POLíTICA
un zapping tortuoso
› Por Nora Veiras
Un ataúd con cuerpitos amontonados, cubiertos de sangre, mutilados. Un padre sin rumbo ni destino que sólo puede gritar su dolor en medio de la desolación. Esa es apenas una de las imágenes que deja entrever la sinrazón de la invasión de Estados Unidos y Gran Bretaña a Irak. Es la escenificación inapelable del Mal. Es tal la desmesura de la barbarie que torna insignificante todo lo que sigue sucediendo fuera del teatro de operaciones. Pero... siguen sucediendo cosas: en la Argentina, nada más y nada menos que la quinta elección presidencial en los primeros veinte años consecutivos de democracia.
El 20 de marzo, el presidente George W. Bush anunció el lanzamiento de misiles sobre objetivos “selectos”, por supuesto, para “seguir adelante nuestra campaña por la paz”. El mesianismo de quien llegó a la cúspide del poder mundial mediante un primitivo fraude electoral invadió desde entonces la agenda de los medios. Más allá de toda manipulación –o intento de– es imposible abstraerse a los reportes desde Bagdad. “A los programas informativos los salvó la guerra”, explica brutal un periodista mientras compara planillas de rating. Si los comicios nacionales generaban cero adrenalina antes del Día D, a veintitrés días la tendencia no se revierte. Según una encuesta de Hugo Haime, la mitad de la población manifiesta poco interés en las elecciones del 27 de abril. Otro sondeo, de Graciela Römer, da una de las respuestas a tan poco entusiasmo: más de siete de cada diez personas cree que no va a cambiar nada después de depositar el voto. Si la cantidad de la oferta se correspondiera con la variedad de propuestas equivalentes, el descreimiento no tendría razón de ser: dieciséis fórmulas aspiran a seducir a 24 millones de electores. Pero es tal la apatía que por primera vez se anunció que se les pagarán 100 pesos a los que ocupen el cargo de presidente de mesa en los comicios. Una fortuna si se tiene en cuenta que un Plan Jefe/a de Hogar se completa con 50 pesos más.
“A veces me vienen a la mente ideas que no comparto”, dice Woody Allen en una de sus viejas películas. Es fácil caer en la tentación del desánimo cuando el zapping nos pasea entre los efectos de los misiles Tomahawk y un decrépito Carlos Menem caminando en una especie de cementerio privado invocando inescrupuloso –como siempre– el dolor por la muerte de su hijo para mimetizarse con el sufrimiento de sus posibles votantes. Y ese desánimo, que muchos nos resistimos a compartir, muta en desesperación cuando aparecen los “Padres de la Patria” –los senadores– justificando la salvación de Luis Barrionuevo para que siga enalteciendo a ese cuerpo después del escándalo de la quema de urnas en Catamarca. Se encuentra, eso sí, cierto consuelo al ver que Luisito vuelve a las fuentes y anuncia su retorno para convertirse otra vez en “el recontraalcahuete” del riojano.
Entre otras cosas, para eso sirve acercarse al Día D de la elección nacional: ante la situación límite queda poco margen para el disimulo. Los alineamientos se transparentan y como le pasa al doctor Grondona con la invasión –perdón, la guerra– no hay falacia que pueda tapar la justificación del genocidio. Y eso, por suerte, también se refleja en el rating.
Canal 9 está desesperado por la audiencia que se desmorona al ritmo de su apoyo al operativo para “la liberación de Irak”.
En tres semanas, y a ocho meses de cumplir veinte años de democracia, los votantes elegirán una nueva cabeza del Poder Ejecutivo. Sí, sólo esose renueva. Es muy poco en un país donde la renuncia del último presidente elegido se produjo después de la muerte de unas treinta de personas, donde la desocupación está contenida apenas por debajo del 20 por ciento gracias al corset de los planes sociales, donde más de la mitad de los chicos son pobres y donde la Justicia habilita a candidatos que deberían estar presos. Es muy poco, pero es mucho: es la oportunidad de hacer pesar la opinión de cada uno. Como sucede con el ataque a Irak, sólo queda confiar en la racionalidad de los millones de personas movilizadas para cambiar lo que está sucediendo. La irracionalidad de la masacre ya está demostrada.