Vie 25.03.2011
las12

INTERNACIONAL

La guerra sin fin

Las mujeres fueron protagonistas en la revolución que tomó las calles de Egipto y en las repercusiones de esa revuelta popular en otros países árabes. Sin embargo, un grupo de hombres las repudió en una marcha del 8 de marzo. En Libia los ataques dejan dudas sobre si se van a lograr mayores derechos de género o si va aumentar la violencia sexual, los movimientos religiosos conservadores o la falta de reconocimiento para la población femenina.

› Por Luciana Peker

“Miles de mujeres de todas las edades y estratos sociales participaron activamente de cada día de la revolución, resistieron y asistieron, colaboraron, gritaron y perseveraron junto a sus compañeros en una lucha incansable hasta lograr la victoria”, relató Carolina Bracco, politóloga (de la UBA) y master en Cultura árabe de la Universidad de Granada, desde El Cairo. Según su crónica, a pesar de que el acoso sexual está arraigado culturalmente, las jóvenes y adultas fueron respetadas en la plaza Tahrir durante la rebelión a la dictadura impuesta en el poder por treinta años.

El acoso es un problema tan grande en Egipto que fue delineado por la nota “Un mapa contra la violencia sexual en Egipto”, del diario El País, del 7 de marzo del 2011. “Pertenecer a las hijas de Eva y vivir en un país árabe supone haber sido, ser o estar a punto de ser víctima de algún tipo de abuso sexual físico o verbal. La calle, los mercados, los medios de transporte..., cualquier lugar es idóneo para un roce leve, un apretón, un pellizco o un toqueteo. Los más sofisticados buscan con el codo los senos al cruzarse con una mujer en la vereda; los menos educados susurran frases obscenas o deslizan sus manos a nalgas y pubis. Y no se trata de la excepción, sino de la regla”, describe la nota. Esa regla tuvo, por unos días, una tregua, justamente, cuando el país no tenía tregua. Pero después volvió el acoso –en un territorio donde seis de cada diez varones reconoce haber sido acosador alguna vez– como una mano sin barreras, ni cambios que le indiquen una nueva ruta aunque haya cambiado el gobierno.

“Desde el primer viernes luego de la renuncia de Mubarak –y, tras ello, todos los viernes siguientes–, las mujeres en la plaza Tahrir volvemos a ser víctimas del acoso acostumbrado, desde miradas lascivas y comentarios obscenos hasta ataques directos a jóvenes egipcias y extranjeras. El punto más candente de esta triste situación se vivió el pasado 8 de marzo, en una manifestación convocada en conmemoración del Día Internacional de la Mujer y en demanda de que se incluyan más y mejores derechos para las mujeres en la nueva Constitución. En el típico ambiente de alegría que suele vivirse luego de la caída del régimen, se cantaba ‘El hombre y la mujer son uno’, ‘Nosotras también somos egipcias’, ‘¡Igualdad!’. Poco a poco se fue congregando frente a nosotras un grupo cada vez mayor de hombres de todas las edades que nos increpaban, furiosos, o simplemente se burlaban de nosotras”, describió en Página/12 Bracco.

Sobre el contraespejo revolucionario que se forjó el Día de la Mujer, la periodista española Nuria Tesón también contó: “Lo que empezó siendo una reivindicación pacífica que celebraba el Día de la Mujer y reclamaba que nadie olvidara que ellas son una parte importante de las sociedades árabes y no deben ser dejadas atrás se ha convertido en el peor ejemplo de por qué Egipto necesita un cambio urgente en cuestión de género”.

Estos relatos son el disparador del enorme interrogante que implica la revuelta en el país de una de las mayores civilizaciones de la humanidad después de treinta años de opresión y dieciocho días de lucha. ¿Reinas del Nilo para protestar pero silenciadas esclavas para gobernar? “Las mujeres habían estado en la primera línea de batalla contra Mubarak y después se produjo esta manifestación de hombres para que volvieran a sus casas. Lo que vimos en Egipto prendió todas las luces de alarma sobre lo que puede pasar en otros países. Por eso, si no se produjeron mayores derechos en Egipto, menos se van a generar con una intervención militar como en Libia. Soy escéptico respecto de la posibilidad de que mejore la vida de las mujeres”, se define Atilio Boron, profesor de Teoría Política en la UBA e investigador superior del Conicet.

La otra duda es si la intervención militar realizada por Europa y Estados Unidos puede generar una reacción adversa en el mundo árabe y terminar provocando el apoyo a grupos que se oponen a Occidente basados en la religión y, en la línea de sus pensamientos, a un lugar más relegado socialmente para las mujeres. “Hasta ahora no hay indicios, tampoco, del aumento de lo que podríamos llamar el fundamentalismo islámico, que es muy contrario a los avances de la mujer. Ese peligro se exageró de parte de Israel y Estados Unidos para contener las revueltas en el mundo árabe pero hasta ahora no se está dando”, señala Boron.

“Los movimientos en Egipto, Túnez y Libia no fueron de origen religioso, sino revueltas para derrocar a las dictaduras similares a las que estuvieron en Latinoamérica hasta la década del ochenta. Pero si no reciben apoyo de Occidente puede ser que se vuelquen a movimientos teocráticos (similares a los de la Iglesia Católica en la Edad Media) que restringen las libertades de la población en general y de las mujeres en particular. Por eso, creo que mientras la ONU esté al frente de la operación hay que apoyar la intervención en Libia”, apuesta el ex vicecanciller argentino (en la gestión de Guido Di Tella) Andrés Cisneros.

La actual diplomacia argentina, en cambio, no apoya las acciones contra Libia. “No se habían agotado los medios diplomáticos disponibles”, aseguró el canciller Héctor Timerman. Mientras que Marisa Soleto, directora de la Fundación Mujeres e integrante del Comité de Coordinación de la Red de Mujeres Africanas y Españolas por un Mundo Mejor reivindica la entrevista de la periodista Ana Pastor a Muammar Khadafi en la que –por casualidad o no– se le fue cayendo el pañuelo que le cubría la cabeza. “Que el pañuelo que Ana Pastor portaba se haya ido deslizado hasta descubrir completamente su cabeza mientras avanzaba la entrevista tiene un significado especial. Cabe la duda de si es intencional o no. Pero da lo mismo. Los símbolos de sumisión no son sostenibles, de hecho se caen y las mujeres occidentales tenemos un especial papel en la demostración de esta certeza”, propone.

LA PIRAMIDE SIGUE DEJANDO ABAJO A LAS MUJERES

“En un Egipto que no contemple los derechos del 52 por ciento de su población, la revolución habrá fracasado”, sentencia la politóloga Bracco. Pero, además, una verdadera revolución tendría que romper con la pirámide de maltratos de género. El Centro Egipcio para los Derechos de las Mujeres asegura que ocho de cada diez mujeres fueron hostigadas alguna vez en su vida. Además, se calcula que hay un acoso sexual o violación cada media hora, según el Centro Nacional de Estudios Sociales y Criminológicos.

Durante la revuelta Yasmin T, un ama de casa, se ilusionó: “Ahora los hombres protegen a las mujeres. El país está unido por la misma razón, los hombres ya no piensan en el acoso, todo el mundo piensa en la política”. Aunque cuando volvió la calma también volvió el machismo. La analista española sobre mundo árabe Montserrat Boix Piqué y coordinadora de Mujeres en Red intenta ser cauta. “Yo diría que para ver los cambios reales que se puedan producir será necesario esperar y ver la evolución de los acontecimientos.” Pero su cautela también está teñida por el temor a que los reclamos de libertad terminen tapando aún más el horizonte de las mujeres. “No soy optimista –admite Montserrat–. Hay un gran deseo por parte de toda la población (de Egipto) para que las cosas cambien, pero falta la acción de la sociedad civil y una clase política representante de ese cambio capaz de negociar con el poder y gestionarlo. Junto a los intentos de la calle de que las cosas evolucionen se mantiene el intento del poder en mantenerse con otras caras.”

“A pesar de haber permanecido codo con codo desde el primer minuto de la revuelta, las mujeres fueron dejadas a un lado cuando empezaron a darse pasos hacia una transición democrática. Si el gobierno de Hosni Mubarak tenía a cuatro mujeres entre una veintena de ministros, el nuevo gabinete de Essam Sharaf sólo tiene a Fayza Abul Naga. Lo mismo ha sucedido con la coalición de Jóvenes del 25 de Enero que instigó la revolución y que se reunió con representantes del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Sólo Asmaa Mahfouz tuvo el privilegio de encontrarse entre los ocho emisarios de la juventud egipcia. Ni una sola mujer estuvo en el grupo de sabios que ha elaborado las enmiendas propuestas a la Constitución”, señala la nota “Las egipcias son humilladas mientras claman por no quedarse atrás en su revolución”, del diario El País, del 8 de marzo del 2011.

Uno de los peligros concretos es que, ante la posibilidad de recambio, la oposición más organizada sea la más conservadora y misógina. “Los partidos islamistas organizados en la oposición legal o clandestina tienen más capacidad de respuesta porque tienen estructura real”, señala Boix Piqué. En este punto, un conflicto es que, para muchos/as, la oposición a Occidente (supuestamente corrompido por la liberación sexual y femenina) se enmarca en relegar el lugar de la mujer a sus casas y esconder sus cuerpos. De hecho, los egipcios que enfrentaban a las mujeres que copaban la plaza el 8 de marzo las chicaneaban: “Esto es lo que quieren los americanos”. La peor trampa puede ser creer que la liberación es el oscurantismo y que la dependencia es la independencia femenina. Con este mismo argumento, Khadafi sostenía, en una gira por Italia durante agosto del 2010: “En Libia las mujeres son más respetadas que en Estados Unidos y en Occidente”. Y puso un ejemplo de dudosa igualdad. “En Occidente está permitido que la mujer hagan trabajos que no van en consonancia con su físico (en relación con el trabajo minero y ferroviario), y eso en Libia no sería posible jamás”. Mientras que el periódico francés Le Monde publicó que en la batalla por la toma de Benghazi muchas mujeres han sido violadas por mercenarios sudaneses enviados por Khadafi.

¿Se puede no estar a favor de Khadafi y tampoco del bombardeo? ¿Se puede apoyar revueltas populares pero pedir que incluyan acciones a favor de las mujeres? Al menos, entre estos dilemas, hay una nueva herramienta: la palabra, que aun en el encierro, puede volar (sólo más adelante se sabrá cuál es el verdadero efecto de las nuevas tecnologías) aunque no se conoce su techo. Montserrat Boix Piqué remarca: “Hay muchas mujeres de los países árabes conectadas haciendo activismo. Sin embargo, cuando salen a la calle se encuentran con la presión habitual. Aparentemente nada ha cambiado para ellas. Igualmente, yo creo que las mujeres esta vez no se van a conformar. A través de la red tienen información y van a tener que confrontarse con sus contradicciones. La red facilita la acción individual pero para que se produzcan cambios políticos y sociales es necesario acciones colectivas y coordinadas”.

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