RESCATES
Georgette Leblanc
1875-1941
Fue la primera esposa de Maurice Maeterlinck. Se casó a los 23 años y se separó a los 55. Desde ese momento, trabajó en el Priorato de los Filósofos del Bosque que dirigía George Gurdjieff, el mismo maestro que decepcionó a Katherine Mansfield y que no logró el mismo efecto en Georgette, quien nos ha dejado interesantes trabajos sobre el poder de recuperación de la mente y el espíritu y la revelación de que hay vida, mejor vida, después de los 50...
Siendo casi una adolescente se había presentado en la Opera Cómica de París, pero la dejó al contactarse con Maurice. Entonces firmó contrato con el Teatro de la Moneda de Bruselas sólo para estar cerca del único hombre que amó. Actuó en El pájaro azul y Pelléas, de Maeterlinck. En Boston, realizó la Mélisande de Debussy y en la Abadía de Saint Wandrille dio a conocer Macbeth, en traducción de Maeterlinck, una tentativa hacia un tipo nuevo libre de teatro. El romance de esta pareja duró 23 años y finalizó en 1918 con dolorosas consecuencias para Georgette. Vivieron en un castillo de Villenes, en Saine-et-Oise, fastuosa residencia ya destruida. Pero por los años ‘50 aún los vestigios permitían inferir el estilo de grandeza de un ayer echado por tierra a golpes de piqueta. El silencio muy denso acaso fuera el mismo que buscaba Maeterlinck, flamenco burgués y voluptuoso cuyo temperamento prefería la soledad y el estado místico que requería y necesitaba su creación poética, clásica y selecta. El paréntesis consigo mismo que lo aisló de Georgette. En aquellos días aún permanecían en pie los roperos en cuyos cajones semiabiertos estaban diseminadas las cartas de Georgette Leblanc.
Nos hemos referido a la gran casa destruida de la pareja también destruida. Ella partió a Nueva York y conoció a Gurdjieff. De regreso a París escribiría las cartas que fueron a dar a los roperos. También publicó su libro La máquina del coraje con los trabajos de recuperación psicofísica que ejercitaba en el Priorato. Algunos críticos opinaron que el libro, superficial, denotaba a una autora sin base literaria, a una actriz y cantante. Jean Cocteau emprenderá su defensa: “Es imposible pensar en nuestra heroína sin que se imponga a nuestro espíritu la leyenda del Fénix. Sacude sus plumas multicolores. Alza su copete. Lanza su grito. Entonces enciende la hoguera, sube a ella y ésta lo consume. Sus cenizas palpitan. Encuentra en ellas la fuerza de volver a inventar su materia”.
En el libro se hallan definiciones y conclusiones de gran hondura: “La vida no es una curva descendente cuando debe ser una línea ascendente. La vida comienza a los 50 porque ha llegado la hora de vivir otra vida y aceptar un cambio de plano”.
Retomando un capítulo del libro La máquina del coraje mencionaremos las motivaciones de un sueño descrito por su autora que narra su aventura junto a un caballo blanco que tenía el tamaño de una catedral. “El caballo advirtió que yo estaba envuelta en llamas y dispuso sus crines en forma de lluvia para aliviarme.” Atreveremos una interpretación psicológica develando que ese animal mitológico es el conocimiento ganado en el Priorato, siendo ella misma la Bella Durmiente en llamas socorrida mágicamente. Termina ese sueño con originalidad: “De repente un hombre cayó ante mí y se partió. Estaba vacío”. Representa su triunfo sobre Maurice, acaso él fuera el hombre vacío. Una de las cartas apenas recuperadas significa la ruptura definitiva con el ayer. “Pregunté al cielo azul ¿por qué habré aprendido que se puede vivir en un plano distinto que el humano? Yo amaba esta vida; la había obtenido, por fin, de acuerdo con una concepción únicamente hacia el espíritu y suavizada por la ternura perfecta y sin sombra de incomprensión. Hace 40 años yo escribía a Maeterlinck diciéndole que yo era comparable a una pompa de jabón que flota en el aire y que no está atada a nada real aun en el fondo de sí misma. Entonces siento que no soy yo. En ese vacío sólo existe una preocupación, es la insatisfacción de verme así. Como si para cambiar yo debiera hacer algo que ignoro. Esto viene en mí desde muy lejos, como una idea perdida a la que no consigo dar forma y busco y busco.” Muy próxima ya su muerte, Georgette confiesa: “Si viera acercarse a la muerte, no la aceptaría tan fácilmente”.
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