PANTALLA PLANA
Arranca la segunda temporada de Capadocia, una serie producida y realizada en México con espectacular despliegue, que da cuenta del plus de injusticia y discriminación que recae sobre las mujeres que han delinquido, cualquiera sea su falta.
› Por Moira Soto
En una antigua región del Asia Menor, a orillas del Termodonte, tenían su territorio las amazonas, mujeres guerreras y cazadoras que no se achicaban ante grandes héroes –Heracles, Teseo, Aquiles– y que cayeron dando batalla hasta el último aliento. Estas chicas bravías rendían culto a Artemis, tomaban a los hombres para reproducirse y luego los mandaban a paseo; si de esos acercamientos nacía una niña, la guardaban; si se trataba de un varón, lo eliminaban o se lo remitían al correspondiente padre. El recio perfil de las amazonas causaba admiración y recelo en la Grecia clásica, donde persistió largamente la creencia en este matriarcado que, obvio es decirlo, marcaba un contraste muy fuerte con el papel de las mujeres griegas, domesticadas, guardadas en sus casas, silenciadas.
Milenios más tarde, en este siglo y en la Ciudad de México, se inaugura una cárcel de diseño, privatizada pero regida por el gobierno local, cuyo objetivo en los papeles es respetar los derechos humanos y favorecer la reinserción de las reclusas. Porque Capadocia es, irónicamente, una ciudad cerrada de mujeres cautivas pagando condenas por delitos mayores y menores. Mujeres que en algunos casos se vuelven guerreras para marcar su territorio, e incluso reconocen a una reina, que no se llama Pentesilea –como la que mató Aquiles– sino la Bambi (poderosa interpretación de Cecilia Suárez). Esto se supo en la primera temporada de la serie Capadocia, una producción de HBO Latin Group realizada con enorme despliegue material y la participación de gran cantidad de actrices y actores, además de numeroso personal mexicano en los rubros técnicos. Un proyecto espectacular que, aparte de poner al descubierto la discriminación específica que sufren las mujeres que han delinquido, formula una denuncia contundente sobre la corrupción política, judicial, empresarial, la connivencia de las clases dirigentes con los narcos y el pingüe negocio esclavo de las cárceles privadas. Tema con deplorables antecedentes en los Estados Unidos, donde se ha demostrado que estos lucrativos emprendimientos, lejos de toda función rehabilitadora, contribuyen a la criminalización de la población marginada, particularmente de los negros (la proporción es de 4 a 1 en las prisiones).
En Capadocia, la cárcel pretendidamente modelo, hay grandes intereses en pugna, de mayor peso por el lado de los villanos (empresarios, jueces, alguna guardiacárcel) que por el de los buenos, entre los que figura al frente una buena que no es precisamente un dechado de virtudes. Se trata de Teresa, una abogada de ideas feministas, especialista en derechos humanos, de corazón compasivo y mucho espíritu de lucha para defender sus principios. Empero, su omnipotencia no le alcanza para percibir a tiempo la crisis de su hija mayor, ni para preservarse de tener relaciones sexuales con uno de sus alumnos, del que ni siquiera está enamorada y que le traerá graves complicaciones. Teresa, separada del gobernador de la ciudad, Santiago, acepta ser directora de Capadocia, cargo que comparte –en el área de seguridad– con Isabel, una mujer de formación militar, con una amazona tatuada en el hombro. Esa figura fue lo único que vio Teresa cuando, hace años, descubrió a su marido teniendo sexo con otra mujer. Por eso lo dejó sin saber quién era ella y, cerca del final de la primera temporada, se entera de que era Isabel.
Sí, ciertamente Capadocia apela a resortes del culebrón más tradicional y popular, pero lo hace con una calidad inusual en la escritura de guiones, las actuaciones, el lenguaje visual, el arte (con detalles como el de una escultura de Leonora Carrington en el patio de la cárcel). Y apela a personajes e historias verdaderos para los casos que desarrolla, casi todos protagonizados –como sucede en la realidad mexicana– por mujeres que provienen de sectores pobres, sin los recursos del dinero y la educación para defenderse. Desde la joven que mató a su violador hasta la mula obligada, desde la indígena acusada en falso hasta la chica autista explotada como supuesta milagrera... Una población que refleja las estadísticas: el 70 por ciento de las reclusas tiene entre 18 y 35 años, el 80 por ciento es madre (en su mayoría, solteras); en casos de homicidio, la pena a las mujeres es un 25 por ciento mayor que la que se aplica a los varones.
En los 13 capítulos de la temporada pasada se fue desplegando un complejo entramado argumental que transcurría dentro y fuera de la cárcel, incluido el tocante martirio de una transexual que finalmente, gracias a Teresa, lograban hacer entrar en Capadocia como mujer. En el primer episodio de la segunda temporada que comienza el próximo domingo, Lorena, después de matar a la Bambi en defensa propia, se convierte en la nueva reina; la hija de Teresa está presa por un asalto y se anuncia la creación de nuevas cárceles privadas, mientras que prospera el negocio de los narcos vía Estados Unidos. Sólo es cuestión de afinar el oído, porque se escuchan conjugaciones del verbo chingar, pinche es el insulto favorito, las hueras son las rubias. Pero la tortilla, en sus dos acepciones, vale igual aquí y allá. ¤
Capadocia, los domingos a las 21 y los sábados a la 0.15, por HBO
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