Vie 09.05.2003
las12

TENDENCIAS

El yôga eléctrico

De paso por Buenos Aires, DeRose, a quien sus seguidores llaman maestro -un rango al que se llega después de más de quince años de instrucción- habló sobre el Swásthya Yôga, rama energizante, erotizante y acrobática de esa disciplina oriental.

Por Sonia Santoro

El maestro, le dicen todos a DeRose, que es conocido en todo el mundo por haber rescatado del olvido y sistematizado el yôga antiguo, preclásico, dándole el nombre de Swásthya Yôga. Este yôga es todo lo contrario del más difundido: es dinámico, es energizante, es divertido, es muy intenso y está indicado sólo para jóvenes. “El yôga antiguo es tan diferente de lo que conocemos como yôga que si esto se llama yôga lo que conocemos como yôga no lo es, o viceversa”, sintetiza DeRose, en un hotel del barrio del Abasto, un par de horas antes de su presentación de El libro de Yôga avanzado.
–¿Cuáles son las principales características del Swásthya Yôga?
–El yôga antiguo es para jóvenes de 18 a 38 años. Si un hombre de tercera edad comienza a practicarlo, se muere. Hoy yo puedo practicar, pero si yo fuera a comenzar ahora no podría. Es un yôga dinámico. El yôga antiguo no era una cosa monótona, no era lento, era muy dinámico y divertido. Y esto interesa a los jóvenes.
–¿Usan música?
–Sí, y se da un interés especial a la música telúrica. Es una música que nos remite a las civilizaciones antiguas, primitivas, con percusiones, con palmas. Además, no ofrece beneficios. Todos los yôgas modernos ofrecen beneficios, como si fuera una cosa tan fea que si no ofrece beneficio nadie lo practica. Y éste no precisa hacerlo porque es tan lindo, tan motivante, que sin ofrecer beneficios las personas lo buscan.
–¿Cómo es el trabajo con coreografías?
–El yôga antiguo no tiene repeticiones, hacés una vez cada técnica y de esta técnica pasás a otra técnica. ¿Por qué? Porque eran primitivos, miraban a los animales. ¿Cómo se ejercita un gato? El se extiende, extiende la patita, la cola y listo. Una vez cada movimiento, no repite, no hace uno, dos. Y los hombres primitivos seguían lo que hacían los bichos. Pasados miles de años, los ingleses dominaron la India e introdujeron la gimnasia occidental. Y los hindúes miraban a los dominadores con sus uniformes relucientes, con su fanfarria y se quedaban admirados y querían ser iguales y después de ver una clase de gimnasia británica, que tenía repeticiones, iban a practicar yôga imitándola. Y así surgieron las repeticiones dentro del yôga.
–¿Cómo se aprende entonces?
–Usted hace una técnica, y pasa a otra y a otra y con eso se crea una especie de coreografía. En cada clase es otra, es muy creativo. Estas son coreografías individuales, cada alumno crea la suya. El profesor da las ideas, orienta, el alumno improvisa y, después, entrena su coreografía. Es tan lindo, es más lindo que la danza.
A este hombre moreno de ojos rasgados y barba blanca le gusta mantener algunos misterios, aunque da pistas para seguir interesando a su interlocutor. Su nombre es uno de ellos, dice que se eliminó naturalmente porque en la escuela, el servicio militar y en el ámbito del yôga, todos lo llamaban por el apellido. Su edad es otro, dice que está en la cuarta porque ya es bisabuelo.
Lo que sí cuenta es que nació en Río de Janeiro y practicó yôga mucho antes de saber que lo que hacía llevaba ese nombre. Se compara con Billy Elliot, el personaje de la película que lleva ese nombre y que cuenta la historia de un chico que danzaba naturalmente, sin que nadie se lo hubiera enseñado. Tuvo que esperar hasta los 15 años y a su encuentro con el campeón mundial de apnea Jaques Mayol (en cuya vida se basa la película Azul profundo) para empezar a nombrar eso que él practicaba a solas. “Imagínese, para mí era muy importante la forma física y un campeón dice que practica una cosa que le proporcionó el campeonato; y cuando lo vi hacerlo, esas cosas eran las mismas que yo practicaba sin saber el nombre. Fue un descubrimiento muy feliz”, cuenta DeRose, en un español claro.
A los 16 años empezó a dar clases de yôga y cuando sus alumnos le preguntaron qué tipo de yôga era ése, él no supo qué responder. Lo que hacía no encajaba en ninguno de los tipos estereotipados de yôga que se conocen en Occidente. En 1975, viajó a India por primera vez y, después, lo hizo durante 24 años consecutivos. Descubrió que lo suyo era un yôga preclásico. “El yôga antiguo tiene fundamentación teórica en la filosofía Sámkhya y el moderno en la Vêdánta –explica DeRose–. La importancia de esto es que Vêdánta es espiritualista, por eso el yôga moderno que conocemos tiene un aura espiritualista pero el yôga antiguo era fundamentado por la filosofía opuesta, que es la filosofía naturalista, que no admite misticismo. El yôga antiguo, tanto clásico como preclásico, es técnico, no espiritualista, naturalista. El preclásico era de un pueblo diferente, todo el otro yôga es ariano. El preclásico era de tradición dravídica. Comenzó en el noroeste de India unos 5000 años antes de Cristo, en una civilización tántrica, matriarcal. Pero se terminó en el año 1500 AC, cuando llegaron los arianos, una civilización patriarcal, guerrera. Eran dos sociedades que chocaban culturalmente. Como perdieron la guerra, los matriarcales simplemente fueron propuestos como raza inferior. Cuando llegué a India comencé a descubrir fragmentos de esta cultura, muchas cosas que los hindúes parecían no querer divulgar. El maestro DeRose elaboró el primer proyecto de ley para la reglamentación de la profesión del profesor de yôga, fundó la primera Confederación Nacional de Yôga y la primera Universidad de Yôga de Brasil. Y creó la Unión Internacional de Yôga, entidad especializada en la formación de instructores que cuenta con cientos de unidades en América latina y Europa. Tiene 14 libros publicados sobre el tema, cuyas reediciones en el Brasil, Portugal, la Argentina y España ya llegan a cerca de un millón de ejemplares vendidos.
–En su libro dice que el yôga es cualquier metodología estrictamente práctica que conduzca al samádhi (estado de hiperconciencia y autoconocimiento). ¿Hay una relación entre el yôga antiguo y lo paranormal?
–Sí, porque la práctica de yôga es una tecnología que nos hace trascender el estado de la normalidad plena. Por eso necesitamos estar en la franja de la normalidad para practicar yôga. Si estamos enfermos, estamos más abajo y no será posible pasar a la normalidad. Primero es necesario pasar a la franja de la normalidad, para eso hay medicina, hay otro tipo de yôga, hay fisioterapeutas. Cuando la persona está en la franja de la normalidad vamos a llevarla a un estadío superior: vamos a producir estados expandidos de conciencia, estados de hipersensibilidad... En general, paranormal lo asociamos a extrasensorial pero esto es más que eso. Paranormal es una persona que tenga una salud, una energía, una energía, una creatividad, una productividad más allá de lo normal. Todos son paranormales. Y hay los que desarrollan propiedades de producir fenómenos, son los extrasensoriales; están también incluidos, pero no es un objetivo, es un accidente. Si usted practica técnicas que aumentan mucho su manantial de energía, hay un punto límite que usted trasborda esta energía para más allá del límite físico. Entonces, ahí comienzan manifestaciones extrafísicas.
–¿Hay una relación entre el yôga y el sexo?
–Es la misma relación como la que tenemos con el sueño, con la sed, con la alimentación, con todas las actividades porque yôga no es una tradición judaica, islámica o cristiana, que son las tres principales escuelas de castración. El yôga es más antiguo, viene de otra parte del mundo, entonces no está dentro de estos límites. Cuando pensamos desde esas culturas en sexo, pensamos en una forma moral, castradora, no en una cosa linda. Es una cosa siempre asociada a culpa, pecado, algo sucio. Pero en tradiciones orientales sexo es una cosa normal como comer o dormir. Y en las filosofías tántricas es una palanca para la evolución interior porque es una energía instintiva muy fuerte, tan fuerte que una persona puede morir para reproducir, porque el instinto de reproducción es más fuerte que el de preservación. Ahora, si uno consigue administrar esta energía tan poderosa, conseguirá todo, cosas que otras personas no van a conseguir.
–¿Cómo entra esto en Occidente? Acá nos casamos, hay monogamia...
–Vamos a hacer la misma cosa, la libertad está aquí dentro, en la cabeza, uno no precisa hacer cosas diferentes para sentirse libre. Cuántos filósofos dijeron la misma frase “usted puede prender mi cuerpo pero no va a encarcelar mi alma”. Entonces, podemos aceptar el orden social en el cual vivimos hasta para no llamar la atención. Y después, en nuestra mente, nosotros pensamos, sentimos las cosas de otra forma.
No cualquiera puede practicar el Swásthya Yôga. Primero, debe ser aceptado por los profesores. “Es como un candidato al ballet clásico, que dice que quiere bailar y los profesores le dicen ‘quién se cree que es ¿cómo que quiere danzar, qué escuela frecuentó, qué aptitudes físicas posee?’. Los que realmente quieren van a argumentar para poder ser candidatos”, explica DeRose. Además, implica toda una filosofía de vida. DeRose se casó siempre con instructoras y dos de sus tres hijos también lo son (el tercero todavía no tiene la edad suficiente): “Nuestra vida es muy dinámica, matamos a una persona que no tenga la misma energía –dice–. Además, yo no podría convivir con una mujer que fumara o que tomara alcohol porque si yo no bebo y hago una práctica que me da expansión de conciencia y ella tiene una disminución de conciencia bebiendo, ¿qué diálogo tendríamos?”.
“Yo digo una sola cosa –acota Edgardo Caramella, presidente de la Unión Internacional de Yôga, filial Argentina–: imaginate una persona que trabaja dieciocho horas por día incluso sábados y domingos sin perder el buen humor o la salud, es una paranormalidad; si la persona que está a tu lado no tiene la energía para mantener un ritmo a la par, en un año envejece 100.” Como si fuera un vendedor experto, DeRose tienta a la cronista a presenciar una clase para entender realmente de qué se trata. El maestro tiene charla para rato, pero debe empezar a viajar hacia la Feria. Hacia allí va con una remera roja, campera de cuero y jeans, y una medalla con el símbolo del yôga (ôm) colgada al cuello. “Gracias a la medalla, las personas van descubriéndose... en los aeropuertos, en los trenes, en los ómnibus, en los teatros, en los shows, en las universidades”, se lee en Yôga Avanzado.
En sánscrito, yôga significa integración.

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