Vie 27.05.2011
las12

PERFILES

La estrellada

Susana Giménez

› Por Flor Monfort

Hordas de pobres la estaban llamando. Querían invitarla a salir, llevarla a dar un paseo por la Costanera, deleitarse con sus cuentos sobre los rodajes con Olmedo, Porcel y con su “shock”, cuando se anoticiaron de que no: la diva sacudiría muy fuerte la cabeza para declinar el convite. A la pregunta de la filosa Karina Jelinek, en ese juego de invertir los roles en el living de la dama de los teléfonos, Susana Giménez dijo “Jamás saldría con un pobre”. Hombres desilusionados, vuelvan a la rutina de discar hasta quedarse sin dedo para comunicarse con ella pero por un juego, porque por amor ya está todo dicho: “ni siquiera con uno de clase media”, juró, harta de que le metan el perro los corchos y las ramas.

Desde que retomó el aire, los televidentes de todo el país acudimos a un stretching de lengua de la estrella platinada. A la reflexión de los pobres a los que va a esquivar como sea, podríamos deducir que para ella “un pobre” es igual a “un Roviralta”, ese piola ladri del polo que le sacó 10 millones de dólares de un plumazo de divorcio y que “ni la propina del cine podía pagar”. Pero no. Susana tiene bien claro quiénes son los pobres: pobres son los que se drogan, los que matan por falopeados, los que disparan por un celular, los que hacen piquetes. Queriendo ampliar las fronteras de su pensamiento sobre la inseguridad que nos baja a un bueno todos los días, Su dijo mucho más que “el que mata tiene que morir” que proclamó hace dos años, cuando asesinaron a su florista, Gustavo Damián. Consternada por tanto caos social, Susana pidió seguridad y represión. Pero sin confundirse: a la dictadura hay que dejarla atrás, dejarla ir en el río del olvido, “como hacen con Hitler en Alemania” según ella, y al presente hay que decirle “hola, hagamos lo que en Nueva York”. Y ahí recomienda Susana, en una comparación tan afortunada como pertinente: “Allá Giuliani terminó con la droga. Antes estaban todos los negros drogadictos tirados en la calle, te agredían, todos borrachos” le gritó a Tenembaum en radio Mitre, recreando una escena que vivió con Darín en la Gran Manzana.

No, no es la revista Barcelona. Es ella.

Se había quedado calenchu Susana porque no pudo con la rapidez de Flor de la V, que emocionada por su nuevo DNI, el matrimonio igualitario y el debate que plantea la ley de identidad de género, subrayó en su programa el rol del Gobierno y las políticas públicas para mejorar la calidad de vida del colectivo lgbt. “Sí, pero son una minoría. La gente nos quejamos por cosas más macro” le dijo SG a la actriz, que siguió hablando encima de ella, en un acto de destreza único. Lo “macro”, para Susana es el “laburante que no puede guardar el auto en el garaje”. Esos son problemas, no la pavada de la violencia de género.

Es que un par de semanas antes de la visita de Flor, Susana confesó en su show que ella cacheteaba a sus parejas, “yo era mucho de la percha” le dijo a una Victoria Vanucci con la mandíbula por el piso. El tema no salió de la nada: Susana le preguntó, tan llena de gracia como de ganas de saber lo que Doña Rosa quiere saber, qué le había hecho a su ex, el jugador de fútbol Cristian Fabbiani, para que él le pegara (y ella lo denunciara penalmente por lesiones). Es que Fabbiani estuvo sentado ahí, en el mismo sillón donde ahora Vanucci la desafiaba, y le pareció tan buenito y humilde, tan amante de los ravioles de la vieja, que cómo podía ser que le hubiera levantado la mano. ¿No estaría confundida Victoria? Y ahí aportó lo de la percha: un chirlito no es violencia, nena, aprendé de esta dinosauria viva, la misma que en 2005 se le animó a un hombre trans a preguntarle qué había sentido cuando le cortaron los testículos. “Es al revés, a mí me implantaron testículos, no me los saqué” le explicó él. “Ahhhhhh”, dijo ella con todos sus gestos de lamento, tan simpática, tan lavada por las flores de la ingenuidad y por la luz inmaculada de un estudio especialmente equipado para embellecerla, alargarla, afinarla, borrarle las arrugas y los rollos.

Falta un Gasalla caracterizado como la abuela para confrontarla con el espejo que no quiere ver y que la refleja cada vez más deforme.

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