Vie 09.05.2003
las12

MúSICA

Rompecorazones

Se siente (y está) en su hora más alta como intérprete y también como showman. En La Casona, Horacio Molina canta divinamente y charla con el público. Distendido y elegante, entre la más honda emoción y el paso de comedia, hechiza a su auditorio con un repertorio siempre cambiante. Bah, que está de rechupete.

Por Moira Soto

No he hablado demasiado bien de mí? Me da un poquito de pudor, que quede claro que no intento pontificar...”, se inquieta Horacio Molina sobre el final de la entrevista. Es que este artista de la canción popular está en un momento de bonanza total y no lo puede disimular. De máximo esplendor vocal, haciendo un espectáculo (en La Casona del Teatro, Corrientes 1975, los sábados a las 20.30) francamente morrocotudo. Dicho esto de un intérprete que ha ofrecido a lo largo de su camino shows memorables, grabaciones para atesorar (sus dos últimos CDs: Mil recuerdos –boleros, canciones de amor– y Clásicos 2 –que incluye “Cristal”, “De todo te olvidas”, “Sólo se quiere una vez”).
Con la sencillez de siempre, reivindica para sí la condición de amateur: aquel que hace algo por puro amor, por simple placer, apasionadamente. Y este hombre es un romántico que se muere de sentimiento viendo el film Embriagado de amor (“ése soy yo”) y que asalta el corazón del público cantando casi en secreto valses melancólicos, tangos evocadores, para luego ingresar gozosamente –milonga mediante– en otro territorio, más humorístico, donde florece el comediante encantador. Las (los) que ya lo conocen, saben que Horacio Molina es un grande del tango (y de otros géneros). Pero seguro que nunca lo vieron/escucharon en tal estado de gracia, de plenitud artística, de seducción personal. Rompe corazones con los mejores recursos haciendo un “Flor de lino” para alquilar palcos en el mismísimo Colón, y al rato los regocija con un candombe retozón.
–Desde el escenario, el viernes pasado, transmitías una neta sensación de libertad y disfrute...
–Es que el viernes fue así. Cuando yo tengo bien la voz, me la olvido, no estoy pendiente y eso me permite sacar el artista: toda la emoción acumulada, todo lo que he venido estudiando, experimentando. Además, en La Casona me siento muy protegido: el sonido está perfecto, impecable; las luces son ideales; tengo este músico increíble, Jorge Giuliano, una bestia realmente con quien logro una conexión total. Lo que me enriquece este tipo es impresionante. Por supuesto que en estas condiciones me siento libre y disfruto plenamente.
–Funcionó muy bien que cantaras primero los temas de mucho espesor emocional –”Flor de lino”, “Fruta amarga”...– y después llegara el humor, canciones más ligeras, la milonga, el candombe. Es decir, llorar primero y reír después.
–Salió así, vino solo. Justamente por manejarme con libertad, sentir ese intercambio con el público estando todo bien, empezando por la voz. Ahí me sale el Horacio Molina bueno, el que está distendido, plácido, se entrega, abre su corazón, despliega el humor.
–¿El mejor de los Horacios?
–Sí, claro. Pero cuando aparecen problemas, me puedo poner tenso. No sé disimular lo que me está pasando: ése es el riesgo. Es que yo no aprendí nunca a fingir, a engañar al público con el que siempre he sido sincero, nunca he careteado. Por eso cuando pasa el milagro del viernes esabsolutamente de verdad y la gente lo sabe. Estábamos como chanchos. Todo el mundo feliz, gozando. La “Flor de lino” del viernes, por ejemplo, fue una cosa seria. Me sentía en el aire, que levitaba...
–El precio de esta independencia, de no responder a imposiciones marketineras, ¿ha sido, quizás, restringir una potencial popularidad que bien te merecerías?
–Quizás no manejé mi carrera adecuadamente en ese sentido, aunque en lo artístico, sin dejar de lado la autocrítica, estoy bastante conforme conmigo mismo. Cuando percibo la emoción de la gente, del público común, pienso que podría funcionar en una temporada de Gran Rex o de Opera, de cuatro o cinco funciones. Nunca quise ser elitista, fue una etiqueta que se me puso. Para mí fue un invento, una mentira que me ha perjudicado. Siempre me resistí a esa imagen de finoli que algunos han insistido en adjudicarme. Pero en las primeras etapas me agarró desprevenido. También hubo situaciones de vida privada que fueron usadas hasta el cansancio, sin que tuvieran que ver, incluso mucho después de perder vigencia. Y debo mencionar un rasgo de mi carácter: el ser hiperexigente, lo que se suele confundir con capricho. Sinceramente, creo que yo sólo pido lo mínimo para hacer las cosas bien. No tengo problemas con el cartel ni con el estrellato. Pero por mi manera de ser me han pasado por encima colegas muy bien contenidos por sus representantes o agentes. Y yo no tenía quién me cuidara, se batiera por mí. Por otra parte, no soy peleador ni mala leche, ni creo tener nada de divo. Tampoco estúpido: me pasa por encima un gusano y me doy cuenta. Ahí sí me hace rabiar. Y a lo largo de 42 años de carrera he visto pasar muchos gusanos, también los he visto desaparecer. Volviendo a tu pregunta: no te digo que me pueda convertir en un ídolo de multitudes y llenar un River Plate. Ni Shakira ni Luis Miguel, quizás más cerca de un Sandro, en otro estilo, con otro repertorio, obviamente.
–Más allá del manejo acotado en nivel de difusión, hay que reconocer que nunca hiciste nada porque estaba de moda. Quizás es el momento de capitalizar esa conducta tuya, la estima que despertás en un público que puede ampliarse, en los críticos más exigentes...
–¿Sabés que es algo que estoy pensando ahora? Más allá de lo que puedo ofrecer artísticamente, tengo una ventaja: no estoy gastado. Hay mucha gente que todavía no me conoce. Y yo querría que tuvieran esa oportunidad. Porque sé que no soy difícil ni exclusivo, porque lo que me gusta es ir directo al corazón del ama de casa de Mataderos o de Flores, de Caballito o de La Boca. También es verdad que no pertenezco a ninguna capilla, a ningún grupo de influencia, estoy al margen de todo eso y lo seguiré estando. A mí lo que me interesa ahora es llegar a más gente, que se expanda esto tan bueno que está pasando en La Casona.
–El haber mantenido esa integridad, ese rigor, esa autonomía artística, quizás te ponen en un estado ideal para una especie de relanzamiento.
–Totalmente de acuerdo. Me siento vocalmente como nunca, en escena como pez en el agua. He perdido ciertas inseguridades, no hay trabas. Y cuando vienen y me dicen: “Hay un lugarcito chico, justo para vos”, puedo responder: “No, yo quiero el Colón, me sentiría seguro ahí”. Aunque suene a vanidad, me le animaría.
–Con la dicción no tendrías problemas, pero vos, más allá de la modulación, paladeás cada palabra, cada frase, dándole sentido.
–El secreto del canto es ése: cantar como si hablaras. Eso que algunos sin entender nada comentan: “Qué bien que dice...”. Justamente, la gran condición del canto es que no se note ningún esfuerzo.
–¿Como Fred Astaire cuando bailaba?
–Exactamente, y mirá todo el trabajo que había detrás. A veces se valoriza el efecto, la voce que es lo más exterior.
–Cada tango, cada tema, ¿tiene su relato, su emoción, incluso diversos grado de hondura?
–En determinados temas, siento que me pongo en un lugar de ternura, de contemplación si se quiere, sin involucrarme del todo. Me sitúo un cachito afuera, apenas. Se trata de la construcción de diversos personajes, algo que aprendí, de chico, de Gardel. El tenía la distancia mínima, exacta de la emoción. Era, además de todo, un gran narrador: yo, de muy chico, mucho antes de valorar su voz, oía las historias, él era mi cuentista preferido. Hay distintos aspectos del canto: la interpretación, la musicalidad, el color de voz, el fraseo, el ritmo... muchos elementos que se amalgaman. A veces me parece que se ha perdido un poco el valor del arte de cantar, de la belleza del canto, sin llegar al pavoneo, al exhibicionismo, por supuesto.
–Siempre hubo quienes no te perdonaran que pasaras del bolero al tango, se te cerraron ciertos circuitos. Encima hacías boleros en una época en que el género no estaba reivindicado por los intelectuales como actualmente...
–Exactamente, los que cantaban boleros eran medio pelotudos. Yo hacía boleros divinos, de amor loco total, que seguramente voy a cantar los próximos sábados, sin dejar el tango. Tuve la suerte de haber oído a muchos maestros: Pedro Vargas, Elvira Ríos, Lucho Gatica... Nunca alimenté prejuicios respecto de los géneros: además de tener como patrón a Gardel, de oír a Floreal Ruiz, Carlos Dante, Troilo, Fiorentino, Verón, Gómez, Corsini... Tenía una información musical total de lo que es el tango. Y también, una data muy grande jazzística, clásica, brasilera, de casi todos los géneros. Mi intención siempre es tratar de acercarme a un tema tratando de comprender cómo el autor lo soñó, como fue concebido. Esto que te digo sirve para Vivaldi, Schumann, lo que sea. La música se escribe parcialmente, con ciertas indicaciones del autor, pero la musicalidad no se puede escribir, aflora en la interpretación. El que lo hace se comunica a través de las galaxias con el compositor, el poeta. Hace poco escuché un recital de Cecili Bartoli en vivo en París: estaba poseída por Vivaldi que entró en su cuerpo, le dijo: “Te amo, casémonos”, y se produjo el milagro.
–En parte puede ser la elección del repertorio, pero ningún tango cantado por vos suena misógino, ni siquiera cuando decís que las mujeres son las que matan la ilusión. Parece que no te lo creés, lo decís quedito.
–Como primera medida, soy un enamorado del amor y de las mujeres. En general, son mis cómplices, con ellas me siento muy cómodo, más que con los hombres. Será porque en la infancia me fueron transmitidos estos sentimientos. Siento que ellas me apañan, me cuidan. A los hombres les da mucha vergüenza tener sentimientos, no sé de dónde viene eso, es una carencia que tienen. Por ejemplo, me enferma esa manera asquerosa que poseen algunos de hablar de sexo por televisión. ¿Cogen así esos tipos? Pobre gente, ellos y ciertas mujeres que se exponen y les dan letra y convierten en porquería algo que es sublime: hacer el amor. Le pasan como un barniz barato a una madera maravillosa...
–Tus espectáculos, tus discos, suenan a fragmentos de una autobiografía. Canciones de tu vida que van cayendo como fichas...
–Sí, por ahí recupero viejas canciones olvidadas, de pronto incorporo algunas que nunca había hecho... Tengo miles que sí, van escribiendo mi historia, mis gustos. Que van apareciendo según la función, el clima quese crea, casualidades que ocurren. Parto de ciertas pautas, claro. El espectáculo del viernes pasado no lo había pensado así. Faltó un piano, un músico invitado, entonces hice otra cosa y salió maravillosa.
–Hablemos del comediante, del humorista, del que se divierte payaseando, improvisando gestos cómicos, por ejemplo cuando te piden varios temas a la vez.
–Eso lo tengo muy incorporado, es genético. Mamá era así, lo tiene Juana, es una característica de la familia Molina. Me siento actor totalmente al hacer una canción. Los buenos cantantes, los buenos músicos, tienen mucho de actores.
–¿Cuán consciente sos de tu poder de seducción sobre la escena?
–Más o menos. Es un poder, sin duda. Si seducís siendo vos misma me parece totalmente válido. Histeriquear me resulta asqueroso. Para seducir, con tu color de voz emociones que comunicás, con la complicidad es algo legítimo. Agradar con tus maneras, sin sobreactuarlo. Creo que casi toda la gente del espectáculo ejerce alguna forma de seducción. Y la gente en la vida, también.
–Los que te conocen de más cerca saben que la exquisitez de músico se prolonga en un gourmet que no se priva de cocinar. ¿Podemos cerrar con alguna receta?
–El asado debo admitir que es lo mío, eximios en este arte me han preguntado: “¿Cómo lograste esta molleja?”. Y yo no puedo hablar, porque más que un secreto es un don... Y años de cometer errores. Tenés que darte cuenta cuándo una carne fue congelada, cuándo el carnicero te miente los días de frío por el color. Si hago pulpo –español, preferentemente–, le agrego una cebollita frita, con ese gustito de cuando empieza a tostarse, que después dejás en el jugo del pulpo haciéndose, poniéndose muy tierno. Las papas arenosas hervidas las tenés que dejar apenas duras para que no se deshagan.
–¿De postre?
–No es mi especialidad, podría ser un arroz con leche quizás con cascarita de limón y vainilla. Un poquito chirle.

(Versión para móviles / versión de escritorio)

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS rss
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux