VISTO Y LEíDO
› Por Liliana Viola
Perder el control: ese alejamiento de uno mismo que sólo puede ser equiparable al miedo a la muerte. Equiparable o el peor de los casos patético prólogo. Al menos así lo teme aunque no lo diga, quien constata que “ya no se domina a sí misma”. Perder la cabeza, temblar como una hoja. Que el cuerpo empiece a actuar, y además en público, sin escuchar el mandato tácito, invalida el resto de las certezas que se hayan podido acopiar a lo largo de una vida, convierte en duda toda existencia. Alrededor de esta debilidad y a su vez histórica e histéricamente tan atribuida a las mujeres, todo se torna hipotético. Este episodio que describe este libro y la búsqueda de sus causas y de su cura, se aparece como la versión real de la metáfora del cerebro que se parte, como dice Emily Dickinson en el epígrafe que Siri Hustvedt eligió para comenzar este ensayo sobre los nervios: “Traté de unirlo, comisura a comisura, pero no lo he conseguido”.
No es una novela esta vez lo que trae la prosa de esta escritora sutil que ya había explorado la figura del padre y de los efectos de la muerte en Elegía para un americano. Pero muy bien podría ser leída como tal, investigación científica, periodística y sobre todo apasionada crónica de los nervios y con ellos de la gramática neurológica, el idioma de la medicina, los clisés de los médicos, de las investigaciones académicas. Nada parece detener la curiosidad casi quijotesca de la mujer que tiembla: asistimos azorados a una investigación detectivesca y sobre todo obsesiva capaz de remontarse hasta la época de los exorcismos o los tratamientos correctivos de la histeria y otras brujerías. Es la desesperada búsqueda de una paciente sin respuesta y a la vez una arqueología de los modos de interpretar la relación entre cuerpo y alma a lo largo de todos estos siglos.
Siri Hustvedt es la mujer temblorosa de la que habla constantemente en el libro. Ella misma ha padecido el tormento de no poder controlarse y entonces su interés por las cuestiones de la mente encuentran un cauce. Habían pasado dos años de la muerte de su padre cuando fue convocada a su pueblo natal para dar una conferencia en su nombre. “Segura de mí misma, y provista de fichas llenas de anotaciones, miré al público compuesto por unos cincuenta amigos y colegas suyos que se habían reunido alrededor del abeto noruego conmemorativo, lancé mi primera frase y, a continuación, empecé a temblar descontroladamente de la cabeza a los pies”. La autora relata cómo mientras su cuerpo no dejaba de temblar ostensiblemente, sus palabras seguían fluyendo con total coherencia hasta culminar con éxito, si esa palabra cabe ahora, punto en el cual también terminaron los temblores.
A partir de entonces la búsqueda de explicaciones, la relación con otros “casos” asombrosos, anécdotas que va recopilando y que conservan el asombro de los números circenses. El truco, el misterio de la epilepsia, también ronda las hipótesis de este libro. En tiempos donde la obsesión es la seguridad y la eficiencia, este libro pone en la mira algunos agujeros negros de la ciencia y de los modos de interpretar los males, sobre todo cuando es una mujer quien los sufre. La autora se disculpa con su esposo por su obsesión ante los nervios en la sección de agradecimientos, y construye un libro interesante y curioso mientras queda claro que no se desprende de ese temblor que la alimenta.
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