Claire Denis, una de las directoras francesas más deslumbrantes del momento, llegó a Buenos Aires para presentar Vendredi soir, un film que indaga sobre ciertas búsquedas existenciales que, en este caso, protagoniza una chica que está a punto de mudarse con su novio.
Es un mediodía
alborotado, y esa mujer menuda de buzo deportivo rojo furioso y cabellos pálidos
ha decidido hacer un alto en el maratón imposible de no perderse ni un
solo título del Festival de Cine Independiente (estoy viendo películas
todo el tiempo que puedo). Sentada ahí, tras una taza de café
y un mate que alguien le ha convidado, Claire Denis, quizá la directora
francesa más personal y deslumbrante de los últimos tiempos, está
explicando que si algunas personas se acercan a saludarla durante la charla,
es porque este año la casualidad quiso que su cumpleaños le llegara
en otoño y en Buenos Aires, adonde vino acompañando Vendredi soir,
su última película, la misma que la semana pasada inauguró
oficialmente las jornadas cinéfilas de abril. La suya es una voz ronca,
firme, testaruda en su intención de responder en castellano cada pregunta
y convencida de cada palabra que pronuncia, como si sus respuestas fueran algún
tipo de correlato de esa mirada exquisita que, hace cuatro años, convirtió
la historia de un grupo de hombres de la Legión Extranjera afincados
en tierra africana en Beau travail, la segunda de sus obras (que son, en realidad,
unas cuantas más) en estrenarse en la Argentina. Pero eso fue en el 2001.
La versión 2003 de Claire Denis (que emergió después de
trabajos como Ten minutes older, realizada en colaboración con Bernardo
Bertolucci, y Trouble every day) es la de una cineasta capaz de partir de un
hecho absolutamente literario y transformarlo, horas de elaboración de
guión y preproducción mediante, en material puramente cinematográfico,
y libre de cualquier sospecha de intrusión de otros lenguajes.
De todas maneras, es muy fácil ser fiel al libro de Emmanuèle
Bernheim. El libro, en este caso, era algo que debía transformarse en
material cinematográfico. Entonces, ser fiel al libro no era ser literaria,
sino ser fiel a un espíritu. Cada palabra, cada puntuación me
parecen una cosa muy importante a respetar, pero en el guión se transformaban
en otra cosa. Hice el trabajo de adaptación con la autora, pero ella
tenía mucho miedo a que yo fuera demasiado fiel. Siempre me estaba diciendo:
Hacé lo que quieras, pero yo le decía no, no,
tengo que ser fiel al libro. Entonces, pasó. Así como se
dice que, cuando hace mucho calor, el agua se transforma en vapor, en el proceso
de hacer la película hay una transformación. El film es la misma
cosa que el libro, pero con una transformación.
¿Cómo pudo resistir la tentación de recurrir a la
voz en off en una película tan centrada en el interior de los personajes?
En realidad, no la resistí. En un principio, cuando hice el primer
guión, escribí la voz en off. Pero luego leí el guión
y me di cuenta de que esa voz en off era imposible. No era necesaria, aunque
en el libro tal vez estaba todo el tiempo. Con esa voz, no era cine para mí,
era imposible.
Escapadas
y mundo real
La película
comienza donde termina la semana: un viernes a la noche cayendo sobre la ciudad.
Laure una increíblemente fresca Valérie Lemercier
acaba de embalar todas las cosas de su departamento para mudarse, la mañana
siguiente, a la nueva casa que compartirá con su novio. Pero, encerrada
en su vida, sube al auto y termina, por no saber que existe, enredada en un
atasco de tránsito fenomenal (de ésos en los que puede pasar una
hora sin que las ruedas avancen más de 5 metros) que ha bloqueado casi
todas las calles de París. Es allí, en medio de la suspensión
de la vida más o menos habitual, que se termina por generar una fisura
en la burbuja: lo imprevisto de la situación, la sugerencia de una locutora
en la radio, el frío de afuera y la irrupción de Jean (interpretado
por Vincent Lindon) en el auto abren las puertas para que, por esa noche, Laure
cancele la cena con una pareja de amigos (flamantes padres de un bebé
llorón) y se lance, al principio con más temores que certezas,
de cabeza a una aventura con ese desconocido. Una película en el
presente, muy concreta, esas palabras eligió hace no demasiado
Claire para definir una historia que, en lugar de reclamar la grandilocuencia
de los grandes relatos con problemas aún mayores, exige (y consigue)
para sí la legitimidad de lo más íntimo y privado, aquello
en lo cual una esfera mayor, social o como quiera llamársela, ni corta
ni pincha. Algo así como el imperio del deseo profundo y personal, la
fantasía de Laure llevada, de buenas a primeras, a un terreno muy parecido
a la realidad pero a la vez absolutamente distinto. Cuando la inminencia del
fin de algunas cosas tal como las conoce (la mudanza, la convivencia, tal vez
la posibilidad de la maternidad) empieza a agobiarla en sus pensamientos, la
noche decide prestarle sus bondades para inventar una pequeña aventura
que no será más que eso: un recreo, un respiro en el preciso momento
en el que Laure empieza a sentirse una extraña en su propia vida. Justamente
ese tema, el de ser una extranjera en la propia vida, que tanto acompaña
a Claire desde los años de su infancia, cuando los afanes de su padre
para criarla de manera no convencional la llevaron a vivir por toda Francia.
¿Puede decirse que en Vendredi..., con Laure, reaparece la sensación
de extranjería que se desarrollaba en Beau travail?
Sí, porque es una noche muy especial para ella: al día siguiente
cambia de vida, va a mudarse para vivir con su novio o su marido. Entonces,
está completamente fuera del mundo. Y puede ser que ella también
tenga ganas de sentirse así, porque está perdida en sus pensamientos.
Tal vez, en el encuentro con el hombre, cuando él abre la puerta del
auto para entrar, tal vez en ese momento él sea la realidad que ronda
ese auto. El es la realidad del presente, de ese presente. Cuando entra, es
como un aire que oxigena. Es el mundo real, con olores, con el peso de su cuerpo
en el coche. No es el pensamiento de mañana a la mañana
todo va a cambiar....
Es en medio de una ciudad hostil, conocida y a la vez extraña, que los
autos varados en el bloqueo, trayendo reminiscencias del cuento Autopista
del sur (adoro ese relato, pero en realidad no había pensado
en eso al filmarla. Fue aquí, en la Argentina, donde me recordaron que
había una situación similar allí), comienzan a devenir
en pequeños mundos que tanto pueden tocarse como aislarse. Casi réplicas
de una ciudad provisoria, desde el fondo del tedio del tránsito empiezan
a brotar pequeñas relaciones, miradas teñidas de voyeurismo en
las vidas de otros. Cada auto, un film que Laure va seleccionando de a uno,
hasta que aparece él.
En otra de sus películas, en lugar de ensayar con los actores las
escenas que estaban por rodar, elegía ensayar escenas de una película
de Jean Eustache. ¿Para Vendredi... partió de un proceso similar?
Sí. Es que me da miedo alcanzar algo muy bello en los ensayos y
no tenerlo en el rodaje de la escena. Temo que me guste más el ensayo
y no estar conforme al filmar. En Vendredi..., la actriz venía de trabajar
en teatro y llegaba muy cansada. Entonces, cenábamos juntos con ella
y con el actor, tomábamos un café, compartíamos cigarrillos.
Quería que ellos seconocieran y se acostumbraran uno al otro, pero ahí
también había una dificultad, porque no quería que se conocieran
demasiado. En las escenas del auto, ellos dos tenían que ser tímidos.
¿Existe para usted una mirada femenina en el cine?
Muy honestamente, no lo sé. Es difícil pensar en una
mirada femenina o una mirada masculina. A mí, siempre
me dicen que hago películas de hombre, no tenés mirada femenina.
Así que no sé. La mirada es también la relación
con los otros. Entonces, en mi caso, forzosamente tiene que ser femenina, porque
yo soy mujer.
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