DERECHOS
Mientras se suceden las interpretaciones, acusaciones y reinterpretaciones sobre el parto domiciliario a raíz de la muerte del bebé de Juana Viale, acaba de terminar la Semana Mundial del Parto Respetado con un fuerte reclamo para que se reglamente la ley que fue votada hace siete años y que podría borrar las diferencias de clase a la hora de decidir dónde, cómo y con quién las mujeres quieren parir.
› Por Roxana Sandá
Así como es una mujer quien “lleva adelante” un embarazo, monitoreada por una serie de profesionales de la medicina, también una mujer puede llevar a buen término ese embarazo y vivir un parto, junto a quienes ella elija, en el ámbito en que más tranquila y protegida se sienta, monitoreada por los profesionales que citamos al principio. No es esta una expresión de deseos, un manifiesto ni una idea expresada desde una remota aldea hippie. Más aún, en la Argentina existe una ley, la 25.929, que comprende y ampara estas necesidades. Sin embargo pasaron siete años desde su sanción, todavía no fue reglamentada y es un capítulo a esclarecer si cuenta o no con partida presupuestaria asignada.
En cada punto cardinal, hechos lamentables de violencia obstétrica van llenando ese vacío normativo y a nadie se le escapa que la consigna “Por el derecho a parir y nacer donde quieras, como quieras y con quien quieras” es la síntesis más elocuente de las urgencias expuestas en la última edición de la Semana Mundial del Parto Respetado, que se prolongó durante estos días con mesas de debate político y la presentación en la Legislatura porteña de un petitorio firmado por la Red Argentina por la Humanización del Parto y Nacimiento (Rearhupan), para que se reglamente la ley.
No es sencillo por estas horas abrir estrategias comunicacionales o militancias sinceras que acerquen a la opinión pública teorías fundamentadas sobre la humanización del parto, cuando su versión domiciliaria es cuestionada con un nivel de dureza inusitado, desde la pérdida del embarazo de Juana Viale por fallecimiento intrauterino fetal.
Llama poderosamente la atención el modo en que algunos medios cargaron las tintas sobre la conveniencia o no de intentar un parto en casa, al punto de arrojar dudas sobre las decisiones privadas y la (falta de) responsabilidad de Viale y su esposo, el actor Gonzalo Valenzuela. Las presiones resultaron tan insoportables que el propio Valenzuela se vio obligado a dar cuenta de sus actos privados en una carta pública. “Si bien se cometieron errores, quisiera saber quién tiene el poder de juzgar, cuando el error es un derecho de todos. ¿Quién no ha cometido un error? Y recuperarse de ellos es un trabajo personal e íntimo.”
Desconciertan las reacciones incendiarias en cadena de algunos popes de la obstetricia vernácula, quienes aprovechando la tribuna mediática que se construyó alrededor del “caso Viale” condenaron el método del parto domiciliario. Por caso, en la última edición de la revista Noticias, el médico Juan Carlos Nassif, vicepresidente de la Sociedad de Ginecología y Obstetricia (Sogiba), sentenció que “los partos deberían ser todos institucionalizados, porque dan mucha más seguridad a la madre y al bebé. El tiempo que hay entre un síntoma de complicaciones y el riesgo de que la criatura muera es muy corto”. Fueron contados con los dedos de la mano los especialistas que trataron el tema con prudencia y sin posturas fundamentalistas, como el ginecólogo y obstetra Mario Sebastiani, que en diferentes entrevistas radiales prefirió hablar de “muerte inexplicable fetal al término de la gestación. Se llama así porque, cuando se suele estudiar a estos bebés, en términos generales no padecen ninguna malformación grave. Ocurre en el 60 o 70 por ciento de los casos. Es uno de los misterios de la obstetricia y es muy difícil de prever. El riesgo de muerte fetal es de uno cada 450 o 500 casos, incluso cuando todo está bien”.
La teoría de los dos demonios es un ejercicio cultural de vieja raigambre en esta sociedad. Es la baba en la punta de la lengua de aquellos que ven amenazadas sus parcelas ideológicas o económicas. Vale la pena preguntarse en qué intereses rozan algunas prácticas médicas domiciliarias a los monopolios institucionales del nacimiento en el país. A las organizaciones que bregan por el respeto obstétrico no se les escapa que la reglamentación de la ley 25.929 sería un freno para el negocio de las prácticas médicas invasivas y posibilitaría el acceso a la información sobre las intervenciones más convenientes para cada embarazo.
Humanizar desde el origen
Según la normativa, toda mujer tiene derecho a ser tratada con respeto y que se garantice su intimidad; a ser considerada como una persona sana, protagonista de su propio parto; al parto natural, respetuoso de los tiempos biológicos y psicológicos, evitando prácticas invasivas; a ser informada sobre la evolución de su parto; a estar acompañada por una persona de su confianza y elección; a tener a su lado a su hija o hijo durante la permanencia en el establecimiento sanitario, y a ser informada, desde el embarazo, sobre los beneficios de la lactancia materna y recibir apoyo para amamantar.
“Cómo está pariendo una sociedad no hace más que mostrar también cómo esa cultura come, hace el amor o muere, y lo que se ve es que lo hace artificialmente. No podemos esperar entonces que el nacimiento sea tan diferente”, advierte la psicóloga y sexóloga Viviana Tobi, fundadora del centro interdisciplinario Tobi Natal, una de las organizaciones de Reahurpan que se dedica desde 1975 a prevenir y promover la salud corporal y psicológica de la mujer a partir del embarazo, el parto y el puerperio. “Sólo modificando la manera de parir podemos ayudar a modificar la manera de vivir, por eso debemos transformar el nacimiento en un momento de aprendizaje y crecimiento personal.”
Los obstáculos que hoy pulverizan el derecho a decidir sobre el propio cuerpo son, en gran medida, las intervenciones que rigen en el modelo médico imperante de conducción del parto, atravesadas por rutinas habituales de enemas, rasurados vulvares, inducciones imperiosas, internaciones prematuras, goteos intravenosos de oxitocina para acelerar las contracciones, anestesia peridural no solicitada, posición acostada con las piernas colgadas para parir, el corte precoz del cordón umbilical, la episiotomía sistemática. Se estima que éstas ascienden a un 80 por ciento, mientras que entre el 50 y el 70 por ciento de los partos en clínicas privadas se realizan por cesárea.
“Los partos humanizados son la otra cara de esta situación”, defendió Tobi. “Las mujeres reciben a sus bebés no bien nacen, los ponen en el pecho y son sus parejas las encargadas de cortar el cordón umbilical en forma tardía, por lo que no se obliga a la criatura a respirar en forma inmediata y brusca”, pero cuyos costos son prohibitivos para las franjas más empobrecidas. “Por eso es fundamental reglamentar la norma vigente, porque establece una política de equidad obstétrica para todas. Estamos olvidando que el 76 por ciento de la población se atiende en el sistema público de salud. Pero también son muchas las mujeres con buen acceso económico que ignoran sus derechos durante embarazo y parto, y no saben qué exigir a los obstetras. La transformación no sólo pasa por la economía: es necesario que la gente se informe y que esa información circule.”
Es del Ministerio de Salud de donde debería salir el decreto reglamentario, “pero me pregunto si habrá intereses muy complejos para que tenga una demora de siete años”, dice la obstetra Claudia Alonso, asesora médica de la organización Dando a Luz, que junto con la Asociación de Puericultoras Universitarias abrió esta semana el debate sobre “El parto respetado como política pública de salud”, en la Casa del Bicentenario. “Es lamentable que esa perspectiva no termine de cuajar entre los profesionales de la salud, creo que por la ausencia de una mirada de género desde lo institucional y por una cuestión de estructura mental.”
¿Tiene que ver con proponerse un cambio de paradigma?
–El parto no se reduce a las intervenciones que se le hacen a la mujer para que nazca el bebé, sino que es un hecho fisiológico, y la tendencia médica es tratar a la embarazada como si fuera una paciente. Conservan una estructura patriarcal donde prevalecen actitudes autoritarias que priorizan el rol de la mujer-reproductora de la especie. O peor aún, objeto de la medicina sobre el cual otros aprenden de ese cuerpo.
¿Esto también involucra a las nuevas camadas médicas?
–Sí, porque la medicina sigue reproduciendo estructuras arcaicas, que no contemplan a la mujer como sujeto de derecho. Y las camadas jóvenes de la salud se albergan dentro de ese paradigma, que a su vez les da seguridad. No son muchos los que están dispuestos a atravesar la transición y el caos que significa pasar del paradigma tecnológico a uno más integrador, de parto humanizado.
¿Por qué sigue aumentando el número de cesáreas?
–Porque es una manera de mercantilizar el cuerpo de la mujer a través de la salud. La otra es la prostitución. Y es un mito que las embarazadas eligen tener a sus hijos por cesárea: una mujer informada opta por el parto normal, mientras que otra a la que se le trastrueca información, termina pensando que la cesárea es lo mejor que pudo pasarle para salvar su vida.
Algunos hospitales del conurbano bonaerense, como la Maternidad de Tigre o el Hospital Erill de Escobar, que atiende unos 3000 nacimientos al año, no esperaron la reglamentación de la ley para asistir de manera respetuosa a los trabajos de parto de las mujeres. El dato no es menor, porque demuestra que es posible cambiar las palabras, la nomenclatura y la actitud médica más allá de los cuerpos legales.
“¿Cómo pude ser tan omnipotente de pensar que la naturaleza me necesitaba a mí para perpetuar la especie? Ahora veo parir a una mujer, veo nacer un bebé y me emociono y me conmuevo diariamente. Veo formarse una familia y no ‘hago’ un parto”, concluye Miryan Viceconte, una de las médicas obstétricas del Erill, que cada día elige el respeto como punto de partida. “No intervengan, acompañen, contengan, permitan que la mujer vuelva a ser dueña de sus partos. Manténganse a su lado y no adelante; mírenle los ojos y no su periné. Escuchen lo que tiene para decir y no un monitor. Y, por favor, ¡no corran para llevarse un bebé que no es de ustedes!”
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