CUENTOS
Cuarenta y pico (largos)
Este cuento de Leonor Arditti, titulado “Item Nº 13”, ganó el primer premio del concurso literario organizado por la página Menopausiahoy, en el que las participantes reflejaron desde la escritura lo que pasa a cierta altura de la vida.
Por Leonor Arditti
...y yo iba por mis cuarenta y pico.
Sí, años. Hacía un tiempo que el médico venía alertándome acerca de “algunas pequeñas alteraciones inminentes” que estaba a punto de sufrir. Y yo creí que había entendido.
Al fin y al cabo, ya estaba en mis cuarenta y pico (...largos...).
Pensé que se refería a una batería de síntomas de novela para amas de casa o revista Para Ti: cosas como una mayor frecuencia de esos interminables, endemoniados pinchazos en toda la superficie del cuero cabelludo, o la tortura de los calores que me cubrían íntegramente de sudor, un sudor tan copioso que yo me negaba a reconocerlo como producto de mi propio cuerpo. Y algunas jaquecas, y cambios de humor, y cosas por el estilo. Y era cierto.
Lo que no me imaginé era que, además, mi marido resolviera dejarme por otra, más linda, más buena, y muy lejos de los cuarenta y pico (...largos...) que yo estaba transitando.
Menos me imaginaba que, dada mi flamante condición de madre sola y solita, y la frecuencia con la que tenía que visitar al médico (el mío y el de los chicos); al abogado; al analista (el de los chicos y el mío); y a las maestras (de los chicos, solamente), me iban a echar del trabajo.
(...) Me presenté entonces en una multinacional de seguros en la que estaban buscando personal con experiencia para trabajar en los archivos.
Después de llenar unas cuantas fichas y de dos (...largas...) entrevistas personales, llegó la hora del examen psicológico. Estaba compuesto por 14 item. Tenía que responder una serie de preguntas tan pero tan obvias que yo las venía dibujando como toda una profesional. Casi como una caricaturista. Era tal mi precisión que estaba segura de todo, no sólo me iban a dar el empleo sino que además me iban a coronar “Empleada del mes” sin que ni siquiera me presentara a trabajar. Sin que ni siquiera tuvieran ese cargo en la empresa. Pregunta uno, pregunta dos... pregunta doce... Pero al llegar al item Nº 13, el inconsciente me jugó una mala pasada. La pregunta estaba formulada exactamente de este modo: “Si Ud. fuera un animal, ¿cuál sería?”. Y a mí lo primero que se me ocurrió fue “cucaracha”. No supe si culpar a la mina que estaba tomando el test (que ciertamente se asemejaba a una cucaracha), o a mi temor de transformarme, justamente, en una cucaracha, en caso de conseguir el empleo: todo el día, todos los días entre papeles roñosos con tal de conseguir algo para comer.
Por suerte me di cuenta a tiempo. No lo puse por escrito. Pensé entonces en retocar mi primer impulso, pero sin abandonar del todo la base. Tal vez algo más poético, como vaquita de San Antonio... muy artificial. ¿Una abejita laboriosa? Demasiado trillado. ¿Una rata?
Pero no cualquier rata, no, una en particular, una que conocí el día que me echaron. Resulta que yo estaba (claro) muy angustiada esa tarde, y que no quise volver a mi casa en ese estado, por los chicos (claro). Resolví hacer tiempo hasta que ellos estuvieran dormidos. Me fui a tomar café a una confitería agradable, me convencí a mí misma de que no era para tanto, que al día siguiente con la luz del sol iba a ver las cosas de manera diferente (...). Compré un buen vino tinto, rezando “mañana será otro día” y “a consultarlo con la almohada” (mis dos plegarias personales), y entré a casa en puntitas de pie para no despertar a nadie. Cuál no sería mi sorpresa al entrar en mi cuarto y encontrar, en mi cama, profundamente dormida, a mi hija menor y a la señora que la cuida balbuceando: “¿Sabe qué pasa, doña? Apareció una rata en la pieza de la nena, y no hubo Cristo que la hiciera dormir ahí”.
Cerré sigilosamente la puerta, dejé la película en el living, me serví el vino, fui a la cama de Clarita y me acosté entre un poster de Brad Pitt y una montaña de peluches. Encendí el televisor y justo justo daban Algo para recordar. Cuando ya estaba sumergida en un mar de lágrimas, con peligro de ahogarme, veo aparecer a los pies de la cama a la rata. Me saludaba entusiasta, meneando su colita, y me miraba con unos ojos tan expresivos que juraría que decían: “¿Cómo te arruiné la noche, ¿no?”. Si la rata me hubiera despertado un poco más de ganas de charlar, le hubiera retrucado: “¡Cómo te la terminé de arruinar, querrás decir!”. Pensé que, si fuera rata, iría a visitar a mi antiguo marido a su nueva casa y me comería el tapizado del auto. Pero volvamos al item Nº 13: deseché también la idea de la rata. Fue entonces que me vino a la memoria una frase, casi un leitmotiv en un cuento sudafricano: “Aguila, tú eras águila”. ¿Y por qué no?
Después de todo, el águila es una ave tan majestuosa... Cuando está posada en las altas cumbres, ostenta un porte tan sereno y altivo, y cuando despliega las alas, es tan imponente con casi 10 metros de punta a punta, y es capaz de elevarse hasta las alturas más increíbles y de hacer delicados vuelos rasantes. Cuando llega a los cuarenta y pico (...largos...) sus garras se atrofian y se encorvan hacia adentro, provocándole un dolor lacerante e impidiéndole sujetar a su presa. Es entonces cuando está condenada a morir de hambre, cuando remonta vuelo y se refugia en las más remotas cumbres. Allí, a cubierto de la inclemencia de la naturaleza y de las demás especies, golpea firme su pico contra la piedra, hasta que se lo arranca. Pero crece entonces un pico nuevo y más fuerte, con el que se arrancará las garras una por una mientras espera que crezcan las nuevas. Con el nuevo pico arrancará una a una las plumas, y aparecerá entonces un plumaje nuevo y más brillante.
Claro que el águila puede elegir. Puede someterse a esta dolorosa metamorfosis o simplemente esperar la muerte por hambre o a merced de las demás especies. Y finalmente, la respuesta que puse en el item Nº 13 fue “águila”. Pero me esperaba el item Nº 14. Decía sencillamente: “¿Por qué?”. Y dejaba dos renglones para responder. Entonces escribí: “Porque aun ante la adversidad del ambiente y de su propio cuerpo, puede llegar a ser el ejemplar más longevo y poderoso de su especie”.
Finalmente conseguí el trabajo. Y lo rechacé, inmediatamente.
Preferí dedicarme a contar historias.