Viernes, 25 de febrero de 2011 | Hoy
RESCATES
María Cayetana de Silva y Alvarez de Toledo
(1762-1802)
Por Aurora Venturini
Nació en Sevilla tal como su garbo lo denuncia, de la pareja formada por Francisco de Paula de Silva y Alvarez de Toledo, XII duque de Alba y de María del Pilar Ana de Silva, hija del marqués de Santa Cruz de Mudela; luenga prosapia la suya que la ubicará a la cabeza de los nobles más poderosos de España.
Queda huérfana de padre a los 8 años, heredando más de 50 títulos, palacios y quintas. La mamá contraerá nuevas nupcias con José de Pignatelli de Aragón y Gonzaga, III duque de Solferino. Este guapo señor muere muy pronto y la viuda se casará con su suegro, padre del difunto, Joaquín Anastasio Pignatelli de Aragón y Moncayo, XVI conde de Fuentes, VI marqués de Mora.
Coincide este casamiento con el de Cayetana y José María Alvarez de Toledo.
Ella tenía 12 años, de modo que para la consumación del connubio hubo que esperar. No bien menstruó, consumaron. Minga de descendencia, y sí menudeo de parranda entre el populacho y la gitanería, jolgorio que enamoraba a la chica de 15 años.
Resulta que su padrastro Pignatelli traía hijos de un primer matrimonio, siendo uno de ellos muy guapo; y la sevillana le echa el ojo y se ayuntan en clandestino encontronazo.
Este Pignatelli significaba un mozo pretendido por las aristócratas, nada menos que por María Luisa de Austria. Entablóse una rivalidad espantosa entre duquesa y princesa, con el agravante de que la última de las mencionadas sería esposa del rey Carlos IV.
A fin de ubicar a los amables lectores en la época de tan “aguerridos apasionamientos”, diremos que la familia de Carlos IV fue retratada por Velázquez. Esta familia ostenta galas celestes y blancas por ser borbónicas. En el cuadro, María Luisa luce sus brazos desnudos y sonríe apenitas porque carecía de dientes, pero igual mordería a la de Alba ferozmente por celos de Pignatelli.
Uno de los jovencitos del retrato es Fernando, que casi fue virrey del Río de la Plata, pero no. A Dios gracias.
Todo lo concerniente a la soberana era motivo de conspiración para nuestra heroína, “la de Alba”, tal como la llamaban los madrileños que sentían simpatía por ella, que se manifestaba generosa y accesible y no remarcaba diferencias clasistas.
Cuando don Manuel Godoy aparece en escena, la de Alba lo considerará advenedizo, pero Godoy es amante de María Luisa.
Gran quilombo entre los palaciegos señores hispanos. El favorito de la emperatriz, muy capacitado en su cargo, palidece la figura de Carlos IV. Cuenta la leyenda que una vez María Luisa obsequió a Pignatelli una cajita de oro y piedras preciosas, y éste se la regaló a la duquesa de Alba. La duquesa de Alba, naturalmente, agarró la cajita y enseguida regaló a Pignatelli una sortija muy valiosa que éste, infiel para el caso, se la dio a la reina, o sea a María Luisa, quien la usó en un besamanos y Cayetana tuvo que besarla al llegar su turno...
Otra anécdota digna de conventillo acaeció cuando la reina de Francia obsequió a la reina de España una gruesa cadena de oro que brilló en festividades de salón completo y música, admirada por los asistentes. Entonces la duquesa de Alba mandó hacer muchas réplicas de esa cadena y se las dio a sus sirvientes.
Cayetana, duquesa de Alba, resolvió abandonar el palacio madrileño, yéndose a San Lucar de Barrameda, donde conoció a Goya, en 1790.
Cinco años más tarde, en 1795, “Fancho”, como lo nombraba Cayetana, pintó La maja desnuda y La maja vestida, que están en el Museo del Prado, como toda la obra del enorme artista del pincel y el sombrero de ala ancha, erizado de velas con las que se alumbraba, de noche entrada, cuando trabajaba.
La maja, en San Lucar de Barrameda, a un tiempo de descansar de la corte de la Moncloa, rendía culto a su duelo de viudez.
Según la novela del escritor uruguayo Antonio Larreta, Volaverunt, premiada por editorial Planeta en 1980, la muerte de la duquesa Cayetana de Alba y etcétera se debió a envenenamiento por exceso de coquetería. Menciona este escritor los venenos de las pinturas usadas por Goya en la elaboración de sus cuadros, especialmente el blanco de plata cuyo ingrediente principal es el plomo, que aspirado produciría saturnismo. De esta enfermedad padecían los tipógrafos en épocas ya superadas.
En esa preciosa novela describe Larreta la sesión de maquillaje que ordenaría la duquesa de Alba a Goya, a fin de ocultar arrugas y desvencijamientos de su piel, utilizando colores de su paleta; y ella misma, en un descuido de Goya, mete los dedos en el pote de blanco de plata y se lo aplica en el cuello. De eso fallecería la cuitada.
En una de las pesadillas en carbonilla del genial señor, se lee a pie de la figurada de Alba: “¿De qué murió la cuitada?”.
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