Vie 23.05.2003
las12

ENTREVISTA

POP-ULAR

Demasiado ocupada por el arte como para pensar en cosas terrenas –hijos, maridos, esas cosas–, Marta Minujin ha conseguido no sólo que sus obras sean masivamente conocidas, sino también que un verdadero tándem de empresas financie sus producciones. Locuaz hasta la mudez de su interlocutor, amante de todo lo que sea snob, créase o no, esta mujer dice que sigue siendo hippie.

› Por María Moreno


¡Atrás, atrás, más atrás, cuidado que se cae! ¡José Luis! ¡José Luis! ¡Levantá la grúa! ¿Qué me preguntabas? Ah, sí. Es cansadora la vida. Por eso yo vivo en presente y por eso no hay ningún libro sobre mí. No tengo tiempo. Primero tengo que hacer esta mujer gigante, después un laberinto con luz negra, después acostar un obelisco, después soldar una Venus, después conseguir quinientos pollos, después a los helicópteros para que los tiren desde el aire, después llamar a los medios donde siempre es mejor decir que sea Marta Minujín que no, a la municipalidad para que me dejen tirar abajo una pared. Si no trabajo me desespero. ¡A la derecha! ¡Más! ¡Menos! ¡¡¡Señor!!! ¿¿¿No quiere participar???
Subida a una estructura metálica, vestida con un enterito naranja pintado con marcador, megáfono en boca, Marta Minujin dirige, en el patio trasero del Museo de Arte Moderno, la ubicación de dos piernas metálicas gigantes pertenecientes a su obra Micfonía inconclusa. Una dama de hierro que quedó en las piernas, el torso, la falda y nunca fue erecta por falta de financiación.
–Es la hija de MIC2 que armé en el Palacio de las Flores. Después estuvo en la vieja fábrica Atma, después en Droguerías del Sur y por último en la Fundación H. Rozemblum. Para sacarla de ahí hubo que mutilarla para volverla a armar en el Buenos Aires Design. Yo quería ponerla en la Costanera y que se viera desde el Uruguay, pero no hubo presupuesto. Así que se transformó en la Micfonía inconclusa que capta la esencia de estos tiempos: lo inconcluso. Porque hacer es genial; terminar de hacer es un opio.
Acaba de hacer derrumbar una pared para que pase la grúa, pero queda otra que el conductor tiene delante, por lo que debe trabajar a ciegas. Al rato un empleado del museo se ha sumado a la operación que parece peligrosa –qué muerte tan moderna la de sucumbir bajo un pie de hierro, evidencia de un proyecto inconcluso de Marta Minujin–, porque la artista es muy popular aquí como lo era en París y en Nueva York donde Salvador Dalí la invitaba a pasear en limousine y ella se le escapaba en patines envuelta en un abrigo de piel falsa porque no tenía plata para comprar uno verdadero.
–Micfonía es una mujer intergaláctica, una antena creada en un lugar subdesarrollado porque nadie se espera que desde aquí aparezca la condensación de la esencia del futuro.
–¿Por qué?
–Porque aquí falta una buena dosis de snobs. Los snobs son los que crean los hechos renovadores. A fuerza de seguir ciegamente y copiar loque está pasando, hacen masas, presionan y logran fracturas de las que salen cosas diferentes. En cambio, los que yo llamo los iletrados, en la Argentina son muy inteligentes, muy vivos, porque no están en decadencia. En Nueva York hay una élite muy buena. En Nueva York los snobs siguen locamente la vanguardia. Acá es más complicado porque como todos están atentos a lo que pasa allá, no saben si seguirte o no porque no están seguros de lo que opinan de vos afuera. A mí me gusta la elite de Nueva York y el pueblo de Argentina. Porque me ama y yo los amo. Siempre voy al almacén a hablar con los muchachos.
Mucha de la gente que se le abalanza a Marta por la calle y la saluda la conoce de las revistas y la tele, pero si se trata de personas mayores se acuerdan de La Menesunda, ese happening que demostró que el arte pop era precisamente eso: pop-ular. Al llegar al Instituto Di Tella había que atravesar una cortina de plástico transparente, luego una silueta de hombre también transparente, de ahí a un túnel todo lleno de luces de neón. Había diez televisores con el sonido muy fuerte. Después venía un dormitorio donde un hombre y una mujer leían en la cama. Y otra vez el túnel, las luces y un eco de ruidos callejeros. Luego de bajar una escalera blanda porque tenía los pasamanos de esponja, había que ingresar en la cabeza gigante de una mujer que parecía muy maquillada. Ahí una maquilladora y una masajista ofrecían sus servicios. Y algunos psicoanalistas se animaban. Después un canasto giratorio arrojaba al participante a una ciénaga de suelo gomoso que se hundía. No se ganaba para sustos porque después venía un cuarto con un insoportable olor a dentífrico. Y después un teléfono enorme donde había que adivinar el número que permitiera encontrar la salida. Todo para terminar adentro de una heladera a temperatura normal (de heladera). Se podía escapar, claro, pero luego de chocar con una serie de cosas obstaculizantes y coloridas hasta llegar a un cuarto de espejos donde se apagaba la luz normal, se ponía otra negra y unos ventiladores tiraban papel picado. Había mucho olor a frito.
–Marta Minujin venía a mi cuarto y tocaba el vidrio de la ventana con sus deditos de nácar –se acuerda un ex compinche, el poeta Fernando Noy-. Ella venía del Di Tella y Tanguito y yo éramos de otro circo. Ellos eran pervitínicos y benzedrínicos; nosotros, en cambio, teníamos nuestro inmenso corazón colorado inmerso en anfetaminas. Marta me llevaba al aerobolidismo del jet set adonde se daban 150 cócteles por noche. Yo era su novio partenaire, su rebelde favorito que aprovechaba para embriagarse. Tiene algo la Minujin y es que es justa. Cuando hizo El partenón de libros, después me regaló una xilografía de la que no voy a contar el destino que le di. Es una tecno-idolatrada seductora, una vestal futurista con la que para hacer el amor seguro que hay que recurrir a enchufes, circuitos cerrados y comprimidos. Me acuerdo de que una vez íbamos en una limousine y yo quise arrancarle alguno de sus colgantes, eran como el pedrerío de Dalí y te distraían sus brillos. Pero no, no, no quiero hablar de ella porque lo minujiniza todo. Es la gran transformatrice.

Arte, arte, arte
Así grita Marta Minujin en su contestador desde donde deja instrucciones para todos los participantes en dejar a resguardo en el museo la piernas de Micfonía.
–La forma de vida del artista es llegar a París con una beca del Fondo Nacional de las Artes que después me prolongó la Embajada de Francia. Fui a parar a una chambre du bonne que quedaba en un cuarto piso. En ese momento hacía cuadros con cajas de cartón. Era la casa de Giscard D’Estaing y no lo sabía. La mucama me odiaba porque yo tiraba las cajas por la ventana. Tenía 19 años. Después conseguí un inmenso loft que quedaba justo detrás de La Coupole que compartía con un español. Como todala plata me la gastaba en materiales, el cartón y la cola de carpintero de mis obras, en lugar de un departamento coqueto elegí un inmenso lugar sin calefacción. ¿Te imaginás París en invierno sin calefacción? Entonces hice una carpa de plástico con una estufa a gas adentro –se podía haber incendiado– y dormí tres años adentro de una bolsa de dormir. Al baño iba en el bar de la esquina. Me bañaba en la mezquita, comía poquito y me hice famosísima.
–¿Qué es para vos la vanguardia?
–Buscar lo que no está, lo que no existe, lo que no ha sido hecho nunca. Y una forma de vivir y no un objeto. Esa es la diferencia. Entonces para ser de vanguardia –en ese momento se usaba la palabra vanguardia– agarré el colchón de mi cama y lo clavé sobre un cuadro. En mi primera muestra todavía hacía informalismo. Los cuadros se llamaban El tapial de la calle Lavalle, Se resquebrajó el techo, Mancha de humedad en la cocina. Después hice otra que se llamaba A la orden mi general con cajas que sostenían botas y cartucheras. Era contra los azules y colorados.
–Pero estábamos en París.
–La beca era ida y vuelta. Hacía una exposición en Lirolay y vuelta allá. Hacía una exposición en el Museo Rodin y vuelta acá. Y así.
–¿Y los colchones?
–Mi vida tuvo que ver siempre con los colchones porque la gente se pasa el 50 por ciento de su vida en los colchones. Entonces son formas vivas. Por eso hice ¡Revuélquese y viva! Eróticos en tecnicolor. Después La destrucción con la participación de Christo, Elie Charles Flamand, Lourdes Castro, Mariano Hernández y Paul Gette. Fue en el Impasse Roussin. Primero exhibí toda mi obra en mi taller y después la llevé a un terreno baldío y la destruí. Mis óleos, mis colchones mis cajas, todo, y me volví a Buenos Aires. Y el happening fue famosísimo porque me gasté toda la plata en tirar pájaros al aire y soltar conejos. Después, en el estudio de Peñarol hice Sucesos Argentinos. Ahí tiré 500 pollos al campo de juego con lechuga y harina mientras en la cancha veinte gordas, veinte atletas, veinte parejas de novios y veinte motociclistas creaban situaciones con el público.
–Más despacio.
–Es que es muy difícil de contar. Yo estaba influenciada por Fellini. Me gustaban las gordas, la crema, los pájaros, las plumas. En un momento me volvía a Buenos Aires para presentarme al Premio Di Tella que gané en el ‘64. Me había cansado de París. Me parecía viejo. Ya la gente estaba mirando a Nueva York. Y todavía ahora me parece vieja Europa, pisás demasiados huesos. ¿Viste todos los huesos que hay debajo de la tierra? Acá hay muchos menos huesos.
–Los de los desaparecidos.
–¿Pero en Roma y Grecia cuántos hay? Es como vivir en un museo y donde la belleza está construida afectadamente, no naturalmente. El Louvre era un palacio y entonces se fue copiando el estilo del Louvre para hacer todo alrededor igual a él.
Después hice Cabalgata en el Canal 7. Alquilé caballos, les até baldes en las colas con pintura y luego los hice caminar sobre colchones. Así ellos iban pintando. Luego lancé gallinas y vinieron Alfredo Rodríguez Arias y Pablo Suárez que se pusieron a reventar globos con chinches. Había dos músicos de rock cubiertos de tela adhesiva. Entonces Bonardo cortó el programa. Se llamaba “La campana de cristal”. Mis happenings siempre terminan trágicamente.
Es evidente que Marta se lanzó a usar inútilmente, es decir artísticamente, los medios de comunicación bajo la impronta de Marshall McLuhan de que el medio es el mensaje y que hacía mezclas pop con bacanales psicodélicas a las que se concurría con la ropa puesta y autoproducidos como objetos de arte capaces de experimentar los cincosentidos. Para eso Marta construyó el Minúfono, una cabina telefónica donde, al discar un número al azar, se obtenían cambios de luces, humo de colores, soplos de brisa y agua coloreada. Su cómplice entonces fue el artista Bier Bjorn. Acusada de frívola, a pesar de no haberse privado de hacer arte político aunque utilizando elementos ajenos a la vulgata de éste que suele combinar la figuración, el chorreado y el panfleto explícito, Marta Minujin decidió hacer en el CAYC una performance tercermundista con ribetes religiosos. Se extrajo tierra de Machu Picchu, se la dividió, embaló y envió a diversos artistas latinoamericanos que la colocaron en un lugar de la que extrajeron a su vez tierra que fue embalada y restituida al espacio dejado en Machu Picchu. La muestra se llamaba Comunicando con tierra. De allí surgió la serie Arte Agrícola en acción. Repollos se exhibió en el Museo de Arte Contemporáneo de San Pablo. Cincuenta bolsas de repollo dispuestas en bolsas de nylon resistieron el manifiesto: “Este es el contexto de arte, donde la teoría es la práctica, ésta es la manipulación de las fuentes naturales”. Luego 20 jóvenes con baldes verdes en la cabeza aparecían en escena y luego se retiraban diciendo “Aaarteee Agrico-co-co-co-laaaaaaa”.
–¿Nunca fuiste en cana?
–Nunca. Le doy un beso al policía y lo convenzo con mi buena onda. Lo malo lo transformo en bueno. En serio. Además yo soy buenísima, incapaz de hablar mal de alguien. A todo el mundo le regalo cosas. Gané muchísima plata y no tengo nada. Pero la voy a volver a tener. A un obrero que no sabe leer le regalé una casa en Mar del Plata. Y no sé si el día de mañana voy a necesitar la casa yo. El, en cambio, no fue tan bueno porque ahora se va todo el tiempo a Mar del Plata y no vuelve. A mí me roban todo el tiempo. Mi madre murió y las mucamas me robaron todo. Creo que todavía sigo siendo hippie.
—Tu ropa, sin embargo, suele ser cibernética.
–Viví en Nueva York, San Francisco, México, caminé descalza y estuve en comunidades. Por eso, cuando volví a Buenos Aires me pareció todo muy rígido. En ese entonces yo había abandonado el arte porque al ser hippie lo que es arte es la vida. Hacía dibujos psicodélicos que no tienen ningún valor. Y una ropa maravillosa que todavía tengo. Por eso creo que sigo siendo hippie. En esa época no existía la diferencia entre gay y no gay. ¡No existía nada! El sexo es energía, el arte es energía y la belleza es energía. Pero el arte es energía que trasciende porque hay ciertas obras que te tocan. Por ejemplo, La Gioconda, ¿por qué tocó a tanta gente? Porque hay en ella una inmanencia que trasciende a todo. Lo mismo que en ciertas obras de Miguel Angel. Yo tengo algunas obras que le gustan a todo el mundo y otras no tanto. Al hacer el Obelisco acostado, ¿de qué se trata? De descolocar a la gente. Vos vas por la avenida 9 de Julio y ves el Obelisco acostado: te descolocás. El Obelisco tiene 32m y 10.000 bolsas con pan dulce. Agarrás una, te comés el pan dulce: desmitificás el Obelisco. Hice La torre de pan de James Joyce con la forma de la Fortificación de Sandycove. La monté en el patio exterior de la Facultad de Arquitectura de Dublín y la cubrí con 5000 panes frescos de la panadería Edmond Downes que aparece en Exilados. Los bomberos se los alcanzaron al público que se los comió. En la Bienal de Medellín de 1981 armé un Gardel de 14 metros relleno de algodón y lo quemé. En Colombia gané muchísima plata. Había dinero negro. Me pagaron cien mil dólares por esculturas. Y me compré una casa que antes era de mi abuelo y queda en Humberto Primo y Sarandí.
–Basta.
–Con El Partenón de libros festejé la democracia. Era una réplica del santuario de Atenea. Hice La Venus de queso, también comestible, que era en realidad Afrodita de Melos. También, durante la guerra de Malvinas, La Margaret Thatcher de fuego. Ahí viene la fermentación. Porque despuésagarro el arte griego y lo traigo a esta época. En el arte griego la gente se la pasaba pensando tres años en la belleza ideal. Y a mí lo que más me interesa es el pensamiento. Todo está en la cabeza. Entonces fragmento las cabezas para representar cómo somos en esta época, seres fragmentados. Uno con su familia, otro con su trabajo, otro con sus amigos y otro que no importa adónde vaya ni de dónde venga porque no tiene ni pasado ni presente ni futuro.
–¿La edad no existe para vos?
–Tengo 25 años siempre.
–¿Borges?
–Tenía 18.
–¿Sabato?
–49.
–¿Yo?
–22.
–¿Soy menor que vos?
–Claro, y Raúl Escari, según el día, entre 17 y 40. Los únicos viejos eran Sartre y Casals. Sartre porque sabía demasiado.
–¿Saber envejece?
–Depende. En la ciudad un viejo significa vejez. En el campo sabiduría. Sartre sabía tanto que aun en el mundo de la literatura era viejo. Con El ser y la nada se había ido tan lejos que ya ni los de la literatura lo entendían. Entonces lo aislaron. Yo no me voy a aislar nunca. El padre de Federico Peralta Ramos trabajó hasta el último día. Picasso, hasta los 94.
–¿Cómo influye el dolor en tu trabajo? ¿Por ejemplo la muerte de Peralta Ramos?
–El mundo del arte está más arriba de todo. Yo estoy enviada, pienso que soy de otro planeta de verdad. Por eso estoy siempre apurada.
–¿Pensás que te podrían venir a buscar?
–No, si estoy acá para ellos.

Al arte del trueque
Micfonía inconclusa fue financiada por Fundación Banco Patricios que pagó la mayor parte de la obra. Acindar aportó la barra de hierro y Shulman Hnos., la trama metálica que recubre la escultura que por ahora se encuentra acostada y en pedazos. También dio dinero Teresa Anchorena, desde la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. IRSA apoyó en cierto momento la continuidad de lo inconcluso. Las empresas de grúas Paolini y Román levantaron fierro con fierro. Oscar Massota advirtió en Marta, la veta dadaísta y la negación de que todo realismo fuera “real” en lugar de simbólico: para ella la realidad sería visual e informática. También la euforia catártica que es capaz de sacar al espectador de la contemplación distanciada del objeto artístico para pasarlo del lado de un objeto múltiple y tan movedizo como ella imagina a la sociedad aunque sea más o menos inmune a los cambios históricos y tenga una singularísima idea de sensibilidad social. En todas las épocas, salvo ésta, pudo convencer a empresarios de la necesidad de invertir en arte.
–A la mujer del tercer milenio la empecé hace ocho años. Siempre me interesó el hierro porque es indestructible. Además me gustaba la idea de una mujer bordada por hombres. Conseguí un lugar gigantesco y la Fundación Banco Patricios pagó 250.000 dólares. Entonces ¡es una obra maestra hecha a mano como las pirámides de Egipto! De veinte metros.
–¿Cuál es la mayor cifra que conseguiste para hacer arte?
–Cifras no, costos. El Partenón de libros, prohibido por los militares salía 200.000 dólares. Pero lo hice con 25.000. Al terreno lo conseguí sin permiso. Las luces, en la municipalidad. Los libros, en las editoriales que los tenían escondidos en los sótanos. Las bolsas de plástico, en una compañía gratis. El laberinto Minujin cuesta 200.000 dólares, pero lo hagogratis. Y ahí no gano nada. Donde gano es con las esculturas. O hago canje. Todos los vidrios que ves pintados por esta calle son canje. Le di cinco mil pesos en arte a Tamara Di Tella por hacer gimnasia en su instituto. A esta panadería nunca le pagué. Mirá la vidriera. ¿No es genial? Las diferencias de precio que hago son arbitrarias. A uno le cobro una barbaridad y a otro nada. A una cosa de cinco pesos a lo mejor la cobro 300. Todo lo que tengo es canje. El auto, los hoteles, los pasajes de avión. Tengo 15.000 dólares en anteojos Rayban. El señor Rayban tiene tres esculturas y yo ya no tengo ningún anteojo. A Aerolíneas Argentinas (antes) le canjeé un montón. Tengo 49.000 dólares de hoteles en todas partes del mundo. Trabajo sin máscara ni guantes, por eso me voy a morir como Nikie De Saint Phale, intoxicada por mi propio arte. Pero, no, no me voy a morir aunque no me cuido porque tengo suerte. La suerte es una coincidencia entre la oportunidad y el darse cuenta. ¿Esa gorda, por ejemplo, se resistiría a canjear? ¡Totalmente copada! Ese de traje no o me querría hacer canje por una lapicera.
–No pagás nunca.
–Pago en arte.
–¿Y las facturas?
–Eso es terrible.

Ser abuela duele
Bernard Shaw decía que un artista era alguien que explotaba a sus padres y mataba de hambre a su mujer y a sus cinco hijos, todo antes de claudicar. Lita de Lázzari pondría su infaltable voz de Puyeta.Jorge Luz para gritar ante la cámara de televisión: “¿Pero esta mujer no tiene familia?”.
–Por empezar quise nacer varón. Y justo mi padre me había pelado porque quería haber tenido otro varón. Mi hermano murió de leucemia y yo era la oveja negra. Me fui de mi casa a los catorce. Tuve una vida muy azarosa y muy difícil hasta que cambié y todo empezó a ser divertido. Eso fue cuando comencé a ser pop. Entonces ya pude decir que la vida era una fiesta como dice Hemingway. Antes era una tragedia. Me quise suicidar tres veces.
–¿Por qué?
–¡Porque no soportaba la vida! No soportaba el sufrimiento de estar vivo. Era hipersensible. ¡Encima era vidente! Soy vidente. Te veía a vos y veía lo que te iba a pasar. Pero inmediatamente, no a futuro. Mi hermano murió de leucemia y yo sabía que se iba a morir, porque era cazador y mataba ciervos. Entonces le dije a mi padre: “Se puede curar con embriones de pollo”. Mi padre puso un laboratorio para conseguirlos. Tuve que ir a un lugar para que me saquen la videncia. Tres años fui con otras amigas mías a una especie de yogui que se llamaba Pérez Garaña, autor de Caracteriología y vida. Una se suicidó y otra se fue. Llegué a comunicarme con Krishnamurti con la mente en blanco. Y a escribir en sánscrito y todo. Y así se me fue la videncia. Una tragedia mi vida de adolescente.
–¿Y el corte cómo fue?
–Porque una vez, al volver de Venecia paré en un convento –ya no era vidente ni nada, ya era una artista de éxito siempre vestida de negro, siniestra– y vi una pollera celeste con flores y ahí me cambió la sombra y eso me hizo pop.
–¿Una epifanía?
–Una iluminación. Cuando aquella vez puse el colchón en el cuadro pensé ¡paf! Hay que hacer otros. Entonces empecé a hacerlos yo misma. Los arrastraba por la calle, compraba las telas y los forraba con colores fluorescentes. Y me gané el Di Tella. Allí me empecé a divertir. El ‘70 fue el período más divertido de mi vida.
–Pregunta clásica: ¿cómo fue la historia con tus hijos?
–Con los hijos es más fácil. Ser abuela es como ser madre suplente. Un hijo es una aventura y tuve un hijo cada quince años y siempre vivieron vidas muy raras y distintas. Tampoco quiero destruir la familia. Porque es mucho más trabajo rehacerla. Yo por eso hago las caras cortadas. Uno puede tener muchas facetas. Cuando yo tenía quince años –porque me casé a los dieciséis falsificando la edad– dije: ¿que quiero ser? Artista, madre, abuela, aviadora, actriz, todo. Porque para algo esta sociedad es multifacética y multidireccional.
–Sos una madre presente.
–No, ausente. Mucho más con el padre.
–Seguís casada.
–21 años.
–¿Por qué?
–Porque no tengo tiempo. Soy como Juan Sebastian Bach.
–¿Y él?
–Está feliz porque está libre.
–¿Matrimonio abierto?
–Ni lo preguntamos. El es un investigador en impuestos y un científico. No está en capturar mujeres. Lo único que me cuesta mucho es estar con él. Tengo que estar muy poco tiempo. Es demasiado real. Lo mismo que las comidas de Navidad y Año Nuevo. En este momento estoy a punto de ser abuela. En cualquier momento me llaman del sanatorio. No quiero imaginarme tener que ir. Todo eso. No lo soporto. Tan real.
–¿Te considerás andrógina?
–Soy totalmente mujer. Pero todos mis amigos son gays. Porque son muchísimo más alegres, más libres y más geniales.

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