PERFILES
› Por Flor Monfort
Ella está acostumbrada a la competencia: en quinto año la eligieron para ser Head Captain del Northlands, el que fuera su colegio secundario, hoy bañado de todas las cucardas que Máxima Zorreguieta le invistió con su devenir royal. Pero Máxima no logró ser Head Captain, una especie de líder de todas las líderes que llega al final de la escolaridad con tantas copas, oros y horas de estudio que la institución decide premiarla para que guíe al resto por el arduo camino de la excelencia. El título la llevó a ser la coreógrafa de las más juniors (para seguir hablando con british swing) y tan exigente era que echaba del equipo a las que no hacían bien la “coreo” que ella proponía para los concerts (recitales). Porque de coreos ya sabían mucho Silvina y su hermana Vanina, chicas estudiosas, sanas, deportistas y bailarinas desde la niñez ocre del bajo San Isidro de Villa Ocampo.
Pero la televisión no sabe de grupos de pertenencia y Silvina se camufló rápido en el paisaje del barroco y chillón estudio de Bailando por un sueño versión 2009. Nueva pero nada ingenua, la morocha soportó los embates de la jurado jugando a la envidiosa (o la versión mala de Cruella de Vil que hace Graciela Alfano), se lució hablando en perfecto inglés cuando era amiga de Ricardo Fort y tuvo pantalla para descargarse, en castellano, cuando él la despidió de su espectáculo a los empujones.
Días de furia vivió casi a fin del año pasado cuando harta de lidiar con los histeriqueos de Matías Ale confesó que él le había pegado cuando eran novios y que parte de esa violencia los separó para siempre. Una vez más, Tinelli puso la cara de “los temas importantes” para hablar con ella del mal trago y según su productor de piso, el rating fluctuaba un poco más bien para abajo, lo que barrió rápido del aire más visto la denuncia, sacándolo de las páginas del gran libro que Marce escribe cada año en nuestra bendita televisión.
A golpe de escándalo, curvas duras y velocidad de respuesta, Silvina se hizo un lugar y le dio visibilidad a su hermanita menor, menos graciosa, flaca al borde de la insalubridad, pero bailarina con tantos uno-dos-tres-cuatro como ella. Para fortuna de Silchu, las cabezas de Ideas del Sur se “abrieron” a la par del matrimonio igualitario y el arrojo con que Flavio Mendoza decidió armar el personaje de marido de Tinelli en cada una de sus entradas al escenario. La novedad de esta entrega, además de la inclusión de Pamela Anderson y Mike Tyson (un capítulo aparte para el programa en que un acusado de abuso sexual recordaba con orgullo a Carlos Monzón, o de cómo un conductor de televisión deja caer su baba por un asesino), es la integración de dos parejas “¿diversas?”.
“Vamos de a poquito” habrán dicho los Head Captains en sus reuniones de producción, “este año lo citamos a Muscari, icono del mundillo gay, y empardamos con dos mujeres juntas, icono de la calentura masculina”. En Bailando 2011, el director y autor de teatro baila con Emanuel González, recomienda a Tinelli que no se agache en su presencia a ver si se sorprende y agradece a los homosexuales públicos, todo esto con un charme de puto fuerte y masculino, dominante y sensual, lo contrario a la marica y sus quebradas de muñeca.
Para hacer un empate técnico entonces, la dupla de las hermanas lustra la pista con gestos de sexo oral, roces masturbatorios y bocas cerca, muy cerca, poniéndole el cuerpo al colmo de la invisibilización: la hermandad. Tinelli les pide fiesta de a tres y todo lo lésbico que hay ahí se reduce a la fantasía masculina, una pantomima juguetona porque ojo, ellas son sólo hermanas. Enanas sí, putos hasta por ahí nomás pero ¿lesbianas de verdad? Too much, darling. Entonces el juego se queda corto y tonto: “dame un pico”, “te doy un pico”, “ponele cerca la cara”, “agarrámela con la mano” y demás giladas que le suben la bilirrubina al espectador promedio, el que se puede quedar tranquilo porque Tinelli no es el marido de Mendoza ni Silvina una lesbiana de verdad. Es una joda de Tinelli, que en realidad les guiña el ojo a los boxeadores del certamen como diciendo “juntos somos más” (machos) y Silvina es una yegua que hace declaraciones como “la gente me quiere por los cojones que tengo” (Siete Días, febrero 2010) y se deja chupar las tetas en cámara para ser la mejor alumna del streap dance (aunque en esa oportunidad fue castigada por pasarse de la raya).
A falta de chistes tan instalados como los del jabón y el baño, ¿cómo jugaría Marce una previa con una lesbiana de verdad? ¿Dejaría aflojar la mandíbula como hace con la rubia de Baywatch? ¿Le preguntaría si le da una oportunidad, a ver si cambia de parecer? ¿Mostraría a sus familiares vivando atrás de cámara?
Las Escudero se prestan al juego con la eficacia que el Northlands les pedía para premiar a sus primeras filas, cuadros de honor y perfectas damitas de alta sociedad. Desde fuera de cámara, padres, maridos y novios de turno se hacen los “cuida” y refuerzan la heterosexualidad de todos.
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