PERSONAJES
› Por Marisa Avigliano
Aisha Bibi posa ante la cámara, la fotógrafa es Jodi Bieber (Sudáfrica, 1967, ganadora de varios premios y reconocida retratista: www.jodibieber.com), juntas están haciendo la foto de tapa de la revista Time. Aisha Bibi es la tapa de Time porque es afgana y porque no tiene nariz ni oreja y no las tiene porque su marido la mutiló por no haberle hecho caso. Mirando a la cámara, luciendo su pelo suelto (que no deja ver su oreja cortada), cubriéndose apenas la cabeza como si tratara de un manto, Aisha Bibi le muestra al mundo su cara para que todos sepan lo que pasa –y seguirá pasando– si los Estados Unidos se retiran de Afganistán. Porque ese (What happens if we leave Afghanistan) fue el titular de la revista que se publicó en agosto de 2010. Chantajes, justificaciones y utilidades de uso corriente para el imperio –como si en los Estados Unidos no murieran mujeres por violencia doméstica– que desdibujan la realidad utilizando el rostro de una mujer. Hasta acá nada nuevo, operaciones periodísticas unidas a las moralidades del ADN norteamericano aderezadas con las declaraciones del director de la revista, quien dijo que la intención de la tapa no fue “mostrar apoyo al esfuerzo bélico de Estados Unidos ni como oposición a ello”, sino ofrecer “una ventana a la realidad de lo que está pasando”. ¿Quién puede creerlo? Después también dijo que pensó mucho en hacer esa tapa y declaró: “Ella sabe que se convertirá en el símbolo del precio que las mujeres afganas han tenido que pagar por la ideología represiva de los talibanes”.
La escena humillante, el rostro roto, acaba de ganar el primer premio a la mejor foto del año 2010 en la categoría retrato en la World Press Photo 2010 y desde los laureles hace un llamado a las narices dobles como la del retrato de Dora Maar –a la que se forma en ángulo recto en el cuadrado perfecto en Archipenko–, a la de Cleopatra –“Si su nariz hubiera sido más corta, toda la faz del mundo habría cambiado”–, a la de Pinocchio y a la de Gógol –“¡Fuera esa nariz! ¡Fuera! ¡Llévatela adonde quieras! ¡Que no vuelva yo a saber nada de ella!”
La historia que se cuenta desde los Estados Unidos de Aisha Bibi –y que Afganistán desmiente– empieza a los doce años cuando junto a su hermana fue entregada para pagar una deuda de su tío, no se trataba de una deuda económica sino del pago por un crimen. Las nenas fueron encerradas en un establo y violadas. Años después, Aisha logró escapar pero su marido la encontró y le hizo pagar la deshonra con la mutilación. Desangrándose –dada por muerta–, se arrastró hasta la casa de su abuelo, y su padre se las arregló para llevarla a un centro médico estadounidense donde los médicos la cuidaron durante diez semanas. Después fue llevada a un refugio secreto en Kabul y en agosto fue trasladada a los EE.UU. por la Grossman Burn Foundation, donde ahora enfrenta a las cámaras no ya para mostrar su rostro desfigurado, sino para lucir una prótesis nasal que le promete una nariz de verdad después de la cirugía reconstructiva. Hace ya unos meses, Aisha recibió un premio de la Grossman Burn Foundation (que se hace cargo de la cirugía en California), se lo entregó María Shriver, la mujer de Schwarzenegger, y mientras tanto sigue exponiendo su rostro a las curaciones que le darán nariz y orejas nuevas. Será entonces un rostro que representará la manifestación perfecta del mundo visible en el que occidente muestra la crueldad del mundo islámico, tan alejado del nuestro donde pareciera que las mujeres golpeadas, quemadas, asesinadas, violadas y enterradas por sus maridos y padres son sólo aislados casos patológicos.
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