En su tercera edición, el festival Jazz al Fin, en Ushuaia, dedicó un ciclo a la mujer, con charlas, debates, films de género y un line up destacable que contó, entre otras, con Ana Prada y Carmen Baliero.
› Por Por Guadalupe Treibel
De las ceremonias y costumbres de la tribu selk’nam, en Tierra del Fuego, el hain –rito de iniciación donde, espíritus mediante, los adolescentes recibían las claves para regir el orden social– era de los más simbólicos. Claro que los espíritus no eran tales; eran hombres con máscara, trasmutados para asustar a las féminas del clan y preservar el patriarcado. El disfraz, como el rito, eran “el secreto” de los onas; mentira inaugural que jamás debía ser develada. En su estudio y publicación Los selk’nam, la etnóloga Anne Chapman develó –sin embargo– el secreto detrás del secreto: las mujeres fingían el susto; sabían que esos temibles seres no venían ni del cielo ni del inframundo. Eran maridos y hermanos disfrazados y ellas sencillamente les seguían el juego...
En el mismo marco (blanca y radiante va Ushuaia), años más tarde, las mujeres volvieran a disparar un punto de fuga. Y el secreto fue cantado a cuatro voces porque desde el jazz –ese mundillo tan característicamente masculino–, el festival Jazz al Fin dedicó su tercera edición al género femenino, donde un atractivo line up se vio acompañado de fundamentales aditamentos (charlas, debates, films). “No sé si se parece a un festival de jazz”, dudó su creadora Sandra Ruiz Díaz en cena inaugural. “Si no entra en ninguna categoría, definitivamente es un festival de jazz”, respondió, en la humorada, el pianista Adrián Iaies. “Y uno bueno”, agregó alguien mientras, de fondo, la banda seguía tocando... standars con gustito a Ella Fitzgerald.
En tres días –del 23 de mayo al patriótico 25–, la ciudad más austral del mundo (con cerca de 60 mil habitantes y un exagerado número de... heladerías en su centro turístico), cerró la primera entrega con el ecléctico repertorio de Roxana Amed y Adrián Iaies (en piano) que, presentando su “Cinemateca Finlandesa”, hizo un inspirado derroteo de apropiación: versiones personalísimas de “Zamba del laurel”, de Cuchi Leguizamón; “Rasguña las piedras”, de Charly García, o “Cuando tú no estás”, de Gardel y Lattes. ¿La voz de Amed? Entre el susurro y el terciopelo.
Previo a la dupla imbatible, la violinista suiza Sophie Lüssi –en plan trío de cuerdas– había dado luz verde al entusiasmo con su rabioso jazz gitano, en franco y brillante tributo a Django Reinhardt, Stéphane Grappelli y el Hot Club de París. Con residencia en Argentina desde hace 9 años, la artista explicó a Las12 sobre el género que predica... “Cuando una toca jazz con el violín, en algún momento lo escuchás o tocás porque el instrumento es propio del estilo. En otros, en cambio, es la cosa rara”.
La noche del martes tocó el número (¿los números?) de Carmen Baliero y un set impensable (como cualquier buena sorpresa que se jacte de tal): la inédita musicalización del bello, numérico y autobiográfico poema “Las centésimas del alma”, de Violeta Parra, trescientas hipnóticas décimas que hablan de amor, de política, de filosofía, de humor, de sí mismas. “Hay algo contradictorio en admirar algo e intervenirlo, pero –en este caso– había algo de la musicalidad implícita del texto y la voz que recita en la que necesitaba intervenir”, contó Baliero.
Con sólo voz y piano, e influenciada por las Anticuecas y El Gavilán de la chilena, Baliero eligió jugar con el límite ilimitado y despojar la melodía de artificios. “Me gusta trabajar con poco; no hacer un supermercado de efectos o timbres”, explicó sobre el resultado, que grabaría este año. “Tenía que ser crudo para no distraer el devenir numérico. Si la música cambiara constantemente, modificaría la intención, que tiene algo de obsesivo y, en algún punto, automático, matemático. Hay algo de recuperación aditiva que se contradice con las imágenes y sus disparadores emocionales”, agregó la artista.
Finalmente (siguiendo el recuento festivalero), el cierre del miércoles estuvo a cargo de las uruguayas Ana Prada y Lea Ben Sasson que –con temas propios y compartidos– energizaron los atentos butacones a puro pop folk de inspiración oriental, paseándose por la zamba o la chamarrita con simpatía y gracia. “Somos como las Azúcar Moreno, pero venidas a menos”, jugueteó Prada, previo a ponerle esa dulzura de voz al tema “El vestido”. Más tarde, invocó un “en Jazz al Fin, somos el fin del jazz” y largó “Soy pecadora”.
Pero la cereza del postre musical fue –sin duda– una seguidilla de charlas que, a la hora del té y bajo el tópico “La mujer y el trabajo”, llevaron al fin del mundo el principio de la transformación, de la mano de muchachas de armas (sociales) tomar. Una de las organizaciones que expusieron su caso –emotivo, justo y reivindicador– fue Yo no Fui, asociación civil y cultural sin fines de lucro que trabaja en proyectos artísticos y productivos con mujeres privadas de su libertad –en el penal de Ezeiza, en honor a la exactitud–. Y lo continúa rejas para afuera, con 10 talleres, más de 70 personas y un equipo de 20 que capacita en serigrafía, fotografía, telar, escritura, encuadernación, por mencionar algunas actividades. “Empezamos a hacer foco en los oficios y ahora estamos armando nuestra primera cooperativa textil; es un proceso de aprendizaje”, explicó María Medrano –quien diera el puntapié inicial de la organización en 2004 con talleres de poesía–.
Con la idea de visibilizar una problemática (la necesidad de ofrecer herramientas para la reinserción poscárcel y de dignificar el durante y el después), las chicas que hicieran –con absoluta libertad creativa– el arte de tapa del último disco de la banda rock Las Pastillas del Abuelo y estuvieran a cargo del videoclip de su tema “Tantas escaleras”, no buscan el choque sino la oportunidad. “Porque con una oportunidad se puede construir”, definió Ramona Leiva, caso testigo de la organización. “No tenemos que reinsertarnos en la sociedad. Somos la sociedad –dijo, emocionada–. Al fin y al cabo, por estar privadas de la libertad, no dejamos de ser mujeres.”
Siguiendo el tríptico, llegó el turno de Mundo Alameda, marca de indumentaria surgida como consecuencia natural de la Asamblea Popular 20 de Diciembre, de Parque Avellaneda, que –a su vez– dio origen a la Cooperativa de Trabajo 20 de Diciembre y sus brazos gremiales, productivos e investigativos/jurídicos. La firma lucha contra el trabajo esclavo, donde el 80 por ciento son mujeres, según datos que sus representantes ofrecieron en Jazz al Fin. Habiendo denunciado a más de 130 marcas (entre ellas, Mimo, Nakar, Rusty, Portsaid y Cheeky), la agrupación funciona con maquinaria expropiada a talleristas esclavistas “¿Cómo los detectamos? Son locales con persianas bajas durante la semana y cartel de alarma”, ofreció Gustavo Vera, líder de una fundación que aspira llegar a Ushuaia y está preparando –junto a una cooperativa tailandesa– una marca de indumentaria global, con prendas que no lleven el sello de la explotación. Finalmente, tarde pero seguro, le tocó el turno a dos albañilas (así, en femenino), parte de un grupo que aglutina a 10 cooperativas que funcionan en Río Colorado, Río Negro, integradas por 159 mujeres ¡y un varón! En una emotiva exposición, Griselda Sanhueza, coordinadora del área de Cooperativas y Vivienda de la Municipalidad de Río Colorado, y María Fernanda Binsou, presidenta de la Cooperativa Mujeres Trabajadoras en Lucha contaron cómo las marcó el proyecto. “Ahora hablamos con más fuerza”.
De las propuestas de tarde, la proyección de fílmico estuvo a cargo de Mujeres en Foco, el festival internacional de cine por la equidad de género que, con dos ediciones en su haber, aceptó invitación para viajar a tierras australes y pasar largos y cortos donde la mujer fuera protagonista. “Por el contexto jazzístico, quisimos hacer un recorte musical y mostrar Esta cajita que toco tiene boca y sabe hablar, de Lorena García, y Tambores de agua, un encuentro ancestral, de Clarisa Duque; claro que –luego– ampliamos a violencia y prácticas culturales”, explicó a Las12 –sobre la selección– Valeria Durán, del área de Programación. Así, a las historias de copleras norteñas –que exorcizan el deseo con canto, lírica picaresca, tambores, chicha y tierra– y el relato sobre las raíces africanas en las manifestaciones musiqueras venezolanas, se sumaron otras inspiradas producciones...
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