Vie 12.11.2010
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INTERNACIONALES

El desvelo por Sakineh

En el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona el artista argentino Luizo Vega generó una intervención con una mujer apenas vestida con un burka en la cabeza y desnuda en el resto del cuerpo para protestar por la posible lapidación de la iraní Sakineh Ashtani. Nadie quiere su muerte. ¿Pero cómo es la mejor forma de ayudarla desde Occidente?

› Por Luciana Peker

Sakineh. El nombre ya está entre nosotros/as. Es injusto que sea sólo un nombre como todos los nombres que representan a miles. Hay muchas Sakinhes antes y habrá muchas después. Pero Sakineh, Sakineh Ashtani, la Sakineh de la que se habla, se escribe, la Sakineh que ahora se pronuncia como María o Juana a pesar de ser (de que era) un nombre más ajeno, como del afuera (aunque no haya afueras), se convirtió en el símbolo de que todas somos y podemos ser y no debemos ser Sakineh.

Sakineh es un nombre. Que aprendimos a escribir, a pronunciar, a leer. Sakineh ya es una más de nosotras. Sakineh ya podríamos ser nosotras. Sakineh Ashtani puede ser molida a piedras. De a una. De a veinte. De a cientos. Puede ser bombardeada, lastimada, herida por los puños lanzados por el aire. Puede ser demolida hasta que no haya fuerza que resista a la Intifada –al revés– de la opresión y la tortura.

No hay justificación para la pena de muerte. No hay justicia en la muerte por ejecución a piedrazos.

No hubo justicia, tampoco, para Sakineh Ashtani, que está presa hace cinco años por delitos que fueron desfilando tan azarosamente como su caso fue tomando relevancia en el exterior de Irán –para repudiar la posible lapidación de Sakineh– e Irán sintió que rebelarse a Occidente era no dejarse torcer el brazo en lapidar a Sakineh.

Incluso, un dirigente social de Argentina, cercano a Irán, defendió la política iraní cuando una mujer fue ejecutada en Estados Unidos lanzando la noticia en Twitter como quien empata una jugada con dos mujeres muertas en dos países enfrentados. Como si alguien justificara la pena de muerte en algún lugar. Como si ser mujer y ser asesinada pudiera saltearse como un hecho no político aunque haya (o no) otras coincidencias con Irán o países aliados.

Hace años, tantos como antes del 11-S, tantos que son más que los nueve que nos separan del atentado a las Torres Gemelas del 2001, tantos como antes de la invasión a Irak, que George Bush reconoció en sus memorias presentadas esta semana que se hizo para encontrar armas de destrucción masiva que no se encontraron, pero que sí destruyeron a Irak. A mujeres, a niños, a varones.

Hace tantos años, el Subcomandante Marcos (ese encapuchado de la Selva Lacandona que intentó otra forma de democracia en el Chiapas mexicano) advertía que por no creerle a Estados Unidos no había que creerles a formas radicalizadas del anti Occidente. Las invasiones –ya asumidas como fracasos– a Afganistán e Irak provocaron la ira –más justificada por los bombardeos norteamericanos reales que por las armas iraquíes irreales– de los países musul-manes. El punto es que ese rechazo se empecinó en creer que tapar a las mujeres, encerrarlas y poner valores (que ni siquiera se desprenden del Islam sino de una lectura radicalizada y opresiva del Islam) era rechazar el modelo occidental. Y en ese rechazo entraron la libertad y la vida de las mujeres.

Sakineh corre peligro. Fue acusada de adúltera, de tener relaciones antes o después de que su marido muriera, de mostrarse sin velo islámico y también de ser la asesina o cómplice del asesinato de su ex marido. Ya fue azotada con 99 latigazos. Ya su marido y su hijo no pudieron defenderla de tanto defenderla y están presos. Ya el mundo habló.

Y tal vez –tal vez como a Romina Tejerina en Argentina haciendo de ése y de este mundo un mundo tan diverso en sus formas como global en la opresión hacia las mujeres más vulnerables– a Sakineh Ashtani, la Sakineh de la que todos hablan, por la que pidieron España, Francia, toda la Unión Europea, la Sakineh por la que Amnistía Internacional junta firmas y organizó una marcha –la semana pasada– frente a la Embajada de Irán en Buenos Aires, ya no le convenga ser Sakineh. Porque a los poderosos no les gusta mostrarse débiles. Y para los opresores la justicia es debilidad.

No se puede dudar de que no hay amplitud térmica, ideológica, antropológica o cultural que justifique la muerte. Menos la muerte de una mujer por estar con un hombre. Menos la muerte de una mujer a piedrazos. No se puede permitir la muerte de Sakineh.

Aunque también surge la pregunta de cómo protegerla.

El artista argentino Luizo Vega realizó una instalación humana en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona con una mujer afgana –residente en España–, cubierta con un burka en la cara y desnuda del cuello hasta los pies, una instalación fotográfica. “Me sentí muy conmovido con la historia de Ashtani: me parece increíble que apedreen a una mujer indefensa. Por eso, armé esta forma de protesta estética y de propuesta: la mujer musulmana debe rebelarse porque debajo del velo hay una mujer que vive, que tiene órganos sexuales, que tiene piel y no es un fantasma”, subrayó.

Aunque tal vez la desnudez no sea una verdadera forma de libertad, sino otra cápsula del encarcelamiento occidental. Tal vez Internet sea también una forma de reducir el pensamiento a un click. Y tal vez la diplomacia sea la forma más conocida de intromisión en la soberanía. ¿Cómo hacer entonces para defender a Sakineh sin creerse más que Sakineh misma?

La cultura del velo trae certezas: no a la muerte de Sakineh. Y preguntas. ¿Cómo nombrarla sin que nuestra visión sobre ella se convierta en una sombra sobre la propia Sakineh que pide vida y necesita volver a ser ella, Sakineh, una mujer libre?

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