EL MEGáFONO)))
› Por Valeria Mapelman*
La historia de Félix Díaz es la historia de los qom. La misma que la de sus abuelos y la misma que la de sus hijos. Todos ellos, generaciones pasadas y actuales, han escapado de las balas de un Estado que para convertirse en tal erigió sus cimientos sobre el genocidio indígena.
La historia de Félix Díaz es la historia del Gran Chaco y también la de Formosa, una provincia atravesada por una línea de regimientos de gendarmería, que ocupan las antiguas instalaciones de los regimientos de caballería, que a su vez se construyeron sobre los antiguos fortines.
El 23 de noviembre pasado, cuando un policía desconocido gritó: “Maten a ese indio de mierda”, no hizo más que repetir la frase gritada mil veces antes de disparar sobre los qom, los pilagá, los moqoit y los wichí desde el primer día en que los ejércitos comenzaron a avanzar sobre sus territorios, con la misión de conquistar, lotear y repartir entre unos pocos las tierras que habitan desde hace siglos. “Matar al indio” ha sido y sigue siendo en la provincia de Formosa una forma de dejar la tierra vacante para la ocupación. Pero matar a Félix Díaz no fue posible porque, como nada cambia en el Gran Chaco, este hombre repitió la historia de tantos otros hombres, mujeres y niños en cientos de represiones: logró burlar a sus perseguidores y sobrevivió.
Desde ese momento se encuentra en Buenos Aires denunciando el desalojo violento del que fueron víctimas no sólo él sino también muchos miembros de la comunidad La Primavera, el incendio de sus viviendas, la quema de sus documentos de identidad, la falta de atención médica a los heridos, la discriminación.
En 1924, durante el gobierno de Alvear, los aviones de la escuela de aviación provincial ametrallaron a cientos de personas de los pueblos qom y moqoit en la reducción de Napalpí, en la actual provincia del Chaco. Los heridos fueron rematados, los cadáveres vejados y tirados en fosas comunes. Nunca hubo una investigación ni hubo castigo para los culpables de la masacre. El 16 de octubre de 1947, durante el primer gobierno de Perón, un avión militar despegó desde Buenos Aires para perseguir en Formosa a decenas de familias pilagá que escapaban de las balas de Gendarmería, mientras en el paraje de La Bomba se quemaban los cadáveres de la represión iniciada seis días antes. La causa por el genocidio de La Bomba iniciada contra el Estado nacional en 2005 continúa sin resolverse, mientras el expediente crece y se empantana en la burocracia de los tribunales. El 16 de agosto de 2002, durante la gobernación de Gildo Insfrán (manda en la provincia desde 1995), ocurre una brutal represión en el barrio nam qom que tampoco ha sido debidamente investigada.
Ante la violación sistemática de los derechos humanos en las comunidades originarias, está claro que no ha cambiado la actitud de los gobiernos nacionales y provinciales. Sus organismos y sus ministerios no sólo permanecen en silencio dando la espalda a las víctimas, sino que cometen el error inútil de pretender que no existen.
Pero la historia se repite para bien y para mal. Sobrevivientes siempre hay, perseverantes y memoriosos, con más razones para mantenerse vivos que muchos funcionarios y gobernantes que repiten las mismas vergüenzas que los anteriores. Hay hombres y mujeres que sobreviven para legar a los niños que vendrán una historia de resistencia que los pueblos originarios tan bien conocen y que evidencia la vergüenza de un país que muchos no quieren ver. Félix Díaz es uno de ellos.
* Documentalista.
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