Vie 22.10.2010
las12

ARTE URBANO

Piel de metrópolis

Regresa a las calles de Buenos Aires, por segundo año, el proyecto llamado Cuerpo y Ciudad que, dirigido por Adriana Barestein, reúne instalaciones y performances, un concurso de baile y una caminata filosófica. Una irrupción de aires artísticos para descontaminar la inercia que la ciudad les impone a los cuerpos.

› Por Dolores Curia

La condición urbana, desde hace muchas décadas, no hace más que establecer similitudes con la Matrix. Por lo menos, en lo que al adiestramiento del cuerpo y de la percepción respecta. Al ritmo vertiginoso de tachos de basura, luces intermitentes y pasos al compás de las bocinas, va tomando forma una melodía cotidiana. La gran urbe repta, se metamorfosea y respira como un organismo vivo de dimensiones monstruosas. Pero, ¿cómo puede un cuerpo mantener juntos tantos miembros? ¿Cómo puede cobrar forma un cuerpo urbano? ¿Cuándo nos volvemos organismo comunitario para dejar el atomismo? Con el fin de echar luz sobre estas dudas, Adriana Barestein conjugó todo un abanico de especialistas en un proyecto llamado Cuerpo y Ciudad. La propuesta, que reúne desde instalaciones y performances en espacios no convencionales hasta mesas de debate, pasando por un concurso de baile y una caminata filosófica, vio la luz en 2009. Del 12 de octubre al 7 de noviembre podrá visitarse una selección de actividades en las sedes del Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038), Espacio Itaú Cultural (Cerrito esquina Viamonte) y el Centro Cultural Borges (Viamonte 525). Barestein reunió artistas visuales, coreógrafos, diseñadores, escritores, periodistas y músicos en un experimento babélico. Entre ellos se encuentran Marie Bardet, Analía Melgar, Constanza Bertolini, Mariano Dorr, Sofía Medici, Esteban Ierardo, Matxalen Bilbao, Pilar de Andrés, Leire Ituarte, Martín Jáuregui y muchos más. Hubo que encontrar la forma de que tal surtido de personalidades, visiones de mundo y modus operandi tiraran, todos, hacia el mismo lado. La interacción y choque entre los participantes se convirtió casi en una metáfora del tema del proyecto: la pregunta sobre cómo (sobre)vivir juntos. “La creación colectiva produce indudablemente (y por suerte) fricciones, desacuerdos. El trabajo sin conflicto, no existe, es una ficción. La fricción está ahí. Lo importante es que brote, salga a la luz. El conflicto existe y sobre él vamos encontrando las formas de construir y trabajar en conjunto”, explica Barestein.

La histeria de la ciudad se relaja un poco en los feriados. El transporte público respira y deja respirar. Los transeúntes se mueven más despacio que lo que manda el ajetreo de los días hábiles. El reloj no es asunto de vida o muerte, por lo menos, durante esas veinticuatro horas. Parece un día más que adecuado para elogiar la lentitud y sentarse junto a Adriana Barestein a pensar qué le pasa a Buenos Aires. Adriana es entendida en filosofía por derecho y gestora cultural emblemática, de hecho. Embebida en una formación multidisciplinaria, combina la Academia, la danza, el teatro y una experiencia laboral pedagógica en relación al cuerpo. En 1984, en el clima festivo de la primavera alfonsinista, fue convocada por el primer director del Centro Cultural Rojas, Lucio Schwarzberg, y terminó fundando el Departamento de Danza-Teatro de la UBA. El trabajo englobaba la investigación, educación y difusión de un área de la que, hasta el momento, se sabía poco y nada por estos lares. Hoy coordina el programa de danza, teatro y música en el Centro Cultural Borges.

¿Cómo influyó tu formación filosófica en tu trabajo como artista y, luego, como gestora cultural?

–Cuando estudiaba Merleau Ponty, Deleuze, Spinoza, la mirada para Sartre, yo sentía que ahí había algo muy real, que no estaban hablando de abstracciones absolutas sino de algo del nivel de la experiencia. Leía y colocaba todo eso inmediatamente en mi cuerpo, lo volvía experiencia. El tema de la vitalidad y el cuerpo en esos pensadores está muy presente y siempre establecí el cruce. Fui complementando un saber con el otro. Hay filósofos más poetas que tienen que ver más directamente con la cuestión artística. Siempre encontré en la filosofía una reflexión que podía darse a la par de la producción artística, para pensarla como productora y como observadora. Y, del otro lado, la práctica me bajaba a tierra. La sensorialidad del arte a mí me ayudaba a sobrevivir.

¿A qué creés que se deba tu interés por la zona híbrida que es la performance como disciplina?

–A mí me permeó bastante el arte callejero por mi trabajo en Metrovías (me encargué durante mucho tiempo de coordinar el área de danza, música y teatro en el subte). Pero creo que nunca es un interés de uno sino que tiene que ver con una tendencia global que es la necesidad de sacar a las artes visuales, al teatro y a la danza de su encapsulamiento. Sacarlas a espacios no tradicionales. El hecho de que el arte esté saliendo a la calle no es algo que se le ocurre a uno, en un lugar, sino algo que está pasando a nivel global. La pregunta para hacernos sería qué orden le damos a todo eso. El hecho de que el arte está saliendo de las salas o de los museos es visible. Intervenciones en el subte o espacio público generan ficción en un espacio que se recorre todos los días sin sobresaltos.

¿De qué se trata el proyecto Cuerpo y Ciudad y cómo surge la idea de cruzar esos dos conceptos?

–Nos interesa percibir artísticamente la tensión cuerpo-ciudad; recuperar el sentido, la riqueza y la identidad de los espacios públicos y sobre el cuerpo como territorio para la vida en comunidad. También queremos ensayar nuevas formas de percepción colectiva. Mi trabajo fue curatorial. Lo que hice fue armar el equipo de producción y después fuimos contactando a los artistas y pensadores de distintas disciplinas.

¿En qué puntos reside la tensión entre la ciudad y el cuerpo?

–Cualquier gran ciudad genera niveles altísimos de contaminación sonora, mucho ruido, mucho movimiento. A veces esa cantidad de estímulos anula las posibilidades que tenemos de percibir el afuera y a nosotros mismos. La idea era que, mediante acciones artísticas, pudiéramos detenernos un instante. La mirada del artista tiene la capacidad de detener esa tensión por una fracción de tiempo mínima. Esa energía que se tensa entre un cuerpo individual y un entorno que es la ciudad. Hay algo que nos constituye a todos los habitantes de la ciudad en cuerpo colectivo. ¿Cuándo un grupo de personas se convierte en comunidad? ¿Somos una comunidad solo por el hecho de vivir en el mismo espacio? Esas son preguntas que se fueron abriendo en el ciclo de obras y discusiones.

¿En qué consistirían las nuevas formas de percepción que mencionás?

–Por un lado, tienen que ver con el público en el arte callejero, que se transforma en público sin quererlo (es sorprendido en la calle). Ya sea que las performances se realicen en espacios no convencionales o, por ejemplo, en el Rojas, hay una localización. Tienen lugar en un espacio concreto. Pero, al mismo tiempo, el hecho de que sea un colectivo de artistas y de obras hace que las acciones transcurran entre un lugar y otro. Hay una circulación permanente por parte del público al que no le queda otra que ir de obra en obra. Esa circulación es también la que vemos en la ciudad todos los días.

El arte podría tener la función de desalienar, entonces...

–El ejercicio pasa por ponerle marcos a la realidad cotidiana para resignificarla. También la creación o el estar frente a una obra puede generar conflicto. Conflictos entre los mismos artistas, conflictos del público con los artistas o del público con la obra. Puede aparecer rechazo, incomprensión. Lo más valioso de todo esto, me parece, es no eludir los conflictos. El arte nos interpela y saca a relucir los conflictos que ya existen. No pasa por encerrarse en un taller a hacer “la del artista solitario”, sino que el desafío es realmente estar en tensión con los otros. En este caso, lo importante es eso: que al ser un proyecto colectivo, lo que sobran son tensiones. Y está muy bueno que eso pase.

El día menos pensado, el cuerpo sometido, ese amasijo gris y anestesiado hecho de carne y de fibra, podría –en situación extraordinaria– despertar a otros estados de conciencia y percepción. El autómata podría desacartonarse, ver, oír y palpar diferente el entorno de concreto que lo rodea, encontrarle una beta de color. Algunos no pierden las esperanzas de que el automatismo pueda ser interrumpido por una acción que descoloque y haga temblar toda certeza. Que nos sacuda un poco la modorra de la costumbre. O, como lo señalaba ya Italo Calvino en Las ciudades invisibles: “El infierno de los vivos no es algo que será: hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio...”

La programación del ciclo Cuerpo y Ciudad puede verse en www.cuerpoyciudad.com.ar

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