Seguramente es el de activista por los derechos de las mujeres el perfil más ignorado de Victoria Ocampo, mujer de letras y tenaz constructora de aquel “cuarto propio” que para las mujeres de su generación era un desafío. Dirigente de la Unión de Mujeres Argentinas poco después de su creación en 1936, Victoria siguió consciente de que la liberación de las mujeres era a la vez una necesidad y una revolución que ya avizoraba poco antes de su muerte, en 1979.
› Por Felisa Pinto
“En un país y en una época en que se creían católicos, tuvo el valor de ser agnóstica. En un momento en que las mujeres eran genéricas, tuvo el valor de ser un individuo. Que yo recuerde, no discutimos nunca la obra de Ibsen, pero ella fue una mujer de Ibsen. Vivió, con valentía y con decoro, su vida propia. Su vasta obra, en la que abunda la protesta, no condesciende nunca a la queja.” (Jorge Luis Borges, Buenos Aires, 1979)
Siempre se habla de la calidad de Victoria Ocampo como escritora y su influencia civilizadora como directora de Sur, la revista de letras latinoamericana más importante del siglo XX. Hay que recordar aquí que también fue la primera mujer “de letras”, consagrada como tal por la Academia Argentina de Letras en 1977.
La primera, igualmente, entre las mujeres de su clase social, que logró conquistar su propio espacio, ese “cuarto propio” que tan bien instalara Virginia Woolf, referido a la mujer creadora. Victoria extendió esas conquistas a su vida privada como a la pública, y ambas confluyen para delinear su perfil frente a la igualdad de género, especialmente mediante su activismo como presidenta de la UMA (Unión de Mujeres Argentinas), en 1936.
Tarea menos conocida que sus trasgresiones privadas pero emergentes de una mujer libre, cuando luego de un matrimonio equivocado con Luis “Monaco” Estrada, que duró ocho años difíciles, inició una relación apasionada con un primo del ex marido, Julián Martínez. Junto a esas libertades, audaces para la época, antes de los años ’20, Victoria sumó otras posturas exteriores entre las mujeres de su clase. Fue la primera en fumar en público, y quien condujo su automóvil propio. Más audaz aún fue cuando diseñó e hizo construir, dirigiendo a un constructor anónimo, su casa-cubo, pionera dentro de la nueva estética de la modernidad, en Mar del Plata y que se convertiría en su refugio de amantes, en plena relación con Julián Martínez.
En esos mismos años, cuando cumple 39, Victoria se lanza a la conquista del “cuarto propio”, y asume plenamente la modernidad y acentúa su condición de mujer libre. Exteriormente no es casual que elija a Chanel para vestirse y el sol de Mar del Plata para broncearse, y adoptar un look vanguardista con su melena corta, a la garçon. Paralelamente a la asunción de su nueva identidad exterior inaugura su proyecto más ambicioso: la creación de la revista Sur, acompañada por Waldo Frank y su gran amiga María Rosa Oliver, y el apoyo incondicional de Ortega y Gasset, quien la bautiza Sur.
Es precisamente María Rosa Oliver quien la lleva a ser activista de UMA, de inspiración decididamente progresista y feminista en 1936.
A partir de allí, Victoria supo defender públicamente sus convicciones sobre el derecho de igualdad entre los sexos. Lo hizo aún desde las páginas de Sur, no sólo al otorgar espacio a las escritoras mujeres sino también al reflejar jugosas polémicas sobre la condición femenina, con el español José Bergamín y el argentino Ernesto Sabato, quienes no comulgaban con sus ideas feministas.
Desde la esfera privada, hacia 1935, lideró una campaña contra la iniciativa de un grupo de jueces que buscaban practicar una reforma al Código Civil que inhibiera a la mujer casada para administrar sus propios bienes a favor, en cambio, de sus maridos y los autorizaran a anular el vínculo si comprobaban que su mujer no era virgen al contraer matrimonio. Y lo peor, las mujeres no podían aceptar trabajar, ni ejercer profesión alguna, sin autorización legal del marido.
Sus acciones feministas y políticas no le ahorraron penurias. Sin embargo, algunas experiencias no le impidieron celebrar conquistas de un gobierno que le era adverso. Así, a pesar de haber estado presa en la Cárcel del Buen Pastor, en 1953, por su oposición al peronismo, aplaudió con entusiasmo la sanción de la ley 14.367 que instauró la igualdad de los hijos naturales con los legítimos en 1954.
La UMA era una organización de mujeres que se creó para defender los derechos civiles de las mujeres, en 1936, donde la escritora María Rosa Oliver era una de las principales fundadoras y quien llevó a Victoria como presidenta, con el voto de todas. Oliver lo recuerda así en su libro La vida cotidiana (1969): ...“éramos voluntarias, no funcionarias, burguesas, no empleadas ni obreras. De distinta extracción partidaria, comunistas, socialistas, radicales, y apolíticas algunas. Nuestra tarea consistía, entre otras, en informarnos sobre las condiciones sociales vigentes, estudiar las leyes laborales y mantener lazos sobre las condiciones de las mujeres de otros países de Europa y USA”.
Sin embargo, hubo disturbios cuando dos jóvenes feministas vocearon el folleto de la UMA en la calle Florida, cuyo texto había escrito Victoria Ocampo, a la que, sin embargo, le publicaron el mismo en La Nación de junio de 1936. Decía Victoria, entre otras cosas de un largo texto: “La revolución que significa la emancipación de la mujer es un acontecimiento destinado a tener más repercusión en el porvenir que la guerra mundial o el advenimiento del maquinismo. Lo único que me pregunto es si la palabra ‘emancipación’ es exacta. ¿No convendría más decir ‘liberación’? Me parece que este término, aplicado a siervos y esclavos, se ciñe mejor a lo que quiero decir. No olvidemos que los intolerables métodos coercitivos que nacen tan naturalmente en los hombres y que las mujeres soportan con una naturalidad más extraordinaria aún están todavía en vigor entre la gran mayoría. La emancipación de la mujer, tal como yo la concibo, ataca las raíces mismas de los males que afligen a la humanidad femenina y, de rebote, a la humanidad masculina. Pues la una es inseparable de la otra. Y por una justicia inmanente, las miserias sufridas por una repercuten instantáneamente en la otra bajo aspectos distintos. Que un grupo de mujeres, por pequeño que sea, tome aquí conciencia de sus deberes, que son derechos, y de sus derechos, que son responsabilidades. Tal es mi voto restringido y ardiente. Si las mujeres de este grupo pueden responder por sí mismas, podrán responder dentro de poco por innumerables mujeres”.
Muchos años después, casi dos décadas, Victoria conocía sanciones más fuertes por sus ideas.
Fue durante la estadía de un mes en la Cárcel del Buen Pastor, en su calidad de presa política, junto a otras detenidas, en 1953. Es interesante el relato de una de ellas, Susana Larguía, quien había militado en 1936 junto a Victoria en la UMA. Dice Larguía en 1953: “Vestida con uniforme a cuadritos blancos y azules, trenzas cruzadas sobre la cabeza y rostro lavado es la imagen más expresiva que conservo de Victoria. Tenía las manos en el plato y los cubiertos que acababa de fregar. Su semblante trasmutaba una serenidad que se trocó en asombro al reconocerme. Eramos doce, todas de personalidad definida; cinco socialistas, una demócrata progresista, una conservadora, dos peronistas réprobas y Victoria. Para las que nacieron con los sentidos muy afinados y tuvieron cuarto propio desde la infancia, vehemente amor a la lectura y a la naturaleza, aquello fue la suma de muchos padecimientos. La ropa de uso obligatorio era áspera y fría el agua corriente. El uso del rouge y el colorete estaba vedado a las detenidas a la orden del Poder Ejecutivo”. Describe en sus recuerdos Larguía, siempre militante de causas justas.
En uno de los tomos de sus Testimonios, Victoria rememora en cambio: “Cuando en 1953 encerraron en el Buen Pastor a un grupo de mujeres, la Madre Gertrudis nos pidió a todas que pusiéramos una marca a nuestros delantales de presas, para reconocerlos. Se nos ocurrió entonces que era mejor escribir nuestro nombre entero y llevarlo sobre el pecho donde se viera bien. Una compañera de cárcel, María Rosa González, bordó el mío con hilo verde, sobre una cinta de hilera blanca. Al irme de la cárcel quise comprar mi delantal testigo de una inolvidable experiencia. No me lo dieron, entonces descosí el nombre y me lo llevé. Es uno de los recuerdos más queridos que conservo”.
A comienzos de los ’70, Victoria cuenta que conoció a Susan Sontag, en pleno auge, gracias a Edgardo Cozarisnky, quien se la presentó en París. “Yo no había leído nada de ella, aunque su nombre me era familiar. Sin embargo, mientras hablábamos percibí que no hay cosa en sus textos referidos a la liberación de la mujer que no fueran desde hace años objeto de mis cavilaciones. En 1975, Año Internacional de la Mujer, se han afianzado y han tomado el derecho de ciudadanía, sus reivindicaciones, en lugares privilegiados de la tierra. En el nuestro, aunque se exalta continuamente a la ‘madre’, no se le concede la patria potestad. Nos tratan pues, como a un plantel de vacas más o menos sagradas”. Y sigue: “Susan Sontag vivía lo que yo había pensado antes de nacer ella. Y por añadidura está mejor instrumentada que yo para comunicar sus pensares. Esto, aparte del talento. ¡Aleluya!”. Lo increíble y conmovedor es que esto escribía Victoria con gran entusiasmo, en 1975, apenas cuatro años antes de su muerte, en San Isidro, al final de enero de 1979.
Por su parte, luego de su deceso, María Elena Walsh la despedía en un artículo de Clarín, titulado “Feminismo y no violencia”. En la prosa vehemente y convencida de María Elena sobre el feminismo de Victoria dice: “¿Quién dijo que el feminismo no es integración humana? ¿Y quién dijo que Victoria no era feminista? Es que una dama, tan culta, tan bella, académica, para colmo, no puede, mejor dicho no debe ser feminista. Dejemos que ella misma conteste”, invitó María Elena. Y citó a Victoria: “La palabra feminista asusta a muchas personas. Sobre todo a las que temen al ridículo. En un libro se dice que se conserva de ella la caricatura y se ve a la feminista como a una vieja agresiva, agriada por su falta de pretendientes en la juventud, mal vestida, sin encantos femeninos”. (Testimonios, 9ª Serie, 1971-74). Y agrega más adelante: “No es sólo su pasión por la cultura lo que permite a V. O. evadir esquemas de época y de clase. Alguna vez me dijo que la ilusionaba la idea de que la causa de las mujeres se empapara dentro de la estrategia de la no-violencia. Cuando las mujeres empuñan las armas es por cuenta de otros. Nunca, hasta ahora, para defender su causa”.
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