DVD
Una película norteamericana independiente y de bajo presupuesto que, a través de una adorable ladrona que se dedica a su métier por adrenalina, logra retratar la neurosis de las grandes urbes.
› Por D. C.
The Pleasure of Being Robbed, título original de la película que el sello criollo Transeuropa rebautizó como Mi adorable ladrona, sorprendió a más de uno en la sección Quincena de Realizadores del Festival de Cannes de 2008. Indie pura cepa, rodada en 16 mm, cámara titubeante y desprolija y locaciones que, muy probablemente, hayan sido usadas de forma clandestina. Todo el espíritu del “Hazlo tú mismo” da el presente en la ópera prima de Joshua Safdie, una producción de magro –magrísimo– presupuesto realizada al mejor estilo “guerrilla” y con la campaña publicitaria del boca en boca. Su director, que anda por los veintitantos, ya es un ítem obligatorio en la lista de los nuevos realizadores independientes neoyorquinos.
La desfachatez de Eleonore (que en la vida real se llama Eleonore Hendricks y también es coguionista del film) y el aire amateur sobrevuelan las escenas convirtiéndola en una joyita del under de lo under. Este especimen de un cine subterráneo norteamericano, que raramente llega a nuestras latitudes, salió hace poco tiempo directo en DVD después de su paso relámpago por el Bafici versión 2009. Allí, al año siguiente, también pudo verse la película que Safdie dirigió junto a su hermano Ben y que se jactaba de tener mucho de autobiográfica: Go get some Rosemary, una historia que narraba con ternura las metidas de pata de un padre divorciado más inmaduro que sus hijos en edad escolar.
La antiheroína que Safdie pinta en su película siempre cae parada por su carisma, don natural que le tocó en suerte. Hasta a sus víctimas les resulta imposible enojarse con ella porque, si hay algo que le sobra a esta carterista, es labia y frescura. No roba por necesidad o, por lo menos, no por necesidad económica. Delinque sólo para pasar el rato, por la curiosidad de revisar la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, y por adrenalina sin más. Además de su protagonista, Mi adorable ladrona despliega un mapa de personajes excéntricos e infantiles en plena adultez. Por momentos, el film parece un tratado acerca de las extravagancias y neurosis de los habitantes de las grandes urbes entre los cuales la nomenclatura de “loco” es sólo una cuestión de grado. Eleonore, cleptómana tan compulsiva como simpática, toma nota mental de tanto freak suelto pero inofensivo. Y, así, desfilan por las calles seres como el que pasea un bolso de cuero cual mascota, con suma seriedad. Otro borrachín que, presa de un arrebato, entra sorpresivamente a un bar y se ofrece a pagar los tragos a todos los presentes hasta que se arrepiente cuando ve que son muchos. O un divagante que saluda, repartiendo halagos, a todo bicho que camina por la Gran Manzana, y más.
Mi adorable... podría verse como una seguidilla de chistes sin remate. Con esa comicidad de lo que es un poco absurdo. Los personajes van por la vida sin un itinerario fijo, sin rumbo y sin prisa. Matando las horas de un domingo constante. Los tiempos muertos (muertos, sí, pero no vacíos) son de esos que vale la pena contar: tienen textura, sabor y música de jazz. También hace pensar en las crónicas del merodeo que atestaban los guiones del cine post ‘60.
Eleonore es chica de vicios extravagantes como el tráfico de mascotas, el manejo de autos malversados o la práctica del ping pong profesional (pero sin saber ni siquiera cómo agarrar la paleta). Prefiere el ocio contemplativo. Nos importa poco si trabaja y/o estudia porque lo que llega a nuestras manos es solamente un retrato de su vagabundeo, de las siestas y paseos. Pero esta ladrona incipiente no tiene ni un pelo de tonta, no podría haber elegido mejor lugar para vagar, Nueva York, que parece la coprotagonista de la cinta. Un día sin ningún atractivo particular, este bicho de ciudad se encuentra en la calle con otro bicho de ciudad. Un amigo transeúnte (el mismo Joshua Safdie en persona) que compone, al igual que ella, una suerte de híbrido de chico de clase media y neo-nómada. A falta de mejores planes, dejan morir la noche entre un recorrido por la autopista Boston-Nueva York, chiquilinadas en una estación de servicio y una casería de moscas.
Mi adorable... es una película tan errante como su personaje principal, con tomas resbaladizas y sonido sucio. Por momentos, parece un diccionario pocket de cine moderno. Con la acción, al parecer, empantanada, sólo queda una rendija que invita a espiar el mundo privado de esta criatura querible. El ¿clímax?, una escena surrealista en la que Eleonore encuentra cinco minutos de plenitud nadando a la par de un pingüino y un oso polar de peluche gigantesco. Una historia gasolera e intimista para reavivar al niño que todos llevamos dentro. O, también, una pequeña muestra de una juventud norteamericana que, con más interrogantes que certezas, tiene un ojo atento para la belleza simplona de los días cualquiera.
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