DIEZ PREGUNTAS A MAIA FRANCIA *
› Por Clarisa Ercolano
–Sí, varias veces. Sobre todo en la adolescencia. Es la fantasía de toda hija única cuando una quiere hacer determinadas cosas que les permiten a los varones y a una no. Pero en la esencia no cambiaría por nada mi condición de mujer. Creo que lo ideal sería ser hombre una semanita al año, y suficiente.
–Me convocó Pablo Silva, el productor, que venía haciendo un seguimiento de mis trabajos. Nos reunimos, me dio la obra, yo me enamoré de mi personaje, y di el sí. Esto fue hace más de un año.
–Todo. En principio, porque soy una actriz de texto, amante de la palabra y de los clásicos. Y Los Invertidos logró conmoverme, antes que por la temática, por la abrumadora inteligencia con la que está escrita. Tiene una estructura dramática ibseniana, muy poderosa, un conflicto intenso, sus personajes están llenos de humanidad, de aristas, relieves y ambigüedades. Sus diálogos son brillantes, activos, determinantes. Nada sobra, todo conduce, todo revela. Me sedujo, también, el desafío de contar esta historia de amores prohibidos en tiempos intolerantes, en tiempos de ignorancia. Es un friso de la aristocracia de 1914, una radiografía de época cruel y amarga.
–Es muy particular lo que sucede con esta obra. Hay un halo de misterio que la envuelve, que la hace inquietante. A nadie le resulta indiferente. Mucha agua corrió desde su estreno bochornoso en 1914, en que resultó censurada. Creo que, como sociedad, sí tenemos más herramientas, pero no me resulta suficiente ni convincente para concluir que la homosexualidad es un tema superado. El año pasado se aprobó la Ley de Matrimonio Igualitario, un esperado avance en la legislación; sin embargo, yo he visto y escuchado cosas que bien podrían haber salido del texto de Castillo.
–Si me hubiese tocado la vida de Clara (mi personaje), probablemente hubiese sido muy infeliz. Me hubiesen casado a los 15 y hubiese tenido una vida por demás aburrida; no me veo leyendo libros “decorosos” en el jardín, sonriendo a gente poco interesante en las recepciones de la alta sociedad y llorando en silencio porque ese día resultó más miserable que el anterior.
–Voy de lo general a lo particular. En primer lugar me documento lo más rigurosamente posible. Intento responderme todas las preguntas, reconstruyendo su vida, ya sea verídica o imaginada, para no tener fisuras en la estructura que origina y sostiene a mi personaje. Cuando sé de dónde salió esta mujer, cómo se crió, quién la educó, cuando puedo imaginar cómo fue su niñez, su adolescencia y todas las coyunturas biográficas que la condujeron a este punto cero donde comienza la obra, paso a particularizarla, ciñéndome en el texto, que es de donde se desprende lo más importante: su universo de acciones.
–Fue un largo proceso interno, necesitaba un cambio de aire. Todas mis Maias estaban cambiando. Buenos Aires siempre me inspiró. En el 2006, llegué buscando entrenar con Juan Carlos Gené y Augusto Fernandez. Gené se transformó en mi maestro. Luego trabajé en diversas producciones independientes, el Teatro San Martín me abrió sus puertas en tres hermosas temporadas, se desencadenó una continuidad laboral que me fue anclando a la ciudad y como si fuera poco la vida me regaló el privilegio de Minetti, donde Gené me invitó a acompañarlo en escena en la experiencia más inolvidable de mi carrera. Y así, como quien no quiere la cosa, fueron pasando estos cinco años.
–Mis primeras herramientas fueron a los 17 años en el Teatro del Centro. En el 2000, se publica la convocatoria a nivel nacional para las audiciones del emblemático Teatro El Galpón y todos los jóvenes estudiantes de actuación del país nos volvimos locos. En Uruguay había dos grandes referentes al que uno soñaba entrar, la Comedia Nacional o El Galpón. El Galpón abre su Escuela de arte dramático cada 15 años, con el fin de formar la nueva generación, para su elenco estable. Yo conocía bien su historia, su lucha, sus conquistas como institución cultural –no sólo en Uruguay sino en toda Latinoamérica–, sus valores, y por sobre todas las cosas su compromiso artístico y excelencia formativa. Pasé las instancias de audiciones y quedé entre los 24 jóvenes reclutados para ser la Generación Atahualpa. Cuando egresé, integré como actriz el elenco estable de El Galpón, durante dos años, hasta que decidí buscar nuevos horizontes.
–Hay un morbo, un espía interno que moviliza el alma de los seres humanos en torno de lo clandestino. Cuando las máscaras se caen, vemos a los seres desnudos, con sus grandezas y sus miserias, despojados de lo políticamente correcto, de sus personajes sociales, y simplemente despliegan lo que desean ser, algo perturbador y conmovedor sucede.
–En agosto estreno en Teatro del Pueblo Otros Gritos, un texto de Patricia Suárez, María Rosa Pfeiffer y Laura Coton, sobre seis mujeres que vivieron en el marco del Grito de Alcorta, gritando sus angustias y deseos mientras los hombres comenzaban la huelga agraria en 1912. Y en septiembre estreno La Storni, una pieza deliciosa sobre los últimos días de Alfonsina, una mirada particular de Matías Catopodis, talentoso dramaturgo y director. Faltaría algo en cine y estoy completita.
* Maia Francia es una de las protagonistas de Los Invertidos, que se presenta en El Extranjero (Valentín Gómez 3378), los sábados a las 23. Actriz egresada de la escuela de arte dramático de teatro El Galpón (Montevideo), donde desarrolló su carrera hasta que en 2006 vino a Buenos Aires.
Info: www.losinvertidos.com.ar
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