Vie 20.08.2010
las12

RESISTENCIAS

Luche y ame

La marcha nupcial fue, por lo menos, curiosa: “Paro y movilización”, coreó el grupo que esperaba en la puerta a las dos mujeres que se habían convertido en matrimonio después de años de militancia compartida tanto en el gremio de salud como en el activismo lésbico. No fue exactamente un canto romántico para escoltar a las novias pero sí un recordatorio de aquello que hace la vida intensa, desde el tiempo compartido con otros y otras hasta lo que puede conseguirse con el compromiso colectivo.

› Por Sonia Tessa

El viernes 30 de julio, Ana Romero amaneció con 40 grados de fiebre. Su compañera desde hace 14 años, Nélida Ruiz Díaz, ni siquiera contempló la posibilidad de llegar hasta el Registro Civil que funciona a pocas cuadras de su casa para conseguir el turno. Pidió el día en su trabajo de enfermera en un hospital municipal y se dedicó a cuidarla, a ponerle paños fríos para bajar la temperatura, a buscar remedios para los dolores que provoca el cáncer de pulmón detectado en marzo. Para Ana, sin embargo, fue casi una afrenta. Estaba tan ansiosa por casarse, por formalizar con una libreta que le diga al mundo para siempre el verdadero carácter de su unión, que comenzó a hostigarla. Desde la cama, mientras Nélida iba y venía por la casa que levantaron juntas, Ana le reprochaba la dilación. Hacía berrinches, dice Nélida unos días después. No sólo le reprochaba a su compañera, también se quejaba frente a sus entrañables amigos María Lozano y Jorge Gonzalvez, testigos de la boda. Fue tanta la insistencia, que el lunes siguiente, mientras Ana recibía su sesión de quimioterapia, Nélida decidió llegar al Centro Municipal de Distrito Sudoeste para conseguir el ansiado turno. Es que Ana, en ese doloroso, insoportable, trance de recibir las drogas por un cañito que se mete en el brazo, le decía: “Andá, andá ahora”.

Tanto deseo se concretó el viernes pasado, en la sala circular del edificio proyectado por César Pelli, en el mismo lugar donde se levantó Acindar, hace muchos años. El sol entibió el mediodía, después de varios días de ola polar. El barrio donde está el edificio se llama como la fábrica, y las dos enfermeras de hospitales públicos viven allí cerca desde hace mucho tiempo. Fue la casa proyectada y construida en común.

Desde que se enfermó, Ana se aisló de amigos y compañeros. Pero se las ingenió, pese a los dolores, para transitar estudios de abogados, pedir información sobre el destino de los bienes. También averiguó sobre la cremación. Su principal deseo era que su esposa lo fuera también para la ley. Los médicos le aseguran que tiene posibilidades de sobrevivir, pero ella no parece creerles del todo. Con mucha ternura, Nélida le dice –con un pequeño dejo de reproche– que se entregó a partir del diagnóstico. Ana baja la cabeza, Nélida la acaricia.

Ana, de 49 años, y Nélida, de 46, se conocieron militando en el Colectivo Arco Iris, un grupo de gays y lesbianas que comenzó a hacer visible la diversidad sexual en las paredes de Rosario a principios de los ’90. Corría 1993 cuando se animaron a llegar a ese grupo, cada una por su cuenta. El suyo fue lo menos parecido a amor a primera vista que se recuerde. Aunque algunos compañeros de militancia, como Guillermo Lovagnini y Eric, estaban convencidos de que se había formado una pareja, remedando a Roberto Galán. Ellas no lo creían así, pero cedieron a la insistencia. Ana la invitó a tomar un café, para sondear. Nélida fue clara: estaba muy bien sola, no necesitaba una pareja. Ana se fue bastante enojada de esa primera cita. Pensó: “Esta se cree que cualquiera la va a correr”. Pasó bastante tiempo hasta que Nélida la invitó a la casa, pero las declaraciones de amor demoraron más en llegar. Más bien light, al principio. Ahora, Ana dice que siente que estuvo preparándose toda la vida para el encuentro con Nélida. Todo lo que había soñado sobre el amor, se corporizó en ella. “Me hizo sentir una mujer plena. Incluso, eso que nos mete el machismo en la cabeza, la cuestión de los hijos, un día me vi llorando por no poder darle un hijo a ella. Para mí fue lo más puro del amor”, dice Ana, en un gran esfuerzo para hablar. Nélida se emociona, aunque es más bien parca, y elige retacear sus sentimientos a la vista del público.

Aunque la enfermedad haya sido insoslayable en los últimos meses, Nélida y Ana sonreían con ganas el día del matrimonio. Estaban emocionadas. La ceremonia fue breve. Nélida se había puesto una chalina gris, con hilos brillantes, y un prendedor verde. Ana llevaba una pashmina color crudo, a tono con el sombrero, sostenida con un prendedor con la figura del hipocampo. Hasta último momento hubiera querido conseguirlos como souvenires, ya que las dos tienen tatuado un hipocampo en el hombro, una forma de sellar el amor mucho más indeleble que el anillo. Tuvo que conformarse con el prendedor.

En el casamiento estuvieron las activistas lesbianas de la ciudad transidas de orgullo y emoción, aunque no pudieran ocultar la pena por las dificultades para caminar de Ana, tan querida y respetada. Nélida dejó el activismo después de formar su pareja, convencida de la necesidad de abocarse al proyecto común con alma y vida. También estaban los compañeros de militancia gremial de Ana, delegada de Ate Salud, pionera en el reclamo por la incorporación de los derechos de las parejas del mismo sexo en la discusión paritaria. Tanto es así que a la hora de la foto con sus compañeros del sindicato, la canción que cantaron en el pasillo del Centro Municipal de Distrito fue “oh, oh, oh, oh, paro y movilización”. No tenían nada más romántico en el repertorio, porque sus compañeras y compañeros sentían que así le hacían honor a una luchadora infatigable.

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