En su paso por Argentina, la cantante británica Kate Nash, de 23 años, habló con Las12 sobre su declarado feminismo, sus proyectos, la música y una industria sexista que intenta desnudar a cuanto cuerpo se le atraviese.
› Por Guadalupe Treibel
“Dijiste que seguramente como tantos limones porque soy una amarga”, ironizaba Kate Nash en su hit viral “Foundations”. Con claridad envidiable, rimas en jerga cockney y emoción cruda, esta niña a sus 20 años le cantaba al amor a las puteadas, con metáforas simpatiquísimas e imposibles; el pelo, rojísimo; la sonrisa, socarrona. ¿Suena a espíritu adolescente? A reafirmación personal y del resto. Porque detrás de una aparente inocencia pop, Nash filtraba anti-heroínas. El público, atento: no por nada ganó un Brit Award a Mejor Artista Femenina en 2008, se hizo de un disco de platino, saltó a los charts europeos y norteamericanos, pasó el trapo al festival top Glastonbury y sumó un séquito de escuchas leales. Atrás quedaban los días de estudiante de teatro en el BRIT School for Performing Arts, escuela que albergara a Amy Winehouse, Adele, Polly Scattergood o Leona Lewis. Atrás también el sabor amargo de no quedar seleccionada para entrar al Bristol Old Vic Theater School y, con una nubecita negra sobre la cabeza, caerse por las escaleras de su casa y romperse los pies. Irónicamente, ese pésimo día le valió una guitarra eléctrica y tiempo para componer, subir las canciones a su MySpace, que Lily Allen la aceptase como amiga, la pusiera en su top ten.
A pesar del rápido ascenso, lejos de comprar el paquete de estrellita, Nash se negó a ser moneda corriente en fiestas top of the pops (juerga en casa de Björk, incluida) y alegando, sin más, pasarla mejor en casa de papá y mamá. Se tomó un año sabático. Se volvió vegetariana. Con seriedad y a conciencia, comenzó a militar por los derechos de los músicos desde un puesto directivo de la Featured Artists Coalition, donde comparte banca con músicos de grupos como Blur, Radiohead o Pink Floyd. Armó una bandita punk, The Reeceders, en la que hace de bajista y canta (“Cuando tengamos dos temas más, vamos a editar un LP y lanzarlo”). Siguió escribiendo en su fanzine, “My Ignorant Youth”. Leyó libros como Female Chauvinist Pigs, de Ariel Levy. Y, sí, se puso a componer para un segundo disco solista que, a Dios gracias, vio la luz a fines del año pasado. Así, tres años más tarde del debut la compositora (que –en 2009– tuvo que dejar la ruta por stress y un trastorno obsesivo-compulsivo) regresó más fuerte que nunca. Vocal, artística e ideológicamente. Porque aún conserva las mismas convicciones; esas que la llevan a declararse una acérrima feminista y la convierten en una artista completa. Y coherente, que no es poco decir.
Bajo el nombre My Best Friend Is You, su nuevo y segundo cancionero –producido por el ex Suede Bernard Butler– la volvió a depositar en el centro de una escena que, el pasado 27 de febrero, tuvo su spotlight en el Teatro Coliseo.
–No me planteé “tiene que sonar así”, simplemente ocurrió. Fue un proceso natural porque era lo que venía escuchando los últimos dos años. No me interesaba repetirme y hacer un “Made of Bricks 2”. Siempre hay que intentar evolucionar, aunque seguramente a los 70 tenga una regresión total y esté en mi cama con la laptop haciendo un disco (risas). Además, siempre amé el punk. Por otro lado, las artistas femeninas se volvieron cada vez más importantes en mi vida, en tanto –de la noche a la mañana– yo misma me volví una artista femenina en una industria horrible, muy sexista. Entonces comencé a buscar mujeres que me inspiraran, que hubieran hecho música en sus propios términos... Y hubieran sobrevivido.
–“Mansion Song” surgió después de un festival en el que vi cómo muchas chicas se desesperaban por levantarse a músicos, que después las abandonaban en una ciudad, no las tomaban en serio, hacían bromas sobre ellas. Me pareció un espanto. Entonces agarré el celular y escribí la letra en un mensaje de texto, de un tirón. La chica del tema dice: “Yo puedo hacer lo que quiero; aspirar merca, cogerme a cualquiera, porque soy tan hardcore como un tipo”. Y yo pienso: “Ser tan horrible como el resto, no te hace mejor. Si no respeto a un flaco por ser un idiota, a una mujer tampoco”. Eso es sexismo: decir que las mujeres pueden hacer lo que se les cante sólo porque los hombres también lo hacen. Viví tu vida, sé libre y acostate con quien quieras, siempre y cuando sea bajo tus propias condiciones. Entiendo que todos podamos vivir como queramos pero, por lo menos, que tenga un sentido.
–Hoy por hoy, en la mayoría de álbumes de mujeres la tapa es la carita de la cantante y eso no me interesa en lo más mínimo. Por eso, tomé la idea de un collage de Marianne Brandt, una artista de la Bauhaus, que hizo unas imágenes donde exponía cómo, en su búsqueda artística, no se sentía respetada por ser mujer en un mundo de hombres. Por eso aparecía sin cara, desdibujada.
–El problema es que la gente aún ve al feminismo como odio hacia los hombres y hacia el mundo, cuando –en realidad– sólo significa equidad. En definitiva, cualquiera que crea en la igualdad debería llamarse feminista. Quizás habría que inventar una nueva palabra para definirlo... En el caso de música, hay una cultura alrededor de las celebridades que valora a la mujer que vende sexo por encima de cualquier otra cosa. La pornografía softcore está en todos lados. Y, de alguna forma, ¡las mujeres lo creen liberador! En los ’70 era necesario pelear para hablar de sexo, para tener sexo, pero hoy ya no es una necesidad; no shockea a nadie. Es lo esperable. En parte, la mujer sigue siendo vista como un símbolo sexual, como un par de tetas y un culo, porque ella misma decide hacer porno softcore. El año pasado, mucha gente me cuestionó por no haberlo hecho, con preguntas del tipo “¿Por qué no intentás ser sexy?” ¡Qué mierda! Decir algo así es tan ofensivo en tantos niveles. ¿No es atractivo, acaso, ser creativa e inteligente? Por darte un ejemplo, una de las revistas musicales más importantes de UK sólo tuvo en tapa a tres mujeres en los últimos 18 meses ¡Y las tres salían semidesnudas! Qué mensaje tan negativo están transmitiendo a las niñas... Me entristece mucho ver a grandes estrellas del pop hacer cosas innecesarias. Si no es coherente con tu arte, si simplemente lo hacés para vender un disco más, no puedo respetarte.
–Se habla mucho de la cantidad de artistas mujeres que surgieron en los últimos años; todo el mundo está sorprendido. Pero a la mayoría de ellas se les dice qué hacer, cómo vestirse, qué cantar, cómo ser. Eso no es una artista. De hecho, en Gran Bretaña, sólo un 14% del total de derechos de autor los perciben mujeres. Eso indica cuán pocas compositoras hay. De todas formas, es tonto hablar de “lo maravilloso de una mujer haciendo música”. ¿Qué es lo extraordinario? Pasaron los ’60, los ’80 y, aún en 2011, todavía se sorprenden de que haya diez mujeres cantando ¡que ni siquiera escriben sus temas! Es tan molesto. Por eso quiero intentar generar un cambio, hacer algo al respecto...
–Con tanta mierda que rodea, quiero rescatar algunos valores, hablar de las artistas que amo, como Kathleen Hannah o Joan Jett. Las adolescentes son inteligentes; les interesa el arte y la música, pero nadie les enseña acerca de las mujeres que realmente significaron algo. Quiero que sepan que existe algo más que las tres flacas semidesnudas que salen en las revistas. Por eso estoy armando el “Kate Nash Rock&Roll for Girls After School Music Club”, inspirado en una escuela de verano de Portland donde las niñas aprenden a rockear. Quiero llevar esa experiencia a UK, con workshops y artistas invitadas. Nadie famoso; sólo chicas con bandas, sonidistas, especialistas en luces... Hay muchos puestos en la industria. Es bueno que lo vean por ellas mismas, se empoderen y entiendan que no dependen de nadie más.
–Sí. Y, sinceramente, te sentís diferente laburando con chicas. Aunque, aun en lugares como Nueva York, les parezca rarísimo verlas trabajar. O, peor aún... ¡en un festival feminista como Lilith Fair! Tocamos ahí en agosto y tuvimos que lidiar con el equipo más sexista y maleducado que te puedas imaginar. Todo era música country; nunca nos apagaban las luces; nos ponían limitaciones en el sonido, y el cierre siempre estaba a cargo de Sarah McLachlan, que –claramente– usó la idea del festival para autopromocionarse. Eso no es un puto festival feminista...
–Fue en Oxford. Me acuerdo perfectamente porque me enfadé muchísimo. Cuando el periodista me hizo esa pregunta, le respondí si me estaba jodiendo, si era un chiste. A mi entender, el hecho de que esté bien preguntar algo así simboliza todo lo que está mal en el mundo. Espero que algún día el sexismo y el prejuicio contra la edad dejen de ser una broma y se tomen con la misma seriedad con la que se toma al racismo. ¿Te imaginás a alguien preguntándome si me molesta que mis fans sean negros o musulmanes? Pero, claro, tampoco deberían preguntarme por qué no soy sexy, por qué no vendo mi cuerpo. ¿Cómo se atreven siquiera a decir algo así y esperar que no me ofenda? Yo también fui adolescente y pasional y sé lo que es estar incómoda con mi cuerpo, querer ser perfecta, querer que te respeten. También sé cuán difícil es encontrar algo que te identifique y te dé confianza cuando no sos mainstream. Por suerte, fui afortunada en tener un modelo fuerte como mi mamá, que me desafiaba a pensar más y mejor. Y, cuando a los 16, entré al BRIT School for Performing Arts para estudiar teatro, la música y el arte tomaron mi vida. De repente, ya no pensaba en boludeces. El arte se volvió lo más importante y me salvó de estar incómoda conmigo misma, de querer cambiar constantemente para agradarle al mundo.
–Cuando empecé el tour, la canción estaba fuera de repertorio porque la hice mil veces, pero luego comprendí que la gente realmente quería escucharla, que captura un momento de sus vidas. Entonces comencé a disfrutar tocarla en vivo de nuevo. Al fin y al cabo, si voy a ver un show de Cyndi Lauper, espero que toque “Girls, Just Wanna Have Fun”.
–Sí, fue por Fluffy. Ocurrió que, en 2009, cuando sufría de trastornos obsesivo-compulsivos, ella se enfermó y necesitaba una operación riesgosa. Yo estaba aterrada y empecé a pensar: si no como animales, se va a poner bien. Era lo único que podía hacer para controlar la situación. En ese momento, hacía cosas absurdas, como revolver una y otra vez la cucharita en el té o chequear el gas mil veces porque, de lo contrario, algo terrible podía pasar. Ya no lo creo. Pero sigo siendo vegetariana.
–Más bien, tuve miedo de no disfrutarlo. Pero hice muchos cambios y estoy feliz. Sólo hay que saber de qué gente rodearse y aprender a decir no. Básicamente, hay que mantenerse saludable.
–(Risas) ¡Conejos! Pero de mentira ¿eh? Ya tengo una minicolección. Es mucho mejor que los limones, que –en más de una ocasión– casi me derriban. Eran proyectiles. Una vez, uno me dio en la boca del estómago y me dejó sin aire. ¡Qué miedo! Cuando arrancaba el tema y la gente empezaba a sacar sus limones, yo pensaba: “¡Noooo!”.
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