LA VENTA EN LOS OJOS
La figura de pequeños y pequeñas consumidores se construye sin pausa desde las tandas publicitarias de los canales dedicados al público infantil. ¿Qué les estamos vendiendo a nuestros bebés?
› Por Graciela Zob
Sí, es cierto, ni siquiera quienes alertan seriamente sobre lo mucho que falta para que los derechos de las mujeres sean respetados universalmente y con entidad de derechos humanos serían capaces de negar aquella frase acuñada por la prehistoria publicitaria de esos tiempos en que fumar era algo bueno: “Has recorrido un largo camino, muchacha”. Y así es, gran parte de la población actual creció con la cantinela de “qué querés si son inferiores, y si no, mirá la historia, no hay mujeres importantes en el arte, en la literatura, en la guerra, en la paz, en la ciencia”.
Hoy niños y niñas crecen con las noticias de que una señora se ganó el Nobel, que otra fue elegida presidenta de un país o de una empresa, que la vecina de enfrente es ingeniera agrónoma y que aquella otra es policía, que la hermana o la prima o la misma madre es una “jefa del hogar”. Difícilmente vean a su mamá arrancarse los ruleros pensando qué le harán de comer a su maridito que llega cansado y tampoco las escucharán hablar sobre el mejor apresto para los guardapolvos. No importa cuán libres, liberadas estén, sencillamente esto no se hace más. Los bebés que miran por arriba de la baranda de su cuna no la tendrán tan fácil para encasillar los roles materno y paterno, femenino y masculino. Salvo que miren la televisión. Y no hablamos de las series, los dibujos y las ficciones que son muy variadas y suelen tener, desde la escuela Simpson, una postura más que ambigua, más lanzada a la imaginación que a la moralina. Se podría decir que el contexto actual por su propio peso irá forjando individuos cada vez más lejanos de esos años de miriñaque. Así sea. Salvo que lo único que hagan en la vida sea mirar televisión sin levantarse a la hora de la tanda...
No vamos a afirmar ahora que una tanda publicitaria, que por otra parte dura sus buenos 5 o 10 minutos, en un canal dedicado a bebés y chicos, va a ser una piedra tan poderosa como para desviar el rumbo que emprenden sociedades enteras. Pero lo que sí vamos a decir es que se trata de una piedra bien dura de roer, que remite a la edad de piedra y que es más dolorosa que un cálculo biliar.
Para empezar, los juguetes ofrecidos a las niñas, donde brillitos y princesas hacen las delicias de toda futura damita, siguen ahí, como si nada hubiera sucedido. Los juegos donde aparecen luchadores, tatuajes de monstruos, dan un pasito al frente y suelen evitar poner el cuerpo entero del futuro consumidor. Aparece un brazo, la imagen está movida, se ve una zapatilla: habrá que entender que intentan dirigirse a un publico más amplio que el de las muñequitas. Nenes y nenas. Pero si es así, ¿les da miedo poner una niña jugando con súper héroes? En fin. Olvidemos por un rato esta juguetería sexista que ya tanto ha sido criticada y analizada, para ver qué más hay.
Aburrimiento y espanto: lo primero porque la venta está dirigida a las madres y no a los niños: productos de limpieza, placas antigérmenes para cuidar a su familia, polvos para tener medias más blancas, y cremas de enjuague para que puedan terminar con el tremendo problema del cabello quebradizo. Espanto: desde la más tierna infancia, la imagen de la mamá consumidora que van mamando los pequeños espectadores atrasa cien años. Luz de esperanza: tal vez crean que están mirando unos cortos de otra época o un episodio de ciencia ficción con su consabido viaje al pasado. Y tal experiencia les estimule la imaginación y la desconfianza frente a tantas cosas que les quieren vender, cuando por otro lado –señores publicistas, sépanlo– mamá no está mirando.
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