Vie 09.07.2010
las12

JUSTICIA

La palabra justa

Dos ex detenidas, querellantes en la causa en la que se investiga el circuito represivo de Zárate-Campana, explican por qué les resulta fundamental apelar el fallo que dejó impunes a los represores Santiago Omar Riveros, Sergio Buitrago y Jorge Bernarda en relación con las violaciones que ellas y otras compañeras y compañeros sufrieron en cautiverio. A Lidia Biscarte y Eva Orifici de Marciano les costó más de treinta años pronunciar esa palabra, violación. Pero ahora saben que esa forma de la tortura merece ser juzgada y sentenciada porque era “uno de los pasos que se seguían para deteriorarte como persona”.

› Por Sonia Tessa

Son dos mujeres muy diferentes, pero las une un afecto entrañable. La China tiene 63 años. En marzo de 1976 era delegada gremial en el puente Zárate-Brazo Largo cuando la patota fue a buscarla a su casilla, se la llevó y dejó a sus cuatro hijos a merced de la solidaridad de los vecinos. La China es visceral. Ella muestra los talones con agujeros producto de la tortura, cuenta detalles horrendos sin dramatizar, apela al humor negro. Eva vive en Del Viso, frente a la escuela pública en la que fue docente durante años, hasta que se jubiló como directora. Junto a su compañero, Alberto Marciano, militaba en Montoneros cuando fueron a buscarlos a su casa, se los llevaron, y dejaron a su hijo Martín, de apenas dos años, solo en una habitación. Sus historias son las de miles de sobrevivientes en todo el país, que afrontaron el miedo y los fantasmas para denunciar el genocidio que sufrieron en sus cuerpos, en sus vidas, como una marca indeleble. Y para honrar a los miles que ya no tienen palabra, a los que sólo les queda la memoria. La China y Eva están hermanadas por haber compartido dos centros clandestinos de detención, así como las cárceles de Olmos y Devoto. Las dos fueron violadas en cautiverio. Como casi todas las prisioneras y muchos prisioneros. Ellas quieren que ese delito sea castigado, que “se sepa” que los represores no sólo secuestraban, robaban, torturaban y mataban, sino que también violaban. “Son unos degenerados y tienen que pagarlo”, dice la China, mientras Eva, una hora después, lo expresa con otras palabras: “Era uno de los pasos que se seguían en relación a cómo deteriorarte como persona. Vos eras una cosa en poder de ellos”.

La China se llama Lidia Biscarte y Eva es Orifici de Marciano. Las dos son querellantes en el juicio a Santiago Omar Riveros, en el que se investiga el circuito represivo de Zárate-Campana. En sus declaraciones relataron las violaciones sufridas, las que escucharon hacia otras prisioneras, las que les relataron compañeras y compañeros de cautiverio. Lo dicen con toda las letras, aunque les costó. La China lo conversó con un compañero que estuvo prisionero, como ella, en el Arsenal Naval de Zárate y escuchó los ultrajes. El la animó a decirlo. En cambio, para Eva, la puerta se abrió en 2004, cuando se concretó la posibilidad de persecución penal por estos delitos. “No es lo mismo decirlo con el único sentido de dejar testimonio, de que se sepa, que cuando sabés que está dirigido a las personas responsables. Ahí es posible que haya una pena por estos hechos”, dice Eva.

Las dos querellantes estuvieron de acuerdo en apelar cuando el juez federal de San Martín, Juan Yalj, consideró que las violaciones fueron “eventuales” y por lo tanto correspondía la falta de mérito para Riveros, Sergio Buitrago y Jorge Bernarda por responsabilidad mediata en las violaciones. Riveros era el jefe de la zona, mientras Buitrago y Bernarda eran los jefes del Arsenal Naval. Pablo Llonto y Ana Oberlin, los abogados querellantes, presentaron una detallada argumentación frente a la Cámara Federal. Allí consideran: “La solicitud de que se revoque la falta de mérito dictada en relación a los abusos sexuales es trascendente. Es extremadamente importante para las víctimas de situaciones como las aquí investigadas que los responsables sean castigados y que lo sean también por estos delitos, no sólo por los otros hechos, como la privación ilegal de libertad y los tormentos. Los delitos contra la integridad sexual generan un daño tan profundo que aún pasados muchísimos años siguen impactando en la subjetividad de quienes los sufrieron, como quedó demostrado con el shock que tuvieron varios de los declarantes al testimoniar o al momento de reconocer los distintos centros de detención donde fueron violados”. Pero la Cámara Federal de San Martín tampoco dio por probada la sistematicidad de los delitos sexuales. Entonces, dos organizaciones de defensa de los derechos de las mujeres, con status consultivo de Naciones Unidas, Cladem e Insgenar, presentaron un dictamen de amicus curiae (amigo del tribunal) donde se argumenta por qué esas violaciones fueron un delito de lesa humanidad, imprescriptible. También la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las causas por violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura, que dirige Jorge Auat, considera que estos crímenes deben recibir el mismo tratamiento que la tortura.

Para Oberlin, es importante que Yalj y la Cámara acepten que la violencia sexual era sistemática, como la tortura. “La decisión del juez es contradictoria, porque los mismos argumentos que utilizó para imputar a acusados como autores mediatos de los tormentos es aplicable a las violaciones. No podemos afirmar que Riveros haya violado, porque las víctimas estaban vendadas y no podían ver a quiénes lo hacían. Pero si Riveros no hubiera puesto los medios materiales y humanos, los tormentos no habrían podido ocurrir. Y lo mismo pasa con las violaciones”, apuntó la abogada de Hijos y de Abuelas de Plaza de Mayo.

Por eso, La China y Eva están dispuestas a descorrer los velos sobre el tema. No pudieron ver a quienes las violaron, pero están dispuestas a hablar, hasta que se haga visible, hasta que la persecución de este delito en el marco de las violaciones a los derechos humanos tenga el lugar que le corresponde.

A Lidia Biscarte le dicen La China desde que era una niña, el apodo se lo puso su papá. Para la patota que la secuestró en su casilla del barrio del puerto, de Zárate, en la noche del 27 de marzo de 1976, ése era su nombre de guerra. Buscaban a la jefa regional del PRT, a quien también le decían La China. Pasa un buen rato de conversación hasta que se saca las medias y muestra las huellas de la tortura en sus talones y pantorrillas, donde faltan pedazos de carne. “Todas las atrocidades que se han narrado son poco”, dice La China para dar una dimensión sobre el dolor padecido. “Hubo un momento en que la tortura no me hacía nada, sentía tal quemazón, tal ardor, todo por dentro, que era todo igual”, relata. Pasó por varios centros clandestinos de detención del circuito de Zárate-Campana. La noche de su secuestro estuvo en la comisaría de Zárate, luego la pasaron a Prefectura de su ciudad. Lo peor de las tremendas torturas sufridas llegó en el Arsenal Naval, y luego en el barco Murature, adonde llevaron a los prisioneros apilados en un lanchón y luego los subieron atados, con una roldana. También los sometían al submarino en el río. Allí, entre decenas de prisioneros, compartió cautiverio con Eva y Alberto. Después, ella fue llevada a Campo de Mayo, adonde la recauchutaron para “blanquearla”. Allí llegó con 33 kilos. También estuvo en el Pozo de Banfield, antes de quedar detenida en Olmos.

Eva es muy calma. Se sienta en un sillón de algarrobo del living de su casa. Homero, el perro, da la bienvenida, y luego se queda tranquilo en el patio. Eva es docente, está jubilada como directora de escuela, pero sigue dando clases. Busca las palabras en su interior. No menciona circunstancias ni detalles, pero se vislumbra el mar de fondo del tema, los recuerdos que se agolpan en la garganta, el dolor. Eva y Alberto tienen dos hijos: Martín, de apenas dos años cuando ellos desaparecieron, y Marcos, que nació en 1984, “con la democracia”. Ellos salieron en libertad condicional en 1982, pero debieron presentar tres garantes no familiares que se hicieran cargo de su libertad. Eva dice que la peor tortura, durante el tiempo que pasaron en centros clandestinos de detención, fue la incertidumbre sobre lo que había pasado con su hijo. Martín estuvo toda la noche del 29 de marzo solo en la casa de Del Viso. Los tres perros que entonces tenía la pareja iban y venían de la casa de los padres de Alberto a la recién devastada por la patota sin cesar. La suegra de Eva no podía saber qué estaban queriendo decirle los animales. Pero un vecino la fue a buscar, le contó que se oían los llantos del niño dentro de la casa. Cuando Eva contó esto en el Juicio por la Verdad, fue un momento de quiebre. “Me lloré todo”, dice ahora.

Después del secuestro, Eva y Alberto fueron llevados a un celular estacionado frente a la comisaría de Escobar, luego a Tiro Federal de Campana. Los centros clandestinos de detención siguientes fueron el Arsenal Naval de Zárate y el Murature. Finalmente, como paso previo a la cárcel, estuvieron en el Pozo de Banfield. Alberto –que se suma al final de la nota– considera que las violaciones fueron “una forma efectiva que se vio en todos los centros clandestinos de detención, de quebrar la voluntad de las compañeras. Una forma más de tortura, con lo que trae aparejado en nuestra cultura, de sometimiento”.

En ese sentido, Eva enmarca la violencia sexual dentro de la mentalidad predominante en las Fuerzas Armadas. “Ellos consideran que la mujer es inferior a los hombres, que no está en condiciones de asumir responsabilidades. Y en nuestro caso, nos habíamos apartado de esas reglas”, dice ahora. En la misma línea, pero con su propio estilo, La China recuerda al director de la cárcel de Devoto, que les gritaba: “Asesinas, guerrilleras, putas”. Las mujeres militantes, esas que ellos querían doblegar a toda costa, habían desobedecido varios mandatos. No sólo cuestionaban el orden social establecido, sino que también echaban por tierra los mandatos ancestrales de género. Para ellas, el mundo privado era insuficiente. Querían ir al mundo público, para cambiarlo. Y lo hacían con convicción.

Entonces, La China no sabía mucho de política, lo aprendió “adentro”, con las compañeras, a las que agradece la solidaridad y las enseñanzas dentro de la prisión. “Yo apenas si sabía escribir. Ellas también me ayudaron a que pudiera seguir caminando”, relata sobre el apoyo de las compañeras de Olmos y Devoto cuando ella, por la infección de las heridas producidas por la tortura, debió ser operada en reiteradas oportunidades.

La China tiene una vitalidad envidiable, es difícil entender de dónde saca la fuerza después de tanto sufrimiento. Es verborrágica, anda con su motito azul por Zárate, trabajando en las villas, a las que dice pertenecer con orgullo, aunque hoy viva en un chalecito humilde al que tuvo que ponerle rejas después de un sugestivo robo. Habla de sus siete hijos y llama a los tres menores “los de la democracia”. Aunque su apariencia jamás permitiría adivinarlo, tiene seis bisnietos. Relata orgullosa que su testimonio está en la página 47 del libro Nunca más, y lamenta no haber participado del Juicio a las Juntas porque ella, que volvió a vivir en la misma villa luego de ser liberada, recibió la citación cuando estaba evacuada porque su casilla se había inundado. Y encontró el papel, flotando en el barro, cuando ya era tarde. Resulta llamativo que se defina como “radical de toda la vida”. Pero no tanto que ahora defienda a Cristina y “el Pingüino”.

Es difícil seguirle el hilo de la conversación a La China. Va y viene en su relato, pero a cada rato vuelve a aflorar el amor: por sus hijos, por su padre, por las compañeras “de las dos organizaciones (Montoneros y ERP)” con las que compartió cautiverio en los centros clandestinos, y luego en las cárceles en Olmos y Devoto. “Cuando veo a los compañeros y compañeras los abrazo. El amor con ellos es otro”, dice. El relato de La China se va por las ramas, bordea el tema de las violaciones, va y vuelve sobre el antes y después de su vida. “Estos se deben estar lamentando de haberme dejado viva”, dice entre risas. Siempre fue de armas llevar, por eso la eligieron como delegada sus compañeras de los sectores de maestranza y cocina en el puente Zárate-Brazo Largo, en 1974. Recuerda con nitidez que por entonces “ya andaba la Triple A” metida en el lugar.

Poco después nació su hijo Gabriel, que estuvo once meses internado. Cuando la patota fue a buscarla a su casa, La China estaba en camisón, con ese hijo en brazos. Así la llevaron, pero luego quedó desnuda, como todos los prisioneros. Según el amicus curiae de Cladem e Insgenar, ésa fue otra forma de violencia sexual.

La pesadilla de La China duró casi cuatro años. Cuando recuerda todo lo ocurrido, La China llora poco. “Me considero súper fuerte”, dice sobre sí misma. Ella empezó a hablar de la violencia sexual cuando dio testimonio en el juicio por Floreal Avellaneda, y le provocó pudor hacerlo delante de dos de sus hijos, que habían ido con ella pero no sabían sobre esa tortura específica. Ella lo habló con Llonto y su propio hijo, que la alentó a ponerle palabras también a ese horror.

Como suele ocurrir con las víctimas de violencia sexual, ella también se pregunta, le busca explicaciones. “Yo no era Marilyn Monroe pero era muy joven”, dice. Ahora, cuando se pone a pensar en el tema, La China apunta otra razón para no haber hecho visible antes este delito. “Nunca ningún juez me preguntó si me habían violado”, dice. Eva tiene una explicación para ese silencio. “A mí me parece que nadie quiere meterse con esta cuestión”, apunta al respecto.

¿Por qué sería más duro hablar de esto que de las otras torturas? La China le pone sus palabras. “Te sentís sucia. Nunca fui a un psicólogo, no me considero enferma, lo que tengo adentro son cosas contenidas, impotencia”, dice de corrido. Por eso La China se presentó frente a los integrantes de la Cámara Federal de San Martín y dio sus propias razones para probar la sistematicidad de las violaciones en los centros clandestinos de detención. Cuando el agua de la pava para los mates dulces que ceba se va terminando, cuenta que a ella le lastimaron brutalmente los genitales. “Me dejaron toda rota, tengo unos surcos por todos lados”, dice con crudeza.

Y ahora que tiene dónde decirlo, La China recuerda las violaciones suyas, de otras compañeras y compañeros. Pero aclara que respeta la decisión de quienes prefieren guardar silencio sobre el tema. Sabe que decirlo es, también, liberador. Aunque sea difícil.

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