Muriel Spark, innovadora, truculenta y brillante, es recuperada y traducida al español por la editorial La Bestia Equilátera. Nació en Escocia, vivió en Africa, colaboró durante la Segunda Guerra, se convirtió al catolicismo y es una de las escritoras más importantes de su generación.
› Por Marisa Avigliano
Soy acaparadora de dos cosas: documentos y amigos de confianza, decía la señora Spark y de inmediato aumentaba su codicia: adoro los detalles, me fascinan. Amo acumular detalles, son ellos los que crean una atmósfera. Los nombres también, tienen magia. Pero este deleite por lo pormenorizado sólo estaba destinado a sus historias, sólo eran para la ficción porque eligió que su vida privada se contara a través de un cuadro sinóptico, donde sabemos, no hay lugar para esos detalles que tanto le gustaban a la escritora escocesa. Muriel Sarah Camberg nació en Edimburgo el 1º de febrero de 1918, su padre era judío, su madre presbiteriana y ella se convirtió al catolicismo en 1954 animada por su amigo Graham Greene y Evelyn Waugh. Tenía 19 años cuando se casó con Sidney Oswald Spark (se quedó con su apellido), vivieron en Rhodesia y tuvieron un hijo –Robin, con quien siempre tuvo una relación tensamente lejana y al que decidió desheredar–.
Después de seis años se divorció y, dejando atrás marido e hijo, se embarcó en un transporte de tropas y se fue a Londres, donde colaboró en el servicio de información del Ministerio de Asuntos Exteriores, labor –emitía noticias falsas para confundir a los alemanes– por la que recibió la Excelentísima Orden del Imperio Británico. Justo en el centro del cuadro sinóptico las flechas señalan sus novelas (más de veinte), sus poemas (escribió en Curriculum Vitae: “Mi poesía era más sofisticada que mi prosa”), sus relatos, su estudio sobre John Masefield y las biografías críticas de Mary W. Shelley y de Emily Brontë. Abajo, cerrando el cuadro, aparece el nombre de Penélope Jardine, pintora, escultora y amiga incondicional con la que vivió, –hasta su muerte, el 13 de abril de 2006, a los 88 años– en Italia, en un pueblito de la Toscana. Secretaria casual en los comienzos de la amistad, Penélope era quien transcribía los manuscritos de Muriel, su heredera elegida y el nombre de mujer que alimentó todos los rumores: si eran inseparables, eran lesbianas. No hubo nunca una declaración, un detalle, una mueca, sólo la sonrisa ante los bisbiseos.
Cuando Muriel murió, un diario escocés publicó la única entrevista que dio Penélope: “Muriel era una persona muy inocente. Eso suena extraño, pero eso era lo que era. Era amable y generosa”.
A pesar de su silencio de diva, la Greta Garbo de la literatura (pensar en Garbo hizo inevitable pensar en quién haría de Spark en el cine: ¿Susan Sarandon, Fiona Shaw, Miranda Richardson, Sophie Thompson? ¿Una muy diferente Frances McDormand?), un día tuvo a su biógrafo insistente y chismoso, Martin Stannard, con quien se encontró en 1992. Stannard escuchó conversaciones y leyó papeles privados. Pero esta biografía autorizada dejó de serlo –aunque mantiene demasiadas intenciones que justifican cualquier arrebato– y recién fue publicada después de la muerte de Spark. Dame Muriel, Comandante de las Artes y Letras (título que recibió en 1996) no quería que se hablara de ella, pero guardaba –quizás esperando por biógrafo ideal– todo lo que ella consideraba un documento y como documento consideraba cualquier cosa.
Para Martin Stannard, profesor de literatura de la Universidad de Leicester, Muriel Spark vivió reinventando su imagen pública y quizá por eso creyó que debía construir su biografía a partir de gossips cotidianos, como si estuviera tomando lista, mostrándole al lector que él estuvo –o por lo menos que estuvo como invitado– en el mundo privado de Mrs. Spark. Pero el gato, el dentista, las discusiones con el agente y otra vez el gato no alcanzan para que el libro muestre lo que Muriel no quería mostrar. Entonces, ¿para qué un biógrafo? ¿Para qué una biografía emocional retocada, con una descripción cuidadosamente distanciada? De todos modos celebramos conocer algunas de las escenas de la infancia con la abuela paterna, la lectura de la Biblia y el cabello largo, tan largo como Rapunzel, sus primeros deseos de convertirse en monja, su crisis espiritual, sus tropiezos económicos –de los que siempre la salvaba Graham Green–, las alucinaciones que provocaba TS Eliot, en cuyos versos Spark veía mensajes secretos, y los desencantos que terminaban en un frasco de pastillas para adelgazar. La biografía es un género maravilloso pero se vuelve inmunda cuando es autorizada y más inmunda cuando no es ni una cosa ni la otra. ¿Los detalles que brindan cierto tono de autenticidad alcanzan para que algo haya ocurrido o haya sido verdadero? No. Entonces dejemos al gato y al dentista –para que sólo estallen delante y detrás del estilo poético que Spark le regala a su gato persa Bluebell– y leamos Curriculum Vitae (la primera parte de su autobiografía inacabada) y sus novelas.
Pocos son los libros que se han traducido y editado en español de Dame Spark, pero ahora, gracias a La Bestia Equilátera, que felizmente ha tomado como causa propia la reparación, ya se han editado Los Encubridores, un texto maravilloso, fiel a su estilo mordaz y cómico, que se burla –psicoanálisis incluido– de un caso policial que en 1974 estalló en el seno de la aristocracia británica: la fuga de lord Lucan después de haber matado a Sandra Rivett, la niñera de sus hijos, confundiéndola con su esposa; Memento mori, y en pocos días más aparecerá Loitering with Intent (quizá será traducido como La intromisión. Hace ya muchos años Emecé lo había publicado con un título más literal pero menos convincente: Vagando con intención –apelando a aquellos que andan dando vueltas por un sitio y empiezan a ser considerados sospechosos–).
La conversión al catolicismo de Muriel Spark no le debe de haber traído tranquilidad de conciencia. Tampoco era lo que buscaba. Parece que buscaba todo lo contrario. Y todo lo contrario es un museo novelesco apto para poner en circulación en imprudentes excursiones narrativas a los géneros solemnes (sin que los demás adviertan la calidad inusual de los taxidermistas). En Memento mori la preocupa la vejez. Una voz que por teléfono repite “recuerda que vas a morir” es la excusa para que se desarrolle una intriga policial que involucra a un grupo de octogenarios que hacen cuentas de lo vivido y se aferran a los recortes de un pasado que todavía no han olvidado. “Este primer conjunto de fichas era una ayuda para la memoria, ya que aunque la suya aún era bastante buena, anhelaba estar preparado ante la posibilidad de perderla; había imaginado el día en que, frente a una ficha, leería el nombre y se preguntaría por ejemplo: ‘Colston, Charmian: ¿Quién es Charmian Colston? Charmian Colston... Conozco el nombre pero no puedo recordar quién...’.” Para evitar esa posibilidad, estaba anotado: “De soltera, Piper. La conocí en 1907. Véase la página del Qq...”. “Qq” era el “Quién es quién”. (Memento mori, 1959). En la Asociación Autobiográfica (la institución británica por excelencia sin fines de lucro de Loitering with Intent) Spark encontró el tema, y quizás por inconstancia o por exceso de genio, lo desperdició un poco. Es una novela precoz en la que la intervención en los géneros cambia su carácter, una novela extraordinaria que anticipa las preocupaciones que tendrán Kingsley Amis y Antonia Byatt, dos que le seguirán el rastro. Pero la fatuidad madura de creer que en el dispensario de la autobiografía hay una especie de repertorio involuntario de la novela, no se equivocaba. Por eso Loitering es una obra maestra continuamente interrumpida, suspendida por el angustioso compendio genérico que va recopilando a medida que avanza. Del título en inglés sólo debe persuadirnos un efecto: señala el momento en que el sujeto, con una motivación externa, narrativa o judicial, puede o debe ser detenido. Con esta impronta o consigna, Muriel Spark revoca el estatuto formal de acuerdo con el cual la novela comienza porque la situación ha sido planeada y detiene al personaje justo en el momento en que la acción debe comenzar. No se trata de un juego sutil (a menudo Muriel Spark les deja la tarea de ser sutil a sus contendientes viriles protestantes), sino de la transformación de los impedimentos y obstáculos –bloqueo, falta de imaginación, falta de tema– en garantes subrepticios de una trama en la que va a intervenir una constelación de rastros biográficos porque la consistencia argumental lo exige. El largo devaneo acerca de la Asociación Autobiográfica parece menos que una parodia de la novela inglesa, una investigación acerca de su genealogía y sustratos. Expuesta queda más que nunca la expansión de una literatura a partir del sitio o el cercamiento de los anonimatos: el diccionario de las biografías nacionales. En la medida en que la literatura y la toponimia inglesa se complementan, el espacio nombrado amplifica un territorio menos vasto que el que cubren sus fundaciones y bautismos. Este predominio estentóreo del nombre determina en Loitering with Intent esa oscilación cautivante que parece reinventar la historia cada vez que el parpadeo del sueño trueca lo soñado en vivido.
Todos sus libros son buenos, toda la obra de Dame Spark es muy recomendable, por eso el abanico de lectores fanáticos exhibe todos los matices y caprichos. Para muchos siempre será recordada como la autora de La plenitud de la señorita Brodie (The Prime of Miss Jean Brodie), la novela que publicó en 1961 y que años después fue llevada al cine – también al teatro– protagonizada por Maggie Smith (quien ganó el Oscar a la mejor actriz en 1969 por su Brodie) y dirigida por Ronald Neame, el mismo director de La aventura del Poseidón. Para algunos será siempre la autora de The Comfortes (1957) y de Robinson (1958), Muy lejos de Kensington y otros encuentran los mejores destellos de pura prosa satírica y diáfana en sus relatos breves –de alguna manera toda su producción es breve, a la señora Spark no le hacían falta muchas páginas para decir lo que quería–, en especial aquellos ambientados en Africa repletos de guiños autobiográficos como los que componen The Go-Away Bird and Other Stories (1958) donde aparece “Portobello Road”, un cuento de fantasmas que juega con las convenciones del género desde el inicio porque el que narra es el propio espectro. “Debo explicar que he abandonado esta vida hace casi cinco años. Pero no he abandonado por completo este mundo. Quedaban por hacer cosas sueltas que tus albaceas nunca pueden llevar a cabo como corresponde. Papeles que hay que mirar, aun cuando los albaceas ya los hayan roto. (...) Me tomo mi descanso en las mañanas de los sábados. Si es un sábado húmedo, me paseo arriba y abajo por los pasillos principales de Woolworth, como lo hacía cuando era joven y visible.”
Habrá que volver a leerla o leerla por primera vez y habrá que hacerlo pronto para constatar aquello de “mi historia, como la he dicho hasta aquí, sucedió hace mucho tiempo, pero los hechos aún están vivos en mí”.
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