MARATONISTA PROFESIONAL DE CARRERAS EXTREMAS, DIANE VAN DEREN FUE SOMETIDA A UNA LOBECTOMIA PARA DETENER LAS CRISIS EPILEPTICAS QUE LA ACECHABAN. LA INTERVENCION LOGRO SU OBJETIVO, PERO SU MEMORIA FUE SERIAMENTE AFECTADA, YA QUE NO TIENE RECUERDOS A CORTO PLAZO Y SU ORGANIZACION DEL TIEMPO ES DIFUSA. CORRER SE CONVIRTIO EN SU REFUGIO, LA PUESTA EN ACTO DE UNA MENTE EN PRESENTE ETERNO.
› Por Flor Monfort
Diane van Deren refuta aquella verdad cortazariana que dice que no hay palabra más mentirosa como “ahora”. Me dice “ahora somos tú y yo”, reforzando esa idea de presente permanente en el que vive. Pero veamos quién es ella: maratonista profesional de alto riesgo, tiene 52 años y hace catorce le practicaron una lobectomía para terminar con los episodios de epilepsia que la atacaban entre 3 y 5 veces por semana. “Me levantaron la tapa del cerebro, detectaron el tejido dañado, lo sacaron todo y volvieron a coser mi cabeza”, explica. Las crisis efectivamente terminaron, pero otra dimensión del tiempo empezó a correr en su vida. Diane vive en una especie de “ahora” continuado, incapaz de retener los sucesos ocurridos en el pasado cercano y sumergida en una bruma respecto de recuerdos más alejados; es una inconsciente del tiempo que se repliega una y otra vez sobre el presente. “Para mí todo es ahora”, repite, como su mantra.
–Era una tenista profesional, esposa con dos hijos. Estaba en forma, trataba mi cuerpo como si fuera un templo, me sentía muy fuerte, muy ágil, no bebía ni tomaba drogas, llevaba una vida muy sana, y podía ser la madre que yo quería ser para mis chicos. Cuando me diagnosticaron epilepsia tenía 25 años. A las dos semanas de mi tercer embarazo empezaron a ocurrir los ataques, que se pusieron peor a lo largo de los años y como madre era muy difícil, porque mi rol se revirtió: ahora mis hijos se ocupaban de mí, tuvieron que crecer rápido para poder cuidarme; yo no sabía si manejando me podía agarrar una crisis, y aunque seguía ocupándome de todo, el miedo a lo desconocido era total, terrorífico.
Ese terror, sin embargo, se aplacaba cuando Diane salía a correr. “Era y sigue siendo mi terapia”, cuenta, pero en aquellos momentos en que sentía el aura de la epilepsia rondando su cuerpo, alcanzar velocidad gracias a la fuerza y el impulso de sus piernas era una manera de frenar el embate de la enfermedad, que le endurecía los músculos y la sacudía con violentos espasmos, que muchas veces la medicación no lograban atenuar.
Luego del diagnóstico y de la odisea de vivir en la enfermedad que también la ataba al paso del tiempo pero de un modo mucho más perverso –“no podía ni darme un baño de inmersión sola”–, la posibilidad de una operación le cambió la perspectiva. “Antes de la cirugía yo tenía que asegurarme ciento por ciento de que era candidata. No todos los epilépticos lo son, sino muy pocos. Si podés controlar los ataques con fármacos, entonces no querés tener esta cirugía, pero para mí eso no funcionaba, así que me quedé sin opciones. Me pusieron 63 electrodos adentro del cráneo, y me dijeron bueno, ahora tené un ataque. Me sacaron la medicación y efectivamente tuve un ataque de epilepsia, y el doctor pudo ver en qué parte del cerebro se originaba. Venía de un solo lugar, estaba enfocado, entonces era operable. Cuando detectaron este punto en mi cerebro, supe que había hecho mi trabajo.”
–Es como ir a la guerra. Hay muchos riesgos, pero para mí era una oportunidad de superar mi condición, así que abrieron la parte derecha de mi cabeza y cuando miraron el cerebro, la parte de donde venían los ataques, tenía otro color; no era ese rojo vivo, sino más bien grisáceo. Y ahí el médico decidió cuánto sacar, y extirpó el tamaño de un kiwi. Mi último ataque fue la noche anterior a la cirugía.
–Sí, a pesar de que al cerebro no le gusta que lo anden toqueteando. Yo vi cómo le hacían esta cirugía a otro paciente: mi médico me dejó observar, y te quiero decir que el cerebro es hermoso, es tan vibrante, y ver cómo la medicina me curó a mí me emociona a tal punto que quiero contárselo a todo el mundo.
Sin embargo, se calló. Diane no quería contarle a nadie lo que había pasado y decidió volver al ruedo sin declaraciones. “No quería ser discriminada”, comenta, sin aportarle ningún valor particular al hecho de ser mujer sino al de transitar un ambiente competitivo, donde ella siempre fue una ganadora. Apenas terminó el reposo, Diane empezó a entrenar nuevamente y quiso redescubrirse en su pasión, esa que le alejaba los fantasmas de una nueva crisis cuando todavía era epiléptica. Correr sin parar, sentirse fuerte: desde entonces correr fue para ella mucho más que antes.
“Yo supe desde muy chica que era diferente, me acuerdo hablando con mi papá, estaba en tercer grado, y le dije yo soy distinta que los demás. Puedo correr más rápido, tirar la pelota, patearla mejor que las chicas pero también mejor que los chicos. Y mi papá me dijo: ‘Ese es tu don, y tenés que usarlo al máximo’. Así que cuando crecí no me importaba si jugaba tenis con un hombre o con una mujer, dejaba ahí todo porque tenía pasión por el deporte. Claro que no me imaginaba que este don iba a salvarme la vida en un punto, no sólo antes de la operación, cuando lograba alejar los ataques, sino después y ahora, cuando correr acompaña a mi mente, y no es mi mente la que está tratando de encajar en ningún lado.”
–Mmmm, es la única forma de vida que conozco. Me gusta decir que una mujer puede ser fuerte, no tiene que quedarse envuelta en cómo debería verse una mujer, porque la belleza está adentro. Ser una atleta profesional implica muchas presiones: yo dejé el colegio rápido para jugar profesionalmente al tenis, tenía 17 años, tuve que entrenar muy duro... Lo cierto es que si respetás tu cuerpo y entrenás correctamente, tus resultados serán mejores al margen de todas las presiones que puedas tener y al margen de la disciplina que elijas en tu vida.
–Significó un impacto enorme. Yo tengo una discapacidad, porque tengo una lesión en el cerebro. La lesión no se ve, como alguien que le falta una pierna o un brazo, y tengo que lidiar con varias cosas: la pérdida de memoria inmediata, la pérdida de memoria inmediata, la pérdida de memoria inmediata (risas).
–¡Tenemos que grabar esto y subirlo a Youtube! Bueno, te decía, con la lesión en el cerebro, yo tengo muchas desventajas, me cuesta recordar números y fechas, y para prepararme para viajar me fatigo mucho, me altero, implica mucho trabajo para mi cabeza: mantenerme enfocada para llegar a ese evento, por eso tengo que hacer tantos deberes antes de la carrera, y cuando corro no puedo ni leer un mapa. He perdido visión periférica, de manera que si alguien levanta una bandera más arriba para marcar un sendero, y yo estoy mirando para abajo, me pierdo. De manera que siempre tengo que estar mirando todo, mirando a los otros corredores, para que ellos me ayuden a ver el camino. Y eso también me pasa un poco en la vida, aunque lo que más me gusta es confiar en mí misma. Y aunque me pierda, que me pasa todo el tiempo, está bien, porque estoy corriendo. Me encanta lo que hago, me hace sentir viva, en presente continuo.
Ese presente continuo en el que vive Diane es inquietante no sólo frente a ella, su mirada poderosa, enfocada, el silencio que genera cuando está pensando y uno se pregunta cómo y dónde busca las palabras, de dónde las saca, cómo se sumerge en ese cerebro único y misterioso que tiene. Si la ciencia asegura que sólo conoce el 10 por ciento de la actividad cerebral, nos preguntamos con ella si no le habrán sacado ese único porcentaje y ella, que desborda sentido del humor, se ríe y después se pone seria, como olvidando, u olvidando realmente, no se sabe. La capacidad de olvidar, que en ella es involuntaria, podría salvar a cualquier amante del procedimiento que en la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” borraba las huellas del amado, en esa foto borrosa que provoca la mente metiendo y sacando al otro que se pretende olvidar, pero también allí su desgracia: ¿qué sería del arte sin memoria?, ¿qué sería de los pueblos, qué sería del mundo? Diane no lo sabe, sólo conoce el cassette que se imprime en su cabeza, y tampoco puede describirlo bien, y tampoco recuerda cómo era antes. En su caso, correr pone en un acto físico lo que su mente hace con piruetas: la impulsa para adelante, a ese presente eterno que ella surfea con tendones de acero, bajo temperaturas imposibles, superando, como ella misma percibía en su infancia, a hombres y mujeres.
–Siempre fui muy resistente pero ahora mis capacidades brillan por la gratitud. Así que es un sentimiento diferente.
–Lloro al final porque siempre es un buen sentimiento. Soy humana, he fracasado, eso no significa que haya abandonado alguna vez, sino que crecí y toda experiencia hace que valga la pena tanto más la próxima carrera. Durante estos eventos extremos me encanta probarme, y me gusta cuando yo puedo tener el control sobre ellos, porque cuando tenía ataques perdía el control. Eso es lo que más me gusta de estas carreras: estamos yo y la montaña, y la montaña es mucho más grande que yo, y sin embargo está ese respeto mutuo.
–Estoy muy entusiasmada. Me encanta conocer el mundo, siendo una atleta profesional de North Face tengo estas oportunidades y tengo amigos en todos lados, ahora hay varios de ellos acá, que escalaron el Aconcagua conmigo recientemente. Para mí estar con ellos en su país es un honor. En Salta competiremos hombres y mujeres, cada uno en su categoría pero todos por lo mismo. Son 80 kilómetros, se hace en un día.
–No. Cada carrera la trato como si fuera la primera, porque una vez que estás demasiado confiada, suceden los accidentes. Cualquier cosa puede pasar en la montaña o cuando estás corriendo, y nunca sabés hasta que largás, y lo que pasa de ahí en más es misterio.
–Mmm, sos buena. Creo que esto nunca lo conté, aunque ya sabés, no puedo asegurarlo. Si ya hubiera pasado la carrera te diría que nos tomemos un vino, seguro que te convenzo de subir al Aconcagua (risas). Bueno, te voy a contar una cosa que me viene a la mente ahora, que se destaca en mi mente ahora. Fue cuando corrí el Yukon de 300 millas, 420 kilómetros, hace tres años. Es el evento más frío y extremo del mundo porque la temperatura al momento de la largada es de 50 grados bajo cero, así que moverse es la forma de mantenerse viva. Recuerdo que a las 250 millas me dolían tanto las piernas, se habían inflado, eran como el doble de mis piernas reales, me sangraban los pies del desgaste de correr y de tironear el trineo con las provisiones, tenía moretones en los brazos de los palos porque el piso estaba helado. El dolor en mis piernas era fatal. Yo recaudo fondos para un hospital en Denver, y una vez hablé con un paciente que estaba en silla de ruedas y no se podía mover ni sentir nada del cuello para abajo. Y cuando estaba en ese sendero, que todo me dolía tanto, me acordé de él y pensé “Ah, pero yo puedo sentir dolor y él no”. Entonces le di la bienvenida a ese dolor, porque me sentí agradecida de poder sentirlo. Esta es una de las imágenes que te puedo dar. Al final de ese evento me dieron ganas de contarle la fortaleza que me dio, y eso me quedó grabado en la mente, eso sí.
–Sí, no fue la más larga pero sin duda fue la más difícil.
Para los que la conocimos en este viaje, la historia de Diane dispara miles de referencias, preguntas sobre el tiempo e inquietudes sobre la vida práctica: ¿puede tomar un compromiso si después se olvida de sus cláusulas?, ¿la pulsión de correr para adelante la convierte en una especie de Forrest Gump en versión femenina? ¿Funes el memorioso es su opuesto filosófico o apenas un chiste de mal gusto? Así como en la pista tiene referencias que la ayudan a encontrar el camino, en la vida real su familia construyó un mundo lleno de señales fluorescentes, una casa llena de fotos que invitan a los recuerdos y un ritual de sentarse frente a las imágenes y repetir cada escena. Cuando se la consulta sobre un recuerdo personal tan intenso que no podría borrarse jamás, Diane habla de uno de sus hijos, quien fue soldado en Irak. “El me dijo que aprendió mucho de mí como atleta profesional, en la preparación, la disciplina, la concentración y sobre todo en el plan de juego. Esto significó mucho para mí, porque a lo mejor es eso lo que lo mantuvo con vida: estuvo enfocado, no se distrajo y su meta era volver a casa.”
–Me daba miedo. El y yo hablamos de eso antes de que se fuera. Cuando nos despedimos me dijo “no te preocupes por mí, voy a estar bien”, que es exactamente lo mismo que yo les digo a mi marido y a mis chicos cuando me voy a correr los más extremos eventos del mundo. El trató de consolarme pero es distinto cuando tu hijo se va a la guerra, así que yo le dije que él tenía una tarea, y que independientemente del precio que tuviera que pagar, es decir, matar gente, su meta tenía que ser volver a casa. Como madre, decirle eso a tu hijo, que está bien que mate a alguien antes de que lo maten a él, es bastante terrible. Lloré mucho, pero quería que mi hijo volviera a casa. Así que correr carreras fue una distracción fantástica cuando mi hijo estaba en Irak, porque yo no puedo concentrarme en dos cosas a la vez, tiene que ser una sola.
–Cuarenta y seis meses. Por suerte ya no es marino, trabaja con mi esposo en casa, así que yo puedo descansar y ellos me tienen que bancar a mí.
–Vivimos en un campo, en Colorado, cerca de las montañas. Me levanto a las 4 de la mañana, voy a trabajar: trabajar para mí es correr en las montañas. Es una tarea maravillosa pero a veces es cansadora. Entreno entre 4 y 6 horas por día, es mi pasión.
–Me gustaría cantar más, tener más tiempo para la música porque me fascina. Me encanta hablar, les abro los brazos a las oportunidades. Y quiero escribir un libro y dar un mensaje: que no hay una montaña lo suficientemente alta que no pueda afrontarse. Quiero contar mi viaje de una forma personal, pero que cualquiera pueda conectarse con mi experiencia. Mi libro se trataría de vivir la vida en el momento, que es lo único que yo puedo hacer. Y me gusta el lugar donde trabajás, entiendo el mensaje: bien por ocuparse de las mujeres.
* The North Face Endurance Challenge se corre el 7 de mayo en Salta.
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