PERFILES
Ana Gloria Moya es abogada, a la sazón defensora oficial en su provincia, Salta, donde el destino le puso en el camino, para defenderlo, a Simón Hoyos. Es además escritora: su libro “Cielo de tambores” ganó el concurso mexicano Sor Juana Inés de la Cruz.
› Por María Moreno
Uno tira, no siembra. Después
ve qué pasa”, dijo la doctora Ana Gloria Moya, defensora oficial
penal en Salta, y siguió avanzando en un trámite promocional propio
de su vida paralela, la literatura. Su novela Cielo de tambores había
ganado el Primer Premio Pro Cultura Salta (2001) y se iba a tirar el lance –”soy
de una ignorancia atrevida”– de enviarla al Premio Sor Juana Inés
de la Cruz, que se hace en Guadalajara, cada año. Antes había
dudado. ¿Qué tenían que ver las míticas niñas
de Vilcapugio y Ayohuma en las leyes estéticas de un concurso latinoamericano?
Ella se había devorado todo Fuentes, todo Rulfo y, por supuesto, todo
García Márquez ya cuando era la espiona de la librería
y editorial de su padre, Atenas. Y lo siguió haciendo cuando fue estudiante
de abogacía en un cuarto piso de la ciudad de Tucumán, donde de
vez en cuando había que tirarse al piso bajo la luz de los helicópteros,
durante la dictadura. Pero acaso ese norte querido que la vio trasladarse de
Tucumán a Salta, cuando aún pensaba que podía ejercer la
ley en las comodidades de lo civil y comercial, no estuvo siempre más
cerca del Alto Perú, que de ese Buenos Aires “donde Belgrano dormía
mientras allá arriba Güemes suplicaba pólvora”.
El problema es que la encomienda para hacer el envío costaba $ 100. Demasiado
para una separada con cuatro hijos, sobreviviente de una grave enfermedad de
la que no quiere hoy hablar, pero que convirtió la escritura en una catarsis
y la espera angustiosa de un análisis en la esperanza de ganar un concurso.
Entonces, fue a la librería, cobró nueve ejemplares vendidos de
su Cielo de tambores y llegó a los $ 100. Ganó.
Cielo de tambores rompe la habitual linealidad de las novelas históricas
para funcionar a través de un contrapunto de voces. Voces que se levantan
contra la historia oficial desde la pasión y la bastardía. Es
la historia de la mulata María Kumba, enrolada en el ejército
de Belgrano durante la liberación del norte y de su amante Gregorio Rivas,
enemigo de aquél. Poco antes de la aparición de Cielo de tambores,
el nombre de Ana Gloria Moya apareció en los diarios asociado con el
caso del abusador Simón Hoyos.
–Yo fui la hija tonta de Murphy. Suele haber 15 días de competencia
de tal juez, tal fiscal y tal defensor. Me acuerdo que era el día del
casamiento de la hija de la jueza de delitos leves. Y yo pensaba “seguro
que le toca a la hija tonta de Murphy”. Y le tocó. El abogado personal
de Hoyos renunció, y por un derecho constitucional que indica que nadie
puede estar sometido a un proceso sin defensa convergimos él y yo.
–En los medios se difundieron amagos de una defensa en nombre del relativismo
cultural. El paternalismo puede implicar todo.
–Hoyos no es un patrón querido. Está el patrón que
presta su auto porque el peón tiene su hijo enfermo y a lo mejor, le
paga los estudios en la universidad. Pero no hay una sola cara. Ojalá
la hubiera. Porque hay lugares donde el patrón paga con vales para que
compren en el almacén de su propiedad. Es cierto que cuando muere un
terrateniente, uno puede leer en el aviso “su hija en el afecto” y
es una que ha criado, que quizás lo acompañó en la enfermedad
hasta el final. También en la esclavitud, el esclavo integraba la familia.
–También en el caso Hoyos se habló de la rameada, para situar
determinado espacio cultural.
–En la rameada se baila, se toma mucha chicha. Hay chicas casaderas, barras
de muchachos. Es el espacio del juego sexual. Si no, ¿cómo pueden
seducirse personas que no hablan, que están mimetizadas con el paisaje
de altura, invitándose a tomar un café? ¿Escribiendo un
poema? No hay tiempo, porque hay que ir a cuidar las cabras. A veces la pastora
y el pastor están separados por diez kilómetros de subida. La
rameada es el momento donde un muchacho se lleva a una chica con la cual ha
estado todo el año presumiendo. Puede haber violencia, pero no como resultado
del ritual. Cuando se les dice a las viejas que ya han tenido muchas rameadas
en su vida, ellas se ríen. Por supuesto, defendamos a la chica que no
quería, pero la mayoría se deja ramear porque quiere. Ramear significa
arrastrar. Alude a que se las llevan rameando. “Las han rameado entre los
yuyos” dicen ellos. Por supuesto que nueve meses después nace un
niño. También después de la rameada se suele iniciar una
convivencia. No tiene nada que ver con el derecho de pernada de los señores
feudales en Europa que tomaban a todas las hijas de los siervos. Como Hoyos.
La abogada del silencio
Ningún
realismo mágico puede competir con la realidad de esta abogada que trabaja
como Defensora Oficial Penal y coordina un taller literario en el Servicio Penitenciario
de Salta.
–Entré aterrada en el derecho penal. Luego mi trabajo de Defensora
Oficial se convirtió en una pasión. Porque cuando al dolor, al
nombre y al apellido, le ponés cara y la mirás, ya no te podés
zafar. Hasta del violador, que a lo mejor fue a su vez violado a lo largo de
toda la vida. A menudo el acusado ha estado machado y no se acuerda de nada.
Entonces, como en mi novela se trata de reconstruir hechos. Qué dice
el informe policial, qué dicen los testigos, si hay manchas de sangre
en la ropa, si hubo cerca un cuchillo o un revólver. O si alguien es
acusado porque es petiso y morochito, es decir por portación de rostro,
como dice Elías Neuman. Había uno que tenía una macha que
no se acordaba de nada. Estaba sentado en el cordón de la vereda cuando
se robaron una rueda. Lo acusaron. Y lo único que nos decía era
“la bicicleta, labicicleta quedó en la calle”. En realidad
estaban robando al lado y él, de la macha, se había caído
ahí.
–¿Se consume mucho alcohol y droga?
–Más alcohol y en todas las clases sociales. Pero yo trato con los
olvidados. Voy allí donde se mantienen los ritos y las costumbres de
los indios, de los dueños de la tierra. Y donde nosotros seguimos siendo
el invasor, el que va a imponer otra ley. Santa Victoria Oeste, El Nazareno,
Iruya son lugares adonde yo he ido precisamente con la ley. A Iruya fui como
secretaria por un cargo de homicidio. Subí en un vehículo todo
terreno a ese lugar a mil metros sobre el nivel del mar –hay momentos del
viaje en que ves los cóndores y las nubes debajo–. ¿Qué
había pasado? Era carnaval. Estaban todos machados. Había una
pareja. El bailaba con otras mujeres –nada distinto que en el resto del
mundo–. Ella se puso celosa, decidió suicidarse y se tiró
por la pendiente. No se dio cuenta de que tenía el hijo en la espalda.
Murió el bebé y ella no. Ibamos entre otros un asistente social
y un psicólogo. La llevamos detenida a la ciudad, embarazada de seis
meses. Subimos al vehículo y cuando quisimos darnos cuenta vimos al marido
corriendo detrás. Nunca entendió por qué la llevaban. Por
qué era castigada. Esta mujer terminó dando a luz en El Buen Pastor
–en esa época no había Servicio Penitenciario– y con
el marido, allí sentado en cuclillas, como un perrito esperando el resultado
del juicio. Fue muy fácil defenderla porque ella nunca registró
que tenía el hijo atrás. Sintió dolor, pero no se sintió
culpable. Sencillamente ella no sabía que lo tenía a la espalda.
Lo tenía incorporado como un cordón umbilical, como al hijo que
se lleva en el vientre. Nunca habló. Mi contacto fue a través
de la mirada, una galletita, un abrazo que ella rehusó. Es así.
Los olvidados son silenciosos. Cuando se hacen los estudios antropológicos
correspondientes se comprende que para esta gente es más dramático
perder una oveja que un hijo.
–Edward Shorter en “El nacimiento de la familia moderna”, en
su análisis de la sensibilidad popular en el siglo XVlll presenta innumerables
documentos sobre el duelo prolongado, que el campesino francés hace de
su caballo muerto y no ante un hijo.
–Es que, mientras que la oveja les da la lana y les da la leche, ellos
tienen tantos hijos que están acostumbrados a que se mueran y haya una
boca menos. Esto no es falta de sensibilidad sino que el niño muerto
pasa a ser el angelito al que se le hace el velorio. Entonces ¿cómo
te manejás vos con esos patrones? ¿Cómo aplicás
el peso de la ley? Otra vez fuimos a El Nazareno, un lugar soñado por
la belleza del paisaje, donde las casas se mantienen colgadas de las laderas
de los cerros y como son de adobe que está hecho con la tierra del cerro,
parece que el cerro hubiera tomado relieve y adoptado forma de casas. Se pensaba
en un caso de “sedición” o de “ataque a la propiedad privada”
porque un grupo de trabajadores municipales había tenido conflicto con
los salarios y se habían “producido desórdenes en la vía
pública”. ¿Qué había pasado en realidad? Cuatro
personas de la municipalidad de Nazareno y luego de ver un poco –porque
alguna que otra televisión hay donde ver la noticia de una olla popular–
hicieron un locro frente a la municipalidad adonde hacía seis meses que
no les pagaban.
–En el espacio público del cerro.
–Pero manifestaron. Eso es lo importante. Yo les decía “no
se avergüencen”. Habrán sido a lo sumo tres familias, porque
encima era domingo. Tampoco era una toma porque se podía entrar y salir.
El grupo no daba ni para una cadena humana que impidiera el paso. O sea que
no era invasión a la propiedad. Ellos no podían entender qué
habían hecho. Y de paso, ya que el tribunal se constituyó allá,
se trató un caso de homicidio culposo. Y hubo también la denuncia
de un cura porque le habían robado las imágenes de la capilla.
Había sido un coya con un delirio místico, pero con mucha influencia
de los evangelistas. Nos vino a ver con su Biblia bajo el brazo. Le preguntamos
“¿Usted las robó?”. “No, no las robé. Mi
padre las donó a la Iglesia y yo que me he transformado a la religión
evangelista, consideré que no había que adorar falsos ídolos.
Porque Isaías dijo, bla, bla,bla ...
–Además las imágenes eran de su padre.
–Es decir que un coya acusaba a la Iglesia de idolatría. Me acuerdo
de una inimputable, una mujer que había sido prostituta y que estaba
internada en el manicomio. Ella soñaba con tener, para cuando cumpliera
sesenta años, un vestido rojo de tul y zapatos haciendo juego. Entonces
los locos empezaron a juntar moneditas y cuando ella cumplió años
le regalaron el vestido y los zapatos. A los cinco días se murió.
Hay otro mundo y otra ley detrás de las rejas. Adonde no hay realismo
mágico, hay realidad y hay magia, pero también puede haber denuncia.
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