Vie 06.05.2011
las12

RESCATES

INFIERNO EN LA PRADERA

Laura Ingalls (1867-1957)

› Por Aurora Venturini

Nació en Pepin, localidad de Wisconsin. Su papá, Charles Ingalls; su mamá, Caroline, cuidaba de la familia y, a la vez, se ocupaba de trabajos de granjera.

Habitaban en la frontera de los EE.UU., siendo pioneros de la región.

Biógrafos fidedignos de la vida de la escritora llegan a la conclusión de que los relatos de su autoría repletos de buenaventuranza y cordialidad doméstica difieren en un todo de la existencia real tanto de Laura como de sus hermanos y de la pareja progenitora.

La narrativa de Laura Ingalls recala en puras y claras fabulaciones que encantan a cierto público lector y televidente, numerosísimo, porque cualquiera desearía protagonizar los personajes de esas serenas praderas descriptas.

La novelista sufrió una infancia tristísima y desamparada a cargo de una madre obligada a faenar de sol a sol; de un padre disoluto y abandónico, con tendencia a la mentira y a aprovecharse del prójimo.

Capítulo a capítulo el lector, el televidente, ha reposado en la emplumada almohada de unos cuentos suavísimos inventados por una señora de 60 años que soñó protagonizarlos y, tal vez, llegó a creerse la muchacha de pradera; pero no.

A edad más que madura, la escritora, en 1932, da a la estampa La casita del bosque, seguida por La casa de la pradera, obras en las que mueve sus títeres creados mediante hilos magníficos. Seguirían a esas telenovelas: A orillas de Plum Creeks, en 1937; A orillas del lago Silver, en 1939. Apreciamos durante las versiones mencionadas, las migraciones pintorescas de los campesinos al Oeste.

La temática agreste y familiar inventada por Laura se prodigará tumultuosamente por los años 40 con El largo invierno, El pueblo de la pradera, Aquellos felices años dorados y algunas notas con motivaciones campestres.

En Los felices años dorados hace referencia a episodios vividos en su infancia, época de magisterio y matrimonio junto a Wilder a quien dedicará otro libro titulado Chico granjero. Sus producciones de últimos tiempos: Camino de casa y Al oeste de casa, descripciones de pasajes desde Dakota del sur a Mansfields, y Cartas a Wilder.

El escritor Roger Lea McBride dio a publicidad dos libros: La casa de Rocky Ridge, en 1993, y Pequeña granja en Ozarks, en 1994. Este autor ganó el premio Laura Ingalls Wilder, en 1954. La versión completa de la historia televisada en España resultó aclamada y el nombre de McBride se hizo famoso.

Contrariamente al formal sedentarismo de los Ingalls, creados por la imaginación de Laura, los reales son mutantes. Cambiaban de lugar y domicilio casi todos los años, llegando a vivir en Missouri, Kansas, Minnesota, Iowa, Wisconsin y Walnut Grove.

Cuando durante uno de los vagabundajes los alcanzaba la noche o las lluvias, acampaban a la intemperie, bajo aleros improvisados.

Charles, el pater familiae, había capitaneado una avanzada fuera de la ley a la reserva india de Osage. En sus años juveniles, huyó de la guerra civil norteamericana contratando a otro civil para que lo reemplazara y fue dirigente del movimiento que exigió al Estado que pagase 200 dólares a quien consiguiera un voluntario más por sobre el cupo solicitado y reglamentario; enroló a dos hermanos suyos y cobró 400 dólares...

La hija de Laura, Rose, escribió en su diario: “Ni a mamá, ni a papá, ni a los abuelos les gustó nunca trabajar. ¿Por qué debería gustarme a mí? Mi abuela y mi madre siempre tuvieron zumbando a sus maridos y odiaron todo lo que tuviera que ver con el sexo y ahora quieren que me case. Pero ninguna chica verdaderamente pobre –y nosotros sí que fuimos– que haya ido al colegio con ropa emparchada y libros usados puede evitar saber que los seres humanos son unas bestias. Y aunque después se tenga dinero, uno siempre se siente dejada de lado. Mi madre me hizo tan miserable cuando era chica que nunca pude reponerme. Nunca hizo nada por hacerme feliz, y mi infancia fue una pesadilla. Soy un manojo de nervios. No debería dejar que me siguiera torturando. Y mucho menos debería editar sus libros. Pero no puedo evitarlo”.

Pobrecita... Nos demuestra que no todo lo que brilla es oro.

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