PERSONAJES
De un lado y otro del océano Atlántico, dos librerías con nombre idéntico e historia de militancia comparten un relato de años que sigue apostando a volver disponibles y en contexto textos, ficciones, investigaciones y ensayos feministas y con perspectiva de género. Un aporte a la conciencia colectiva que se sostiene con esfuerzo y voluntad y que no se agota en vender libros: las Librerías de Mujeres son un punto de encuentro y también un proyecto editorial que produce y/o traduce el material que falta.
› Por Guadalupe Treibel
Cuando, en 1978, Lola Pérez, su hija Elena Lasheras y Ana Domínguez abrieron una librería popular en Madrid, no existía en España el derecho de reunión, de divorcio y ni hablar de la interrupción voluntaria del embarazo. Con todo, su vidriera lucía uno de los primeros libros editados sobre sexualidad. Como gesto cultural y declaración solidaria, cada día pasaban una página. Y la respuesta no se hacía esperar: ávidos adolescentes pegaban la cara al vidrio para leer, entender, ver las ilustraciones. Sobre la calle Cañaveral del modesto barrio de Ventilla, el espacio se llamó Fuencarral. Y no sólo había libros; también vendían plantas.
“Una tarde a la semana, abríamos las puertas para que, quien así lo deseara, pudiera leer libros como en una biblioteca. Otra tarde, abríamos guardería para que las mamás nos dejaran a sus criaturas y pudieran disfrutar de un tiempo libre. Los libros de estudio nos los pagaban como podían. O los prestábamos”, recuerdan las mujeres que, más tarde, cambiarían nombre y locación; no así la voluntad ni la intentona...
En la calle Ginzo de Lúnia, la tríada inauguró La Colmena y estrenó nuevo símbolo: una abejita inteligente pero, ante todo, sonriente. “Nos veíamos como las ‘pequeñas abejas obreras’ de Alexandra Kollontai, que producían cultura tan dulce como la miel”, parafrasea Elena. Ella y Ana eran amas de casa, madres y militantes comunistas en la clandestinidad. Lola, su madre, era también ama de casa; y había (sobre)vivido la Guerra Civil. No así sus padres, desaparecidos después de uno de los primeros bombardeos en Madrid cuando Lola apenas tenía 13 años. “La dejó en una orfandad que ha durado toda su vida. Pero quedó la rebeldía, republicana siempre y antimonárquica. Y atea contra los curas”, ofrece Lasheras sobre su madre.
Fue en 1988 cuando la tercera y última mudanza las ubicó en un espacio (ya) mítico que, con nombre de género, apostaba a la literatura feminista: Librería Mujeres, a pasitos de la Plaza Mayor, cerquísima de Puerta del Sol. Inaugurada en el ’78, regenteada por Jimena Alonso, obra de un colectivo de más de 200 mujeres, el lugar había cerrado en el ’86 por problemas económicos, pero –creyendo en la necesidad de mantenerlo a flote– Pérez, Lasheras y Domínguez negociaron las deudas y relanzaron “ese precioso espacio solidario y feminista”, que aún hoy mantiene las persianas altas y las puertas bien abiertas.
No por nada la historia de las librerías de mujeres en España es inseparable del desarrollo del movimiento feminista. Con el fin de la dictadura franquista, las unas y el otro empiezan un desarrollo libre que se verá traducido en espacios documentados, letrados, especializados en género. Y aunque no todas nacen como iniciativa de grandes colectivos, la mayoría es afín ideológicamente. Claro que la economía no perdona y de las muchas abiertas, sólo dos han resistido hasta la fecha: Proleg, en Barcelona, y –la ya mencionada– Mujeres, en Madrid. “También han desaparecido las que nacieron en Europa en los años ’70 y ’80, salvo la nuestra y la Librería de Mujeres de Milán. Y, hace muy poco, reabrieron Librería Des Femme, en París”, recuenta Lasheras.
En San Cristóbal 17, a minutitos del Oso y el Madroño, una vitrina azul y naranja enmarca caras conocidas: fotos de Frida Kahlo y Virginia Woolf saludan, entre títulos y muñecas. El cartel dice Librería Mujeres y se escinde como rincón alegre, donde las dueñas atienden y recomiendan la especialidad de la casa: Feminismo, narrativa de mujeres y cuentos infantiles no sexistas. “¿Los hombres pueden entrar?”, pregunta algún curioso. “Sólo pueden entrar los inteligentes”, bromea Lola, rápida detrás de sus anteojos, su pelo blanco, sus 88 años. Así, pasan la prueba los muchachitos que se acercan, en su mayoría hermanados concienzudamente: tienen madres, abuelas o novias feministas.
Junto a “la reina del mostrador” –como define Elena a su madre–, larga es la lista que acompañó el emprendimiento familiar (y matriarcal, dicho sea de paso): Eva, actriz y directora de una compañía de teatro, y Alba, directora de la Federación de Salud Sexual y Reproductiva de las Mujeres, ambas hijas de Elena, nietas de Lola, y Sonia Martín, hija de Domínguez. Además de las fundacionales Elena y Ana, claro.
“Somos una empresa familiar de mujeres que, como las brujas de antaño, nos damos energía en un círculo, trabajamos cogidas de las manos y transmitimos nuestros saberes”, aclara el acta presentación del grupo que, en 1991, sumó otro ladrillo a la estructura al fundar “horas y Horas, la editorial feminista”. ¿Por qué el nombre? “Por las horas que invertimos en nuestro trabajo y por las Horas, diosas del tiempo anteriores a Zeus”, responde Lasheras.
Con cuatro colecciones en su haber (Cuadernos Inacabados, Femineras, mujeres de otras culturas, La cosecha de nuestras madres y Agenda de Mujeres), la editorial ha traducido a mujeres del pensamiento internacional de la talla de la ecofeminista india Vandana Shiva, la italiana Teresa De Lauretis, la “guerrera” Audre Lorde, Virginia Woolf, la poeta Adrienne Rich, la francesa Hélene Cixous, la egipcia Nawal el Saadawi, Luisa Muraro y Lia Cigarini. Elena detalla: “De las mujeres españolas, hemos publicado a María Zambrano, Clara Campoamor, Milagros Rivera y Victoria Sau, entre otras”, menciona Lasheras. Y agrega: “De América latina, la mexicana Marcela Lagarde, la colombiana Myriam Jiménez Quenguan, la costarricense Guadalupe Urbina y la chicana Cherrie Moraga”.
“Presumimos de tener todo el fondo publicado de feminismo en España y lo que podemos conseguir de Latinoamérica. Como las novelas escritas por mujeres –desde las clásicas hasta la más moderna–; aunque no todo entra por nuestra puerta... También es muy importante la selección de literatura infantil y juvenil, de educación sexual y de otras culturas”, explica la librera.
Claro que, desde 2002, Lola, Elena y Ana suman algo más que títulos y clientas. Ese año, independiente de subvenciones y capitalismo y sostenido por una pequeña cuota que donan las mujeres, el trío y equipo crea Fundación Entredós, Amigas de la Vida, donde –libres y autogestionadas– dan pie a una seguidilla de actividades políticas y culturales. El género es protagonista en talleres, conferencias, presentaciones de libros, de films, en sala de exposiciones. “También hay un espacio para cuidarnos el cuerpo y un salón para quedar con amigas o reunirse cualquier grupo activista”, dice una Lasheras sorprendida: “En aquel momento, ni nos atrevíamos a soñar que se podría sostener durante tanto tiempo”.
Por la labor surtida, varia, las muchachas han recibido menciones y premios. Sin ir más lejos, en 2007 el Ministerio de Igualdad y del Instituto de la Mujer premió a Lola y su librería por el trabajo realizado contra la violencia y a favor del buen trato. Igual, el homenaje va en el día a día. “Lo tiene de sus tres hijos, de sus compañeras de trabajo y de las mujeres llenas de cariño, respeto y admiración que la rodean en la librería”, destaca su hija.
Así, a paso firme, Librería Mujeres sigue apostando a la literatura de género y a la conciencia toda, sacudiendo prejuicios, alentando nuevas conquistas. Sobre el estado de situación, ¿cree Elena que el feminismo goce de buena salud en España? “Por supuesto. Ni se compara a finales de los setenta y los ochenta. También en la política de Estado van recogiendo nuestras reivindicaciones. Claro que el avance en los derechos sociales no es un regalo de los gobiernos; fueron conseguidos por las feministas. Con todo, mientras la historia y el pensamiento de las mujeres no figuren en los contenidos de los libros de texto escolares o universitarias del mundo entero, no se habrá conseguido lo suficiente.” Amén.
Del otro (éste) lado del charco, una dupla de mujeres hizo lo propio con afán de letras, feminismo y reunión y, en 1995, creó un espacio de género que dio en llamarse Librería de Mujeres. El puntapié inicial fue en Paseo La Plaza y las gestoras, la ítaloargentina Piera Oria y Carola Caride. Proyecto del Taller Permanente de la Mujer, una asociación civil sin fines de lucro que data de 1988 (con personería jurídica desde 1990), la inauguración –como no podía ser de otra forma– fue un 8 de marzo.
“Piera pertenecía al Peronismo de Base y en el ’75 tuvo que exiliarse porque la Triple A la perseguía. Quedó en México hasta el ’84. Yo viví en Jujuy, trabajando como trabajadora social hasta que quedé fuera del Estado y volví a Buenos Aires. En el ’85 nos conocimos militando por los derechos humanos. Participamos del movimiento de mujeres hasta que armamos muestra ONG”, recuenta Caride sobre la organización con la que no sólo produjeron gran cantidad de material impreso; también organizaron talleres temáticos de violencia, salud y conciencia política. Después llegarían los libros, las bolsitas violetas, las colecciones especializadas.
Sobre la librería y sus orígenes, detalla: “Cuando abrimos, 15 años atrás, el caso de Madrid –que incluso tiene editorial propia– fue un referente”. El link, bien evidente –nombre similar, proyecto hermanado–. El disparador fue –sin más– la necesidad: “La única manera de tener material especializado de España o México era abrir la librería. Ya había habido una en Argentina, pero apenas duró un año”. Afortunadamente, el esfuerzo del dúo mantuvo sus puertas abiertas y aún lo hace, década y media más tarde. No sin vaivenes, dicho sea de paso...
Porque después del pequeño local en Paseo La Plaza, estuvo el de la calle Montevideo. Luego, el espacio cedido en el Instituto Hannah Arendt y, finalmente, el actual, en Pasaje Rivarola. Y no será la última sede... “Posiblemente el año próximo vayamos a un lugar más chico. Mientras no tengamos un lugar propio, las mudanzas son inevitables porque, con los años, los locales aprietan y encarecen. Así, no hay forma. No tenemos subsidios, pero la peleamos”, explica Carola. Y aclara: “De todas formas, más que pedir subsidios, pedimos que nos compren. Si te declaran de interés cultural, como ocurrió con la librería en 2005, lo primero que tendría que hacer la Dirección de Bibliotecas es... ponerte en las bibliotecas”. Triple enemigo combate la militante porque, al desinterés institucional, se suman la falta de presupuesto y las formas de discriminación de género. Ni hablar del desconocimiento que, aún hoy, sobrevive respecto de la especialización: “Algunas editoriales siguen sin entender que no trabajamos libros ni de cocina ni de costura”, reconoce.
Con todo, sumando miles y miles de volúmenes especializados, la Librería de Mujeres ha logrado posicionarse como la más importante de América latina (“No hay en Uruguay, en Chile, en Venezuela”, detalla Caride). Y viene con bonus, gracias a su exclusivo (aunque privado) centro de documentación, con rarezas, libros discontinuados, documentos, clásicos y colecciones de revistas como Persona, Feminaria, Brujas... “Tenemos el proyecto de digitalizarlo, pero hacerlo lleva tiempo y dinero. Por ahora es sólo un proyecto”, cuenta.
También fue un proyecto la editorial propia hasta que, dos años atrás, bajo el paraguas del Taller Permanente, se volvió una realidad. Año agridulce, sin duda. “En 2008, murió Piera y para homenajearla lanzamos Librería de Mujeres Editoras.” Con una pata menos, la estructura no tembló y rindió el mejor de los tributos: la colección ensayística “Feminismo y Sociedad” (donde se hace foco sobre mujeres migrantes, la construcción de la sexualidad, lo materno, entre otros tópicos), la infantil “Yo soy igual” (donde las mamás protagonizan oficios típicamente masculinos –albañil, referí, taxista, etc.– y abren el abanico) y la –también– infantil “Mi sexualidad”, para nenes y nenas de 9 a 12 años, donde se desarrollan los cambios de la infancia a la adolescencia, el nacimiento de un nueva vida y más. Y falta. Caride agrega: “Tenemos en imprenta una colección más, llamada ‘Esta es mi familia’ para chicos muy chicos, de hasta 6 años. Son cuentos que presentan distintos tipos de familia, con el objetivo de penetrar con la idea de que familia es una comunidad de afectos y no un padre, una madre y dos hijos”.
¿El alcance? “Estamos distribuyendo en todo el país, al igual que en Uruguay, Costa Rica y Perú e intentamos entrar en México y Chile. Nos extendemos por Latinoamérica. Con librerías que tienen editorial propia, como el caso de Madrid, hacemos intercambios”, cuenta la inquieta librera. ¿Algo más? Claramente, sí. Como si fuera poco, la librería presta salón a distintas organizaciones, como la Campaña Ni Una Mujer Más Victima De La Prostitución y La Trata y, desde hace tres años, lleva adelante el proyecto APC (Asociación para el Progreso de las Comunicaciones Feministas Inmersas en Tecnologías Diversas), que pone los puntos sobre las íes cuando de redes sociales, audio y video o diseño gráfico se trata. Activismo de herramientas digitales tomar, qué va.
Miembro vital del movimiento feminista y el de mujeres, Carola reconoce no sentirse sostenida por ninguno de los dos. “No hay un amor especial por mí o por la librería”, asegura. Pero no se desalienta. Inevitablemente, el emprendimiento que comenzó 15 años atrás con Piera Oria ha dejado su marca. “Guste o no, la Librería de Mujeres es un lugar de encuentro porque por acá pasa todo el mundo”, define la mujer que ya planea visitas a las ferias del libro de Guadalajara y Cuba.
Sobre la reivindicación de género, también es positiva: “Sin duda, muchos temas han avanzado en estos años. Tópicos como violencia, ciudadanía o constitución se van instalando y toman visibilidad. Incluso, cada vez hay más pedidos de universidades. Y algunos hombres se acercan a comprar”.
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