DIEZ PREGUNTAS A MARIA FUX
› Por Clarisa Ercolano
–Es un modo de mirar el mundo y también una terapia, aunque no soy psicóloga ni psicoterapeuta, solamente a través del movimiento voy encontrando el lenguaje, no solo para comunicarnos personalmente sino para poder transferir lo que soy a los otros. Es entregar mi experiencia a la gente que la hace propia y al tomarla como propia tiene posibilidades de comunicarse con ese cuerpo que dice no, yo no puedo.
–Lo atlético de la danza, el tema de que hay que ser casi un deportista, blando y flaco es historia vieja, danzar es algo natural y primigenio. Danzar, moverse, expresarse viene con cada uno de nosotros. A una niña de tres años nadie le enseña, sin embargo baila sola. Estoy lejos de la idea de danza tomada como técnica o como algo artístico, la vida es el movimiento, tratar de expresar con lo que tenemos, de contar con diferentes etapas que recorremos la posibilidad de expresarnos. Yo abro las puertas...
–No pregunto nada, ni de dónde vienen ni qué hacen. Quienes llegan ven un grupo que se mueve y el interés de lo que pasa hace que se acerquen y que traten de hacer. Lo visual llama, yo doy la posibilidad a todos. Por ejemplo, estoy en el suelo y el suelo es un amigo que tengo y me contiene porque me da entidad, yo me muevo y no se mueve, yo toco en el suelo con la música los límites donde me puedo estirar y también sé que si me estiro de más algo se va a romper. Mi cuerpo es como un elástico, voy a intentar comprender qué hay en el elástico... La música estira y afloja el cuerpo, eso es un comienzo.
–Es que es una mirada de la vida. Considero que siempre hay algo recuperable, que algo se puede hacer para mejorar lo que tenemos. Siempre hay una parte más dolorida, pero yo arranco por la menos dolorida a pedir ayuda y eso da, nada más ni nada menos, que la confianza en uno mismo. No solo en lo que pueda hacer sino en lo que sucede. Todo se puede. Lo mío es despertar el cuerpo dormido.
–Porque no lo usan, lo dejan de lado...
–Sí, claro, pero no es solo lo que se ve o lo que querés que se vea; la verdad es otra. La verdad cada uno la tiene en relación con lo que hace y da. Yo comparto lo que tengo, paso mi movimiento a otro.
–Desde el teatro, mirando, a través de un lenguaje con un tiempo grande en mi vida que me permitió saber que lo que hacía en el escenario era transferible en clases y eso fue creando un método, lo fui creando.
–¡Era muy chiquita! Desde que supe el camino, a los diecinueve años, así fue hasta el año pasado, en que me despedí de mi carrera de solista.
–La búsqueda. Es un motor que impulsa que esas personas puedan decir quiénes son danzando. Ya no estoy con el cuerpo en el escenario pero sí con mi coreografía. No es fácil pero pienso que pude reconocer etapas diferentes...
–La gente me dice todo en la forma en que me abraza luego de la clase. Hablo poco... aunque te parezca lo contrario ahora. Al principio las mujeres vienen con miedo, yo las estimulo, todo se va dando. La gente teme al tiempo, a los años, al cambio del cuerpo. Yo también tengo miedo, pero trato todas las mañanas de pelearle, yendo a estudiar con María (se ríe) a ver dónde están mis límites y sostener mi vida. A los miedos hay que ir a buscarlos, cerrar los ojos y ver en qué lugar del cuerpo están, la gente se toca, se da cuenta. Luego cambia la música y los sacamos a fuera. Es un lenguaje.
* Con el rodete infaltable de toda bailarina, a los 89 años María Fux mueve su cuerpo con una gracia envidiable recorriendo su casa-estudio ubicada en el centro de Buenos Aires. Desde el momento en que se paró por primera vez en puntas, miró al mundo de otro modo. Después quiso decirle al resto que el cuerpo habla y que, por supuesto, contesta. Y creó la danzaterapia, un método multipropósito que la hizo conocida en todo el globo. Trabaja con personas con capacidades diferentes y sigue diseñando sus propias coreografías.
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