DIEZ PREGUNTAS > A SILVIA JUROVIETZKY *
› Por Laura Rosso
–Tantos años después creo que fue la experiencia más radical de mi vida, la imagino parecida a la de los inmigrantes cuando abandonan el suelo conocido para embarcarse hacia un territorio que sueñan y temen, un lugar en donde sus saberes de origen se vuelven precarios o inútiles. Yo venía de una clase media pobre e ilustrada, y me encontré con un grupo de gente que no tenía a los libros como faro. El comienzo fue potente: nos dividíamos en las tareas de construcción, limpieza, consulta con abogados y políticos, recolección de dinero. En los ’90, como a todo el país, nos quebraron y cada una (porque por esa época muchos varones se fueron y quedaron las mujeres con sus hijos) se fue encerrando en su departamento. Con relación a mi clase de origen me era difícil –o me lo hacían– contar dónde vivía, resabios de cierta moral burguesa que me sindicaba como marginal. Tuve que vaciar mi cabeza de “con trabajo y buenas maneras todo se consigue”. Hoy sé que los lugares improductivos deberían ocuparse.
–Quizá después de tantos años de transitar pasillos ejecutivos, legislativos, judiciales, y saber que el sistema no está hecho para que la situación de los vecinos que levantamos este edificio llegue a un final feliz –cosa por demás sencilla, ya que el edificio siempre fue municipal–, haya encontrado en la poesía un modo de cerrar esta historia desde lo personal.
–Encontrar la voz para este libro de poemas fue lo que más tiempo me llevó. Se trata de una voz que toma de lo popular la copla, la sentencia, el tango, lo coloquial y por otra parte se sostiene en la mitología griega, la filosofía y la literatura que los libros y la universidad me facilitaron.
–Me asiste cierta desesperanza, se ven crecer los negocios inmobiliarios alrededor de un boom de la construcción de departamentos que son utilizados para renta. No existen créditos reales para la adquisición de vivienda que ayude a salir de la esclavitud que imponen los alquileres. No alcanza con trabajar para asegurarse el techo, sólo los que tienen familias con bienes les pueden ofrecer a sus hijos el empujón inicial para comprar. El diseño sigue manteniendo la brecha de clase.
–Yo pasé mi adolescencia en los años de dictadura, mi formación militante estuvo vinculada con la Fede. Creo que fue allí, y en las novelas de la casa de mis padres, donde aprendí que ser buena gente, ocuparme de construir un lugar mejor en la Tierra para mujeres y hombres era la tarea que iba a justificar mis días. A la hora de poner el cuerpo todo cambia, militar en el lugar donde se come y se duerme es bien distinto. Por suerte pude desarmar el andamiaje retórico y reconstruirlo a partir de esta experiencia de vida.
–Los que participamos de una clase de teoría, de análisis o de escritura en un primer momento nos desconectamos con placer de la repetición y cansancio que traemos del trabajo, de la familia, de los malos amores. Lo interesante es que rápidamente ese mundo reaparece en los cuentos, en los poemas y nos devuelve en mejor forma para pensar y sentir las relaciones entre conceptos, modos de representación y entonaciones significantes. Creo también que la pasión se enseña.
–Escribo cuando estoy sola, lo que no ocurre tan a menudo. Con el tiempo fui haciéndome horarios fijos. Escribo poesía por la mañana y ensayos por la nochecita.
–Me cuesta muchísimo decir no. Me acompaña un imperativo ético que no me permite sustraerme al deseo de la gente. Por suerte estoy más grande y aprendí, análisis y alguna enfermedad mediante, que se puede y se debe.
–Para escuchar y cuidar a mis seres queridos. Suelen decirme que soy valiente, no sé si es tan así, pero el afán de verdad suele derribar mis propios reparos.
–En principio, créditos reales para las familias que dejan más del 50 por ciento de sus ingresos en los alquileres y control sobre la especulación inmobiliaria. Esto sería sólo un comienzo; ya que Buenos Aires recibe, y seguirá haciéndolo, a gente que busca un lugar donde mejor vivir, entonces habría que ir pensando en un país con un mapa productivo mejor distribuido.
* Poeta y docente de Teoría y Análisis literario de la UBA. Publicó Un guisante bajo el colchón (2002), Panaderos (2007), Giribone 850 (Premio Poesía Fondo Nacional de las Artes, 2009). Coordina talleres literarios en el Centro Cultural Ricardo Rojas.
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