EL MEGáFONO)))
› Por Monica Serrapelle
Se nos terminó el Mundial. Durante las semanas previas al partido frente a Alemania se solía escuchar un grito de “goool” en cada esquina de Buenos Aires. Las voces que gritaban no sonaban tan gruesas como las de cada domingo cuando se juega el campeonato local. En época de Mundial el fútbol es para todos –también para las chicas–, mal que les pese a algunos anunciantes que sólo se dirigen como su objetivo al target varonil.
A muchas mujeres nos gusta el fútbol. Aunque no entendamos de tácticas ni de “cambios estratégicos del técnico en función de los rivales”. Pero ¿qué pasa en el momento de jugar? En las escuelas primarias de la ciudad de Buenos Aires, las clases de Educación Física se desarrollan con grupos heterogéneos de nenas y varones (no pasa lo mismo en las medias, en las que, por reglamento, varones y chicas tienen clases por separado y con profes de su sexo). Sin embargo, no todas las actividades del área son para todos.
Cuando se trata de jugar al fútbol, muchos profesores/as eligen separar al grupo. Los varones juegan al fútbol y las nenas, en el mejor de los casos, al voley o se quedan a un costado del patio “mirando”. Podría argumentarse que, ante la diferencia de capacidades, las nenas podrían salir golpeadas, pero la verdad es que nadie nace sabiendo. Sería lo mismo que admitir que una maestra le diera a un grupo de alumnos problemas de regla de tres compuesta, porque está más estimulado en el área de las matemáticas y, a otros, los dejara sumando y restando porque nunca aprendieron, previamente, a hacerlo. Es lo que ocurre cuando se juega al fútbol en la escuela: lo hacen los que ya saben. En otras áreas, la no discriminación a partir de la diferencia de capacidades es el código, mientras que en la Educación Física, en el momento de entrar a la cancha, no se cumple.
A los varones, el aliciente social y cultural los lleva a tener una pelota entre los pies desde que nacen, mientras que a las chicas no. Y si bien cada vez es más común ver chicas pateando una pelota en la plaza, los chicos siguen siendo mayoría y, al llegar a la escuela primaria, esta diferencia cobra una relevancia muy desigual en las habilidades de los géneros.
Además, si una observa la distribución espacial de los alumnos en los patios durante los recreos, ve que el centro de la zona está ocupado por varones que patean “algo” (desde chapitas hasta pelotas de papel). Mientras que las nenas se distribuyen en los alrededores sentadas jugando pasivamente o caminando. ¿Será que a las nenas no les gusta jugar al fútbol? No es lo que ocurre en la mayoría de los casos. En otros, el no haber aprendido significa, también, la imposibilidad de disfrutar.
Muchas mujeres no sabemos. Esto no significa que no podamos jugar y, mucho menos, que no podamos aprender. La consecuencia de todo esto es que, llegadas a la adultez, somos muchas menos las mujeres que tenemos oportunidad de seguir realizando deportes o jugando a algo.
La ciudad de Buenos Aires y mucho más las pequeñas ciudades del interior están llenas de canchitas que se alquilan para jugar al fútbol. Las alquilan varones adultos que jugaron al fútbol desde niños. Ojalá dentro de un par de mundiales las chicas no sólo gritemos goles frente a los televisores, sino que, también, ya estén preparadas muchas que puedan hacerlo dentro de alguna cancha.
* Profesora de Educación Física.
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