el formato moda.
De Jorge Pastoriza, uno de los organizadores de los desfiles de la Primera Bienal junto a Dolores Elortondo, sobreviven documentos blanco y negro con planos detalle de vestidos de goma con agujeros by Bunader.
Gustavo Di Mario, un fotógrafo radicado entre Brooklyn y Buenos Aires, es quien mejor representa la estética actual: capaz de remixar un traje Chanel o un Yves Saint Laurent o un vestido Pri con modelos posando en sus entornos cotidianos, por lo general cocinas o un living del Bronx opotreros del conurbano logra extremo glamour pese a la escasez de recursos. Y ésa fue la regla número uno del comienzo del glamour fotográfico, cuando el genial Dior encargó fotografiar sus trajes de ensueño en fondos devastados por la guerra.