TEATRO
El excéntrico y genial cantante Miguel de Molina, exiliado en Buenos Aires en 1942, vuelve a vivir y a cantar en la obra Tatuaje, de Alfredo Arias, donde se desdobla en tres Miguelitos Maravillas y se topa con tres damas poderosas: Evita, Conchita Piquer y la oligarca Malena.
› Por Moira Soto
Como en una de esas ensoñaciones dirigidas que se tienen cuando el dormir es liviano y permite elegir placenteramente, caprichosamente los rumbos de una fantasía, así Alfredo Arias reescribe, reinventa la historia dulce y amarga de Miguel de Molina, el extraordinario cantante que hacía creer –gracias a su interpretación– que era capaz de contar la arena del mar por un amor perdido, y que se convierte en pieza clave del universo de infancia del dramaturgo, director y actor afincado en Francia. País donde a este espectáculo titulado Tatuaje acaso lo llamarían rêverie, aludiendo a esa actividad mental consciente pero sometida a dictados subjetivos, afectivos, sensoriales. Al decir de Victor Hugo, si el pensamiento es de la inteligencia, la rêverie es de la voluptuosidad... Claro que en esta obra de Arias, tan elaborada y decantada en todos sus rubros, podría más bien hablarse de una inteligencia voluptuosa que sabe llevar a escena mitos personales y a la vez públicos, con esa capacidad de los ilusionistas de volver creíble un artilugio, de maravillar con un truco que siempre es teatral, porque se trata de una representación.
Y justamente en Tatuaje tenemos a tres Miguelitos Maravillas rescatados de la muerte, unos de los cuales, a cargo del propio Arias, es el relator, el timonel que conduce el relato no sin que se le vaya un poco de las manos en algún momento (“¿Qué hace aquí Conchita, mi rival?”, se sorprende en los primeros tramos. “Su recuerdo agita mi castañuela paranoica”). El otro mito que Arias convoca para reunirlo con Miguel de Molina es Eva Perón en una visión rutilante y etérea, aguerrida y barriobajera. Porque si bien MiguelitoRelator anuncia desde el arranque que la obra “se basa en acontecimientos reales”, todo lo que se narra sobre el escenario del Alvear está pasado una y otra vez por el tamiz Arias: por sus recuerdos idealizados, por su zarpada, infalible asociación de ideas, de temas, de músicas que tanto enriquecen y dan espesor a Tatuaje. Un espectáculo donde todo entra en conjunción: el despampanante vestuario de Pablo Ramírez, los arreglos de Diego Vila, las luces de Gonzalo Córdova. Y, desde luego, las cabales actuaciones de Carlos Casella, Marcos Montes y el propio Arias (los tres Miguelitos), de las estupendas Alejandra Radano (Conchita Piquer y Malena, la oligarca enamorada del cantante) y Sandra Guida (Evita como hada madrina del cantante). Ambas actrices y cantantes en un altísimo momento de madurez profesional y rendimiento artístico.
“Todos los temas musicales tienen un discurso atrás, van tejiendo un crochet perfecto”, dice Alejandra Radano, quien alterna las funciones de Tatuaje con los ensayos de su propio espectáculo en sociedad con Diego Vila, La inhumana, teatro musical de inspiración futurista, más cerca de lo que sería la banda sonora de una película como concepto de dramaturgia, con Gonzalo Córdova haciendo puesta y escenografía, Pablo Ramírez diseñando los trajes y el lujo adicional de una obra invitada (Joan Crawford, de Pablo Rotemberg). “Miguel de Molina fue alguien que hizo una búsqueda, que innovó. Tatuaje lo actualiza, lo cuenta en presente. Un artista narrando a otro artista: creo que hay una zona de identificación de Alfredo con Miguel. La frase acerca de que cuando uno tiene dos patrias, la primera no logra dejar a la segunda, podría ser de Alfredo.
–Por eso el parentesco, la relación con David Bowie, con Marlene, que se anima a hacer con tanto acierto Alfredo. Gente que se construye un muñeco y van por ahí, por la vida artística sosteniéndolo...
–(Risas.) Sí, me quedé con un pedazo de campo encima... Lo de la vaca está ligado con esta visión surreal que tiene Alfredo de los personajes. Malena existió, Miguel la nombra en su libro Botín de guerra, aunque no menciona, creo que por discreción, su apellido. Ella hizo la ruta detrás de él: va a Barcelona, a México y después viene a la Argentina. Quizás estaba un poco loca, quizás estaba sinceramente enamorada...
–Claro que sí. Malena fue igualmente tenaz, ayudó mucho a Miguel en lo económico. En un momento, él consiente en casarse con ella, pero huye el día de la boda.
–En la obra tiene ese enfoque, sí. Aunque Miguel de Molina se haya perseguido alguna vez con Conchita porque era una rival muy fuerte, al final del libro desmiente un poco esas acusaciones. En sus últimos tiempos, cuando los periodistas lo llamaban, él aclaraba que la había ayudado en unas bulerías, daba algunos detalles sobre ella pero negaba la enemistad, que ella lo hubiese denunciado.
–En realidad, ella hace temas que él ya había presentado, no al revés. Tatuaje es una licencia que se permite Alfredo, porque Miguel no cantó ese tema. De todos modos, estas libertades parten de un rigor histórico. Por lo que a mí me toca, estos personajes que hago, Conchita y Malena, tienen carácter de estampas, sin un desarrollo psicológico. A través de mi presencia, de los números musicales, estoy ilustrando, subrayando lo que Miguel relator va contando.
–A mí todas esas cantantes me encantan, toda la época del cuplé me fascina; la poesía de algunas letras es riquísima. Me atrae esa forma de cantar, la historia de las cupletistas, mujeres que habrían querido ser cantantes de ópera y que desembarcaron en el género frívolo. Yo también deseé ser cantante lírica y aquí estoy, en este género que tiene lo suyo y que no es tan sencillo de hacer. Exige mucha ductilidad. Particularmente en Tatuaje hago estos saltos con respecto a la voz, algo que siempre me gustó transitar: Alfredo lo utiliza y yo, feliz. A mí lo que me interesa de sus relatos es cómo logra que algo que puede parecer pasatista en primera instancia deviene en sus manos más serio y profundo. Acá se habla de los desclasados, de gente marginal, discriminada, a través de Miguel y de Evita. En el caso de él, que perseguido y exiliado se defendió con su voz y su arte frágil y exquisito para dar batalla en este mundo. En Evita también había algo de tener el mundo como escenario, ella que había querido ser actriz.
–Y Malena además canta “Pasional”, “Noche de abril” con su bombo a cuestas. Y, al final, cuando Miguel imagina que se vuelve loca y se convierte en vedette, hay un hallazgo, el tema “Fácilmente”, que hacía Nélida Lobato, alguien también del género frívolo.
–Con Sandra venimos trabajando hace muchos años. Cuando terminamos Chicago, yo me voy a París a actuar con Alfredo, y Sandra se va a México con el musical. Después nos encontramos en Concha bonita, la versión italiana. Ella se incorpora bastante a la compañía, hacemos varias obras juntas. Una de las cuales, Cabaret Tango Broadway, a solas con un pianista. Ahí también Alfredo nos construyó un marco para estar en su teatro musical, en la visión hiperecléctica que él tiene, donde vamos de números de Chicago hasta temas de un grupo de rock francés, Nouvelle Vague, que reversiona clásicos del rock. Es fantástico poder incursionar por todo ese repertorio y es bárbaro trabajar con Sandra. Con los años todo se va afianzando, estamos en continuo aprendizaje, nos llevamos muy bien, somos muy amigas. Todo eso suma en nuestro caso. ¤
Tatuaje, miércoles a sábados a las 21, domingos a las 19.30 en el Teatro Presidente Alvear, Corrientes 1659, 4373-4252, a $50, los miércoles a $ 25.
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