VISTO Y LEíDO
Dos libros de poemas, Parranda, de Gabriela Goldberg, y Lengua materna, de Rosa Lesca, con el denominador común de la austeridad en el lenguaje y la capacidad de crear universos particulares.
› Por Paula Jimenez
Durante el último tramo de 2010, tan prolífico en publicaciones, dos libros más hicieron su ingreso al mundo editorial de la poesía. Ellos son Parranda, de Gabriela Goldberg, que engrosa el catálogo de la editorial Vox, y Lengua materna, de Rosa Lesca, publicado por la ya tradicional Ediciones en Danza. Se trata de títulos bastante disímiles, en cuanto a su temática y registro poético, pero ambos tienen en común el cuidadoso y austero uso del lenguaje, poemas y versos cortos que tanto para Goldberg como para Lesca van sedimentando dos universos potentes y sutiles a la vez.
Por supuesto, y como lo indica su nombre, no se puede esperar en el caso de Parranda dramatismo alguno ni gravedad. Más bien es una sustancia ligera la que hace a estos poemas: en ellos las palabras caen delicadamente al papel como notas musicales, todo lo que allí se dice está sostenido también en el silencio, en los espacios vacíos, en el dibujo que los poemas van trazando en el papel mediante los cortes de verso y el desapego casi absoluto al margen izquierdo de la hoja. Es que Goldberg no parece ajustarse a ninguna ley que no sea la poética, ni parece ser fiel a otra cosa que a su encanto por las musas. Toda su operatoria discursiva podría definirse como lo que ella misma llama “puro cráter lírico”: una decantación sonora por donde el sentido bulle sin imponerse. Ese sentido queda sugerido, como suele suceder con todo buen poema, y es el resultado al que arriba el lector siguiendo pistas, al modo de los chocolates de Hansel y Gretel, para dar al fin con un puerto inesperado. Dice Goldberg en “Villancico 2”: “un avión / brillante/ estrella sobre algunos/ 2 en trinidad/ al calor/ andan/ planeando un nacimiento”. Sorprendente modo de hablar de la Navidad sin hablar de ella, restándole el adorno kitch y sentimental que esta fiesta trae y, sin embargo, rescatar el mito y exponer en pocas palabras su información esencial: dos que son tres – trinidad–, aun antes de que el niño haya nacido. Hete aquí el misterio de la vida que es también el del amor, el del poema, el de la música. No alcanzarían las palabras para hablar del misterio, entonces mejor elegirlas muy bien, como lo hace Gabriela Goldberg en éste, su segundo libro. Y si bien en Parranda, donde diversidad de tópicos son trabajados a lo largo de sus páginas, la cuestión maternal queda apenas esbozada, en el libro de Rosa Lesca es el tema central. Cuando esta autora habla de “lengua materna” no se refiere sólo a la lengua hablada, a la transmisión de la palabra, es también la lengua física, la carne, el músculo. Esto es lo impactante de este texto: la cuestión poética atravesada por la corporalidad, por la animalidad. Se trata de pequeñas, pero estremecedoras construcciones a las que es difícil entrar sin apretar el entrecejo para contener la emoción intensa que suscitan. Son versos cargados de necesidad y, sin embargo, delicadísimos, como escritos sin apuro. Esta combinación da por resultado un estilo poco común para estas épocas, concentrado y agudo, derivado de la experiencia lírica y también humana, pero humana en las posibilidades que van de lo espiritual hasta lo físico. La poesía de Lesca no parece correr en paralelo a ninguna zona vital, sino entremezclarse con ella, surgir de ella, como si vida y poesía fueran lo mismo, y a su vez no lo fueran. En estos poemas, la cuestión maternal metaforiza otros lazos afectivos. Lo propio de esta lengua se habla también con el padre, por ejemplo, al que la palabra salva de la muerte: “si te dejo morir, padre/ morirás// no voy a soltar ese leve hilo”, dice. Pero no se trata de personas ni de roles en verdad, sino de tejido amoroso, de tejido poético, sobre el cual cae una sombra de desazón porque, como toda materia, también la poética se ve amenazada por un anhelo de unión imposible. En los versos escritos a su hermano, dice: “Y si ahora roto vos/ entonces rota yo/ te estoy buscando/ quiero saber// ¿en cuántos trozos me desecho?”. Nada está entero nunca, ni siquiera en la célula que una madre forma con el hijo, y nada está entero porque nada está quieto. Quizá sea ésa la tragedia: toda biografía es el mapa de un movimiento. Quizá sea eso la tragedia, sí: quizá sea eso la poesía.
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