VISTO Y LEíDO
Se editó en España una colección de poemas escritos por prostitutas chinas desde el siglo V hasta la actualidad. Se trata de un género literario o de amor cortés. La poesía como señuelo, contraseña u obligación aparece en estos textos lanzando gritos entre líneas.
› Por Alejandra Varela
Puede parecer un juego inocente que una mujer desee ser como la luna, pero cuando esa mujer le pide al paisaje que contempla que le otorgue una fuerza sobrenatural, se presiente el encierro. Las poetas chinas hacen de la descripción un símbolo y de su espera un estado de claustrofobia. Repiten obstinadamente el cliché de la heroína que aguarda el regreso de su amado, pero tal vez se trate de un personaje creado en el papel para distraer al enemigo. A la escritura siempre se le pide que actúe como una forma de resistencia, pero también puede calzarse como disfraz.
Hay cierta levedad en la manera en que detallan su atuendo, la forma de ser miradas. El agua parece marcar el destino. Entonces es fácil imaginar que se han resignado, que entienden que en la China del siglo V todas las bifurcaciones atrapan a las mujeres pobres en una línea que parece recta y las clava en una historia repetida hasta el siglo XXI. Habrá que dejarse llevar por el mar que siempre aleja al hombre amado o habrá que gritar y partir.
En la Antología de poetas prostitutas chinas que presenta la editorial Visor de España, pocas veces se alza la voz. Los poemas son el testimonio de una sociedad sometida que se expresa en símbolos dentro de una cultura donde la poesía es el requisito esencial para variados oficios. Desde finales del siglo VII se le exigía a cualquier aspirante a funcionario público que presentara un poema junto con sus dotes y virtudes. Saber versificar era un requisito excluyente para llegar al gobierno o solicitar un empleo. En una sociedad que amaba las imágenes y la sonoridad de las palabras, era imposible que los versos no se mezclaran en las prácticas sexuales.
Wu Shuji fue abusada por un joven rico y encarcelada por conducta inmoral pero logró la libertad al decir: “Ojos de ebriedad abiertos / Abiertos ojos somnolientos”. Trastrocar el veredicto de un jurado, que pasó de considerarla un objeto de tentación y conductas impropias a entenderla como una víctima gracias a su destreza poética parece una fantasía de novela rosa, pero en esta historia es el detalle de una compleja realidad donde la crudeza de estas biografías se cruza con las sensibilidades que despierta la palabra. Hay algo del orden de lo simbólico que tiñe a la sociedad china de un entramado poético. Su arte recurre a un altísimo nivel de codificación, muchas veces con escasos significados para el espectador occidental. La palabra siempre es menos inocente de lo que una mirada apresurada roza en la superficie.
La infelicidad es la esfera en la que se encuentran atrapadas. Lu Huinu es una de las pocas que se permiten ser explícitas al denunciar que fue vendida por sus padres. El sonido del laúd, instrumento con el que solían acompañar sus interpretaciones poéticas, es siempre la música del llanto.
Las matronas de los burdeles procuraban instruir a las jóvenes prostitutas en la poesía, el canto y el baile para atraer a clientes exquisitos. Los prostíbulos públicos fueron ideados desde las sucesivas dinastías que llegaron al poder en China a partir del siglo VII a de C. Los hombres estaban obligados a viajar y a permanecer por largos días lejos de sus esposas. El mismo reino se ocupaba de brindarles consuelo. La prostitución se había convertido en parte del diseño del Estado.
La estrategia para liberarse de su destino no se descubre tanto en la rebelión como en la astucia. En este catálogo de autoras se despliegan los trofeos de la participación en variadas antologías, la amistad y el reconocimiento de célebres poetas y la independencia que a veces las transformaba en sacerdotisas taoístas, o en recluidas escritoras que establecían diálogos con las peonías .
El prestigio como poetas y la belleza de su canto podían permitirles alcanzar el grado de concubinas. Pero si el amo de la casa partía, nunca faltaba alguna esposa que las desterrara al camino. “Me he esforzado por levantarme / con mi cuerpo endeble”, suspira Liu Rushi. “A la puerta veo sauces / pegados unos a otros.” La descripción del entorno sirve para despersonalizar la situación, para evitar el conflicto, como si todo obedeciera a los ciclos naturales de un paisaje que parece ser la única compañía.
La percepción del afuera está signada por el ánimo de la autora. Aquello que en apariencia es mera objetividad de colores y formas, se revela como protesta. Son mujeres a la intemperie pero su quietud delata la clausura.
Impenetrable, como esos dibujos que son las letras chinas al costado de la página que escoltan la traducción en español, parece el alma de estas poetas, en apariencia sumisas a esa centralidad del mundo masculino que las obliga a practicar el amor cortés. Los textos atraviesan varios siglos pero todos tienen una uniformidad que implica un aprendizaje en los modos de convertir el poema en una forma decorativa, casi igual al peinado y los vestidos, al comportamiento armonioso de la geisha al colocarse en la escena.
Al ser la escritura una práctica tan generalizada, se vuelve menos peligrosa. Durante la Edad Media, en Occidente, el mundo de las letras estaba reducido a un minúsculo grupo de hombres. En China sorprende la masividad de la escritura. Es claro que las institutrices de burdel hacían un trabajo ideológico. Educar a las jóvenes empobrecidas, aquellas que habían quedado huérfanas o que habían sido vendidas para emparchar la pobreza de sus familias, tenía como condición indispensable la domesticación. Pero la fisura se produce cuando se presiente una interioridad en la manifestación de esa soledad. El paisaje funciona como un plan de evasión porque su poesía no es tan autorreferencial como la occidental. La anécdota no es un recurso estructurante, es el anzuelo tranquilizador de quien se refugia en ciertos lugares comunes para no ver el peligro que estalla al momento de describir a una pareja de gansos silvestres.
Un movimiento pendular refleja la sonoridad de Liu Rushi cuando confiesa: “Ahora entiendo que ha sido mi ardiente pasión / el motivo de todos mis sufrimientos / ¿Para qué buscarlo en otro sitio?”. La voz que se inculpa recibe como respuesta el canto de Xue Tao: “Señores generales, / no miréis con codicia / riquezas de estos pueblos. / Mirad, pues, desde lo alto de la torre, / lo que está más lejos”. Un grito político como una tenaza que rescata a la protagonista de su introspección y la ubica en el centro de un escenario que de a poco deja de ser borroso.
Guijian Chen se adivina como un maestro de ceremonias que invoca a los lectores a recorrer el texto sin prejuicios. “Puede haber gente que se escandalice ante el título de este libro y pregunte: ‘¿Será un error de imprenta? ¿Será un cuento chino?’” Se preocupa por aclarar en el prólogo que la práctica poética asociada al oficio más antiguo del mundo no es una curiosidad en China sino un microgénero conformado por doscientas autoras. ¿Una gota de agua en el mar de las diez mil poetas identificadas a lo largo de la historia china? Puede ser, pero no se trata de una discusión cuantitativa. Si durante la dinastía Tang (618-907), considerada la edad de oro de la poesía, las tres principales autoras, Ly Ye, Xue Tao y Yu Xuanji fueron prostitutas, se descubre un nivel de influencia que las saca de la marginalidad intelectual que se sospecha al enfrentarse con la tapa del libro.
Se narra la travesía de un cuerpo de poemas que fueron negados durante siglos. Si se conquistaba su lectura era al costo de borrar el nombre de las autoras. “Prostituta de la ciudad X” era la firma que rubricaba los textos. Recuperar los nombres, las individualidades y los recorridos complejos de vidas que fueron mucho más que la linealidad de un rótulo era una operación política que Chen debió tomarse más en serio.
La apertura institucional que le permitió a la sociedad china reencontrarse con esta parte de su pasado y darla a conocer al mundo hispano merecía el trabajo de develar el modo en que el poder actúa en la asignación de las palabras.
Al elegir un título como Antología de poetas prostitutas chinas, Chen tritura la biografía de esta veintena de autoras que no logran eludir la tragedia. ¤
Antología de poetas prostitutas chinas (siglo V siglo XXI) Guojian Chen Colección Visor de Poesía.
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