DEPORTE
Mónica Santino es la pionera en la Argentina en jugar, entrenar y dirigir fútbol femenino. Pero además, su trabajo en la Dirección de la Mujer de Vicente López y la Villa 31 está encarado a empoderar a las adolescentes y prevenir los problemas de género. Fue seleccionada por Nike como uno de los mejores proyectos sociales deportivos del mundo y está viajando a jugar, desde el 19 al 26 de septiembre, con un equipo femenino el Mundial de los Sin Techo a Brasil. Y, fundamentalmente, sueña con fundar un club de fútbol femenino para dejar de saltear los obstáculos que les ponen los clubes tradicionales para que las chicas entrenen.
› Por Luciana Peker
Un sonido. Un andar. Un pase. Un golpe. Un toque. Un llamado. Un estado de gracia. En San Isidro, entre La Cava y las casitas bien, a los 9 años, en 1974, Mónica Santino estaba atenta a un ruido: el pique de la pelota. Si escuchaba ese ruedo, ruido, ruego que la llamaba como un silbato, ella iba. A la calle. A jugar. A correr. A llegar. Desde entonces, jugó. Se convirtió en directora técnica (con silbato propio) y entrenadora. Nunca fue igual. Siempre tuvo que llegar más lejos. “Al día de hoy que sigo rindiendo examen como cuando me metía en esos partidos a los nueve años”, cuenta Mónica Santino, la mayor referente del fútbol femenino en la Argentina.
“El fútbol es una herramienta maravillosa para construir ciudadanía, prevenir la violencia de género y generar lazos. No hay nada más hermoso que tirar paredes con una amiga, por eso está forma de trabajo nos ha dado resultados maravillosos”, dice ella. No dice. Hace. Y deja que hagan. Ella trabaja en la Villa 31 y en un predio –en Villa Martelli– de la Dirección de la Mujer de Vicente López.
Mónica inventó que patear para adelante era una de las maneras –no la única, pero sí, tal vez, la más original y movida– de sacar del lugar de chicas vulnerables, víctimas y sumisas, a las adolescentes.
Es sábado a la mañana, al costado de la Ciudad, donde los micros van y vienen en la Villa 31, al lado de la saladita (la tienda de ropa sin copyright ni precios de mercado) que arrima a la canchita, el polvo vuela y el terreno de dos aros y ninguna casita también vale. Hay un picado de varones. Y las chicas esperan. Saben que tienen que esperar. Pero cuando juegan, juegan. Todas entran en una corrida con pecheras flúo que marcan su presencia. Algunas dejan sus cosas en el banquito y muchas a sus hijos al cuidado de sus abuelas, sus amigas o la profe. Alguna, incluso, juega con una pancita que se asoma, como para ir mirando al mundo desde la sabiduría de ir por más.
El territorio de la cancha es una victoria. Ellas lo saben. Todos lo saben. Salir de los pasillos para mostrarse frente a todos y tener más espacio que el que pasa por donde se puede pasar es una victoria. Por eso, Mónica toca el silbato, indica adelantarse y siempre contesta preguntas de nuevas chicas que quieren venir a probar (aunque también tenga que frenar a las que quieren desertar). “No porque vivamos en una villa somos menos que nadie o no podemos jugar al fútbol. Al contrario, me dan más ganas, para demostrarle a todo el mundo lo que podemos hacer”, dice Laura Muñoz, con el pelo cortito y el paredón pintado de vírgenes de fondo.
La Homless Wordcup se disputa hasta el 26 de septiembre y compiten 65 países de todo el mundo. La Selección femenina argentina va a estar conducida por Mónica Santino y representada por ocho jugadoras, cuatro entrenan en Villa Martelli (dependiente de la Dirección de la Mujer de Vicente López): Eliana Morilla, Laura Paredes, Macarena Gómez y Rocío Cardozo; tres son de la Villa 31: Liz Martínez Riquelme, Tamara Rodríguez, Jesyca Oliva y otra entrena junto a la gente de Hecho en Buenos Aires y es Jesica Acosta. Ellas tienen entre 16 y 23 años y llevan el amor a la camiseta, son mujeres, deportistas y no tienen marketing, sino ganas o –como gusta llamarse ahora que todo es tan mecánico, que las ganas tienen también nombre artístico–: garra.
“Yo me recibí de técnica en el 2001”, cuenta Mónica Santino, una de las pioneras, una de las que abrió muchas puertas y pateó mucho hasta que la pelota rodó para adelante. Hoy son menos de veinte las que deciden los equipos, la formación y cumplen con el sueño del pibe (¡y la piba!) de formar y dirigir su propio equipo de fútbol en la Argentina. Pero ella también esquiva la marginación y golea otros ideales.
–Me acuerdo de llorar a los seis años con mi abuelo (Carmelo, pero en verdad, Tatita) por resultados desfavorables para Vélez, como una eliminación de la Copa Libertadores, por los años ochenta y un famoso campeonato que Vélez perdió. También lo compartíamos con mi papá Raúl y mi hermano Diego. Respiraba fútbol por todos lados y me gustó jugar siempre. Por eso estudié educación física y sólo dejé de jugar fútbol en mi época de militancia en la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Después, cuando retomé el fútbol, estuve federada en la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), jugué en All Boys y cumplí mi sueño de salir por un túnel con una pelota bajo el brazo. Pero sufrí la discriminación y la postergación que el fútbol femenino tiene desde la propia AFA. Por eso, ya estoy cansada de saltear obstáculos y quiero fundar un club de fútbol femenino en algún terreno fiscal, para lo que necesitamos la ayuda de distintas organizaciones. No casualmente el primer castigo que le dan a una jugadora de fútbol es pensar que es homosexual y, a partir de ahí, toda una cuestión peyorativa fulera.
–Jugar al fútbol no atraviesa tu orientación sexual. Pero se da una ecuación tremenda de que, si sos mujer y jugás al fútbol, querés parecer un hombre y si querés parecer un hombre sos lesbiana. Es una ecuación siniestra que etiqueta a las personas. La verdad que no es así. Por supuesto que hay mujeres lesbianas en el fútbol como en cualquier otra actividad. Pero es lo mismo que les pasa a los hombres cuando quieren bailar.
–El programa se creó en 1994, en la Dirección de la Mujer de Vicente López, en la época en que estaban Marcela Rodríguez y Diana Staulbi. Es una construcción de una política pública desde el campo. Un grupo de trabajadoras sociales descubrieron que las chicas más pobres de la provincia querían jugar al fútbol y no tenían dónde practicarlo. Y se vio que con el fútbol era muy fácil atraer a un sector –que es muy difícil de convocar–, que son las adolescentes para, a través de eso, dar talleres de salud.
–Jugar a la pelota es lo más.
–Yo llegue a la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) pensando que era la única persona en el mundo con inclinaciones sexuales distintas, que estaba yo sola nada más. Una amiga me pasó la dirección y fui en el año ‘89.
–Sí. Cuando se aprobó el matrimonio igualitario fue una emoción. Porque no salió de un repollo. Hay años y años de lucha. Y no es la coyuntura de un gobierno como algunos sectores quisieron expresar, para nada. Esto es la lucha de un movimiento.
–Yo empecé a ir a grupos de reflexión en donde hablamos de lo que pasaba en cada uno. Creo que es una de las cosas que la CHA mejor hizo: salir del discurso de la enfermedad. Una misma pasaba por la discriminación y la autodiscriminación y cuando salías de eso podías quedarte militando –o no–, pero tu vida era mejor porque los que tocábamos la puerta pensábamos que, en el mejor de los casos, necesitábamos un psicólogo para curarnos. Por eso, casi sin darme cuenta, termine militando. En el año ‘90 vino el Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe y nosotras fuimos representando a la CHA. Ahí empezamos a pensar en la sexualidad como un derecho humano y en dejar de hablar de los homosexuales como un sector, sino unir nuestra lucha a muchas luchas. Pero nos costaba mucho ocupar un lugar en la Marcha de la Resistencia y que entendieran por qué nosotras/os también íbamos a la Plaza de Mayo.
–Era así. Por eso, la verdad que me dio un gran orgullo y emoción cuando la Presidenta (Cristina Fernández) promulgó la ley de matrimonio igualitario y ver quiénes eran los que estaban sentados escuchando.
–En 1996 logramos que se derogaron los edictos policiales y decidimos dar un paso al costado y dejamos la CHA en manos de quienes están ahora: César Ciglutti y otra gente. Para mí era una etapa concluida. Tenía 30 años, no tenía laburo (porque toda esa etapa de activismo no fue paga ni mucho menos) y había que empezar de cero. Y el fútbol era algo que estaba guardado en un cajón y quería retomar. Pero simplemente cambié las militancias.
El equipo que dirige Mónica Santino en la Villa 31 fue preseleccionado para un premio de la empresa Nike y la organización Ashoka Transformando vidas a través del fútbol. Finalmente, ganaron proyectos de Indonesia, Guatemala, Bolivia, Sudáfrica, Inglaterra y Brasil. Pero fue muy significativo que Goles y Metas, que encabeza Mónica Santino, dirigido a erradicar la violencia de género a través del fútbol –junto a la organización no gubernamental Democracia Representativa–, haya estado entre las diez iniciativas globales más votadas en todo el mundo. Además, fue el único equipo elegido de la Argentina entre una decena de otros proyectos nacionales que se habían presentado para participar. Esta fue la tercera edición del concurso de Nike. Pero no la vencida para las chicas que saben que –como en el fútbol– siempre hay revancha.
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