SOCIEDAD
En todo el mundo, hay mujeres que entendieron cómo hacer visibles los temas de género más urgentes que antes permanecían oscuros. De eso se trata Siete, una obra de teatro documental que va a darse por única vez el lunes 15 y que retrata las historias de siete de esas mujeres. Susana Trimarco fue elegida para dar su testimonio después de la función: ella, nutrida del dolor y la necesidad de saber dónde está su hija, puso en boca de todo el país la temática de la trata. Sobre ella y gracias a ella, otras ficciones, como Vidas robadas o La mosca en la ceniza, la película de la recientemente fallecida Gabriela David, tomaron la posta y ayudaron a naturalizar en el discurso popular la explotación con fines sexuales. Cómo se moldean los discursos sociales sobre la violencia machista y específicamente en el caso de la trata, cómo se expandió en la conciencia pública que, aquí y ahora, miles de mujeres son encerradas y obligadas a prostituirse.
› Por Flor Monfort
“De repente estoy hablando con gente muy importante y de repente estoy hablando con gente muy humilde. Pero las palabras son las mismas, yo no hablo diferente según el otro, porque eso no sirve. Hay que decir las cosas como son, igual para todo el mundo”, dice Susana Trimarco. Lo hace para explicar, a su manera, simple y directa, cómo logró que el tema de la trata esté en boca de todos. Ocho meses después del secuestro de su hija Marita Verón, en abril del 2002, ella entendió qué tenía que hacer para que los medios la escucharan. La Justicia le hacía el vacío, la policía le tomaba el pelo, llevándola de acá para allá con pistas falsas e interrogándola sobre la vida de su hija, con la estrategia harto conocida del “algo habrá hecho”. Hasta ese momento pensaba que a Marita la habían violado, matado y tirado en una zanja, como a María Soledad Morales. Jamás había escuchado hablar sobre la trata de mujeres, no tenía idea de la red que ella misma sacaría a la luz para asombro de miles de personas para quienes, como ella, esto era una novedad. “La primera frase en este sentido que escuché fue ‘a su hija la secuestraron para la explotación sexual, la cambiaron por droga’. Me impactó muchísimo, pero no lo creí realmente, me parecía una cosa rarísima. Sin embargo, con el tiempo fui probando que era cierto y seguí las pistas. Cuando logramos liberar a las primeras chicas, gracias a esas pistas que me daban otras mujeres, yo las llevaba a mi casa, las ayudaba a reinsertarse después de haber vivido ese infierno. Ahí entendí lo que tenía que hacer: llamar a los medios y contarles cada historia, que por supuesto les interesaba. De manera que venían enseguida a mi casa, las chicas hablaban y yo también, la nombraba a Marita, una, dos, mil veces. Así fui apareciendo en todos lados”, explica.
Gracias a ese trabajo de hormiga, y a pesar de haber sido tildada de loca hasta por su propia familia, en los últimos años aparecieron una serie de ficciones en distintos registros (telenovela, documental, literatura, cine) que dejaron correr el agua sobre ese mecanismo que permanecía a oscuras para la mayoría de la gente. El comercio de mujeres con fines sexuales, los secuestros producidos aquí y allá y las hipótesis, probadas en muchos casos, de que varias capas de poder están implicadas en el negocio es algo que parece haberse extendido como verdad lamentable, pero visible.
En 2007, Trimarco fue la asesora del equipo que creó Vidas robadas, la telenovela que salió a la pantalla de Telefe contando como historia principal la de una madre (Soledad Silveyra) que buscaba a su hija secuestrada como esclava sexual y a quien parecía “pisarle los talones” en la búsqueda, entorpecida por la connivencia policial con los tratantes. Una historia inspirada en aquella que los guionistas venían siguiendo en la televisión y los diarios. Si bien hubo una “estetización” del drama, Vidas robadas tal vez sea una de las piezas populares que más contribuyó a entender y visibilizar el crimen de la trata: la imposibilidad de escapar, las constantes amenazas a las que son sujetas las mujeres en esa situación, la irrisoria posibilidad de pedirle a un cliente el celular para salvarse, la sustracción de identidad y el abuso de las mujeres migrantes quienes, carentes de recursos y de familias que las busquen, quedan atrapadas en las cuatro paredes de los prostíbulos.
Consultado sobre la decisión de contar esta historia, Marcelo Camaño, uno de los guionistas, dice que empezó delineando la trama por la curiosidad que le despertaban los casos: chicas que desaparecían de la noche a la mañana, un aparato policial que parecía ser funcional a los tratantes y una ausencia total del Estado para ayudar a las víctimas. “Susana se convirtió en nuestra asesora. Al principio nos miraba raro, no entendía cómo podíamos hacer una novela de semejante drama. Fue un desafío contar sin espantar al espectador, los relatos reales eran terribles pero a la vez era la historia que queríamos contar y estaba en el ojo de la opinión pública, sólo había que mostrarlo. Me acuerdo de muchísimas anécdotas pero una me impresionó mucho, sobre un allanamiento en el que estuvo Susana. Cuando ella llegó la escondieron a su hija en un tanque de agua (algo que ella supo mucho después) y ella había estado apoyada en ese tanque”, relata Camaño, quien usó todos esos detalles que parecían inverosímiles para el guión de la novela, que tenía picos de más de 30 puntos de rating. Allí, la actriz Sofía Elliot (que interpretaba a la hija de Silveyra) había sido secuestrada y era testigo de lo que les pasaba a sus compañeras de encierro. Se relacionaba con sus secuestradores y lograba encontrarse con su madre en el medio de la historia. Había jueces turbios y policías truchos, partos clandestinos y chicas que morían en las sombras. “Fue importante mostrar el calvario que vivían estas mujeres y que los clientes que trataban de ayudarlas terminaban mal. Por otro lado, a los traficantes los mostramos muy humanos; por un lado, hablaban de la gente como mercancía y por otro eran vecinos gentiles. Creo que eso fue la clave para llegar al público, el impacto de que el que tenés al lado puede ser el malo de la película, por más amable que sea”, concluye Camaño. Hubo un rebote muy fuerte en los medios, programas periodísticos o de actualidad que tomaron el tema, la ley sancionada ese mismo año que penalizó la trata de personas con fines de explotación sexual, laboral o tráfico de órganos y una distinción de la Cámara de Diputados que declaró la novela de interés cultural. Aportes para la visibilización, más allá de lo polémico de la ley.
Gabriela David, directora y guionista de La mosca en la ceniza, habló con Las 12 semanas antes de morir el pasado 3 de noviembre. Su última película, estrenada a principios de 2010, cuenta la historia de dos amigas que llegan a capital desde el noroeste bajo la promesa de trabajar como mucamas y terminan en un prostíbulo de Palermo regenteado por el personaje que interpretó Cecilia Rosetto. En su caso, las noticias también inspiraron el relato. “Si bien yo quería contar una historia sobre lealtad y amistad entre mujeres, me llamó mucho la atención una noticia sobre un burdel en Cabildo y Sucre del que se había escapado una chica. Eso de que nadie escuchó nada de las grandes ciudades me parece increíble. Y me causa mucha gracia, cuando voy a otros países a presentar la película que me dicen ‘ah, eso pasa en Buenos Aires’, cuando es una realidad de todo el mundo”, contó.
En Buenos Aires, Madrid, La Rioja o Bangkok, hay mujeres encerradas para el comercio sexual. Muchas veces se trata de mujeres migrantes, aquellas que viajaron miles de kilómetros por la promesa de un trabajo digno y bien pago (o mal pago, pero trabajo al fin), en condiciones denigrantes, cruzando fronteras a pie, sin sus documentos (para privarlas de la identidad que las ancla al mundo) y luego secuestradas, torturadas, drogadas, violadas.
Mu Sochua, ministra de Asuntos de la Mujer en Camboya, fue pionera en la utilización de comerciales de televisión donde se explicaba abiertamente el mecanismo del tráfico de mujeres y niñas a Tailandia y gracias a ellos logró la extradición inmediata de quienes sean encontradas en esa situación, en vez de su penalización con la cárcel.
En Rusia, Marina Pisklakova fue la primera en abrir una línea de ayuda para mujeres golpeadas. Lo hizo en 1993, sola y con las voces de fondo del aparato policial, que quería convencerla de que a las mujeres les gusta ser golpeadas. “Lo hacemos para demostrarles que nos preocupamos por ellas”, le dijo uno. Hoy cuenta con 170 centros en todo el país y atiende a 100 mil mujeres por año.
Estas son dos de las historias que se verán reflejadas en Siete, una obra de teatro documental que por iniciativa de Avon Foundation y la red Vital Voices Global Partnership, rota por el mundo poniendo en escena la vida de mujeres fundamentales en la difusión de ciertas temáticas, como lo es Susana Trimarco y como siguen siendo, después de tres décadas ininterrumpidas de lucha por verdad y justicia, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Personificada por siete actrices argentinas (Graciela Dufau, María Socas, Muriel Santa Ana, Carola Reyna, Silvana Sosto, Verónica Llinás e Hilda Bernard), la pieza está dirigida por Teresa Costantini. “Son historias de mujeres líderes en países emergentes, mujeres que sufrieron violencia y abusos en carne propia y decidieron no callarse. Esa decisión de hablar las convierte en abanderadas de causas que hoy son de público conocimiento, pero que en su momento permanecían tapadas. Eso las hace apasionantes, ¿cómo decidirse a hablar cuando nadie quiere escucharte? ¿Cómo sacar a la luz algo por lo cual podés ser humillada? Es muy interesante conocer estas historias por el peso real y simbólico que tienen, y además contar con el testimonio de Susana Trimarco, que logró hacer popular el tema de la trata”, cuenta en el medio de un ensayo general.
El documental Fragmentos de una búsqueda, de Pablo Milstein y Norberto Ludin, fue realizado alrededor de la figura de Trimarco. Tal vez lo más interesante de la película sea la presentación que hace de la cotidianidad de una casa, esa fuerza tracción a sangre que pone en pie todos los días a una mujer para sostener una rutina: la nieta y sus tareas, la casa limpia, ordenada, los viajes a capital, los cientos de mails que recibe por día y contesta, uno por uno, las visitas a funcionarios, los reclamos, y por fin, la soledad del hogar cuando la computadora se apaga. El orden de afuera como garantía de un orden interior que es necesario guardar para seguir adelante. Y el contraste con los videos del pasado donde aparecen los mismos objetos que ahora, y Marita Verón también ahí, en ese tiempo en el que Trimarco no tenía una fundación (María de los Angeles) ni se imaginaba hablando con las autoridades provinciales a diario o en la embajada de Estados Unidos pidiendo que la trata sea investigada más allá de nuestras fronteras. Ese contraste, que no es más que el paso del tiempo, moldea una figura ya explorada: la madre luchadora, incansable, la que no va a parar “hasta que no se sepa la verdad”. Es un relato conocido el de la madre para este país, y sobre todo el de la madre de un hijo o hija desaparecida. Lo original, o lo nuevo, es que esta madre le hace entender al público, solita ella y en tiempo record, lo que la gente no podía entender: que las chicas pueden estar años sometidas a ese infierno, que son moneda de cambio muy barata y sobre las que ya nadie puede decir “algo habrá hecho”.
Para Germán Bernales, coordinador del Programa Nacional Red Antitrata de Personas del Centro de Derechos Humanos del Comahue, “los crímenes de trata no salen en los diarios porque cuentan con la complicidad de las fuerzas de seguridad y porque son producto de una organización mafiosa, por ende son prolijos. Es un delito muy complejo, porque no hay donde ir a denunciarlo. Lo que hay son pistas e investigaciones independientes, de gente que como Susana Trimarco arriesga su vida para saber la verdad. Pero oficialmente es un agujero negro”. Eso que ocurre, no en la garganta de las provincias del norte ni en el desierto de la Patagonia (donde hay redes que confiscan a miles de mujeres que al poco tiempo de ser buscadas, dejan de serlo) sino en la mismísima gran ciudad.
En el caso de la saga Millennium, del sueco Stieg Larsson, la referencia a la trata de personas no llega a estar presente en el núcleo duro de la trama, pero existe y forma parte de un corpus que visibiliza la violencia de género en general: acoso laboral, sexual y un desamparo general de las instituciones frente a las injusticias hacia las mujeres hacen de Lisbeth Salander, la protagonista de la saga, una justiciera por mano propia, convencida de que el estado es tan corrupto que solo ella puede ayudar a que estos crímenes no queden impunes. Para la socióloga Daniela Ruiz, “lo que es diferente en la novela de Larsson es que está visibilizado el cliente, el que se muestra no es el cliente redentor si no aquel que va a un prostíbulo porque le gusta, es un tipo oscuro, desinteresado, etc. Y esto para las feministas abolicionistas es muy importante, porque sin cliente no hay trata”. De hecho, en Suecia se permite la prostitución y se penaliza el consumo, es decir, a los clientes, de manera que la prostitución se considera una forma de violencia hacia las mujeres y se penaliza a los hombres que las explotan al comprar sus servicios sexuales.
Para el sociólogo Adrián Melo, que junto a Ruiz estudia las referencias a la prostitución en la literatura argentina, “en relación al tema de la trata, creo que hay más líneas de continuidad que de ruptura en el discurso social. La prostituta siempre fue victimizada y la figura de la esclava sexual también es victimizada. Las líneas ficcionales siempre fueron criminalizar o redimir, nunca la idea de que una mujer puede tener una voluntad o autonomía. Esto es así porque en lo fundacional, la nación buscaba definirse y parte de esa definición es mostrar lo que no debe ser, y en esa bolsa entra el sexo y una normativa”. En este sentido, la “victimización” forma parte del tipo de víctimas que la sociedad quiere para aceptar e incluir. Para la psicóloga Inés Hercovich, “la víctima hecha bolsa no existe. La fantasía que hay sobre la trata de personas es que la gente piensa que están en un calabozo, encadenadas y esposadas, pero es mentira. Están ahí, circulando, están atadas y encadenadas pero desde otro lugar”, explica, y Trimarco desde Tucumán asiente, dice estar de acuerdo, entender el mecanismo de terror que se logra inyectar en estas mujeres que, como su hija, pueden pasar años encerradas, pero también dice que ella, con la duda eterna sobre si su lucha pública no será el motivo por el que Marita nunca va a aparecer, ya no puede disfrutar nada, porque su misión es dar vuelta la historia, según sus propias palabras. “Yo me bajoneo, pero pongo los pies sobre el piso a la mañana, miro el portarretratos de mi hija y parece que dios me mandara un misil de energía, porque estoy todo el día luchando. Marita y tantas otras chicas no aparecieron así que hay que seguir trabajando”, concluye.
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