Vie 24.06.2011
las12

CINE

Amistad, ¿divino tesoro?

En Lo que más quiero, su ópera prima, la realizadora Delfina Castagnino pispea la cotidianidad de dos amigas que viven el desencuentro en cuerpo y voz, entre duelos y amores.

› Por Guadalupe Treibel

Y un día los elementos traicionaron a Violeta Parra. Y ese día, el árbol la dejó sin sombra, el cielo sin luz, el río sin agua. “El hombre que yo más quiero en la sangre tiene hiel, me deja sin su plumaje sabiendo que va a llover”, lagrimeaba la sufrida chilena en su poesía “Lo que más quiero”, título engañoso que, lejos del recuento amoroso o la expectativa, le ponía el pecho al abandono, a la desazón, ese lobo con piel de cordero. Por el azar de la vida, (muchos) años después, la frase se repite y otra vez engaña... Tampoco habla de proyectos inmediatos, cosas favoritas o amores que dan la mano; en Lo que más quiero, su ópera prima, la directora Delfina Castagnino recorre voz y voto de dos amigas que tienen que desprenderse de aquello que más quieren, un padre, un novio, un caballo... Y, en el proceso, se olvidan de acompañarse.

“Es una película sobre los afectos”, avisa la joven realizadora en charla con Las12. Y explica que “tampoco se trata de típicos personajes jóvenes sin rumbo, como se ha dicho”: “No son chicas apáticas, es sólo que están enfrentando situaciones nuevas que no eligieron y que no están preparadas para resolver”. ¿Cuáles son esos momentos? Los disparados por una visita, que ubican a las protagonistas –una local, la otra no– en Bariloche.

Es que, en crisis de pareja con su chico de cuatro años, María (María Villar, El calor del cuerpo) decide viajar al sur y pasar unos días con Pilar (Pilar Gamboa, El tiempo todo entero o Los únicos), una amiga de ¿niñez?, ¿adolescencia? que acaba de quedar huérfana de papá y tiene que lidiar con los barullos posmortem. Dos duelos distintos con un detalle en común: el hermetismo autoimpuesto que impide que ambas compartan su dolor, lo alivien de alguna manera.

Es una representación poco habitual de la relación entre mujeres. Siempre hay algo de diálogo, de cotilleo, de apertura entre amigas. ¿Por qué el desencuentro?

–La idea era concentrarse en el duelo interior más que en el compartido; ocultar, retener. No son estados habituales y eso invita a preguntarte: ¿qué les pasa? En cierta medida, mantiene la atención, la intriga. Es una amistad interrumpida, un momento de no encuentro. Uno arrastra amigos de juventud, de años o de familia aun cuando, en el presente, no exista ese canal que alguna vez estuvo. Los personajes se separaron, cada uno vivió sus cosas y, cuando se vuelven a juntar, está la cotidianidad que te da la historia, pero también el desencuentro de la falta de diaria.

Y donde falta el topetazo, sobran los silencios. Porque desde y por la austeridad, el film –ganador de los premios Mejor Película Argentina, Mejor Actriz (compartido por la dupla MV y PG) y Fipresci en la Competencia Internacional del Bafici 2010– apuesta a la cámara fija y los largos planos secuencia (el más destacable, un intento de levante que dura ¡13 minutos!), buscando un tiempo propio –cercano al real– para narrar una historia, a priori, sencilla. “Para mí, la película es tan sutil que cualquier cosa es un resaltador”, destaca Delfina. Ficción de observación, como le llaman, con el foco puesto en una (conducida) trasparencia, donde una Gamboa memorable pasa de cierta ira contenida a cierto llanto contenido, donde una Villar notable pone toda la carne sobre el asador y maneja el cuerpo a punto caramelo.

“La cámara está más dispuesta a capturar el momento que ha evidenciarse como tal. Me parecía que manipular el tiempo de montaje le iba a quitar intensidad a los silencios”, cuenta –sobre las decisiones– Castagnino. “Los actores suelen cubrir el bache y yo buscaba otra cosa. Por eso, lo charlamos. Les dije que si no tenían nada que decir, no dijeran nada”, destaca la chica egresada de la Universidad del Cine (FUC), otrora productora y montajista de films de Santiago Mitre (El estudiante), Matías Piñeiro (Todos mienten) o Lisandro Alonso (Liverpool, Fantasma).

¿Hasta qué punto se trabajó desde la improvisación?

–Había un guión bastante descriptivo, pero los diálogos no estaban escritos. Sí había ciertos límites marcados, como el estado de ánimo o de qué hablarían. Lo importante era el tono de la escena porque los personajes tienen un interior distinto –y paralelo– a lo que dicen o hacen. Quería que representasen esos estados diferentes (que nunca se conectan entre sí) sin explicitar lo que sentían de una manera verbal. El otro tema era dónde arrancar la escena...

¿En qué sentido?

–Porque la idea era que cada escena pareciera una interrupción en un momento que viene de antes y va a seguir después. Estando en el medio, no sabés exactamente qué ocurrió. Pero que algo pasó, pasó.

Hablando de irrupciones, hay varios acercamientos de estas amigas en el film, pero siempre se quiebran por un llamado, un trámite, una visita inesperada...

–Era la idea. Que uno como espectador tuviera constantemente la necesidad de que se hablasen.

Hay algo no resuelto en su relación...

–Tampoco hay mucho para resolver. No hay un conflicto claro. Simplemente están corriendo en dos canales distintos. Me interesaba ese pasaje. Es un punto aparte; el próximo párrafo sigue después de la peli.

“Nombre de alfajor sin diminutivo y la parte fea de la leche”, juega Pilar con María y su chongo de turno (Diego, interpretado por el actor Esteban Lamothe), rumbo a otro de los preciosos destinos de Bariloche (el río, van a refrescarse). “Jorge Lanata”, adivina el muchacho, que minutos antes defendía la decoración de su coche (unos dados de felpa colgando en el espejito retrovisor que, para el personaje de Gamboa, son horribles). Luego, siguen las adivinanzas: “Mamífero reidor carroñero y en qué se dividen las ciudades”, suma la morocha de ojos imposibles. ¿Adivinaron?

Si bien ciertas situaciones corren con humor, algunos críticos han ido más lejos, piropeando al film por su timing de “comedia de enredos”. ¿Qué pensás de esas definiciones?

–Yo no la definiría como comedia. Para mí, es una película triste con humor. Porque, aun cuando estás mal, te reís; la vida sigue. No es un film para abajo; es luminoso, tiene aire, exterior. Pero no hay interés en el gag, el golpe de efecto.

Hubo piropos pero también jarana. Hay quienes han criticado Lo que más quiero porque dicen que ridiculiza a la gente del interior. ¿Qué respondés a esos comentarios?

–Si le buscás el pelo al huevo, siempre lo vas a encontrar. El momento donde el tema del interior está subrayado es una escena de levante. No es que el tipo sea así, que le interese si María, que es actriz, conoce a famosos o no. ¡Está intentando ganársela y no sabe de qué hablar! También hubo quien se enojó con la escena de los pagos a los empleados del aserradero del padre fallecido de Pilar...

Sí, por haber mostrado sólo las nucas de los operarios y mantener en primer plano la reacción de Pilar al comunicarles el cierre de la empresita, se tildó al film de reaccionario y clasista...

–Pero el foco siempre está puesto en las protagonistas y se cierra a lo demás. Los extras están oscuros; en la playa, fuera de foco. Es algo que se repite en toda la cinta; en ningún momento dejo de lado a una persona por su clase social. Para mí, vieron otra escena... Porque el discursito sobre el pago –que repite de memoria, mecanizando una situación que no puede afrontar– viene a reforzar la idea de que no sabe lo que está haciendo. Quizás hubiese sido mejor que dijera: “Te pago lo acordado” y listo... Igual, cualquier crítica es válida. Evidentemente, algo me excedió y eso devino en que alguien pudiese hacer esa lectura. Yo nunca busqué esa interpretación. Es parte del riesgo de no hacer una película clásica, con una narración cerradita, un relato convencional donde no te queden muchas dudas de nada. Ojo, tampoco creo en las devoluciones demasiado favorables, porque –si bien es una película linda de ver y está bien actuada– tiene un tiempo al que uno no está acostumbrado. Es fácil de decodificar porque las situaciones son simples de comprender, pero hay que estar receptivo para verla. La gente entra o no entra; es raro que alguien se quede en el medio.

¿Por qué optaste por no pedir subsidios oficiales a la hora de filmarla?

–Me parecía una manera de proteger mi primera experiencia y ver qué salía de todo este delirio que estaba inventando. Por suerte, salió medianamente bien. ¡Me fui a vivir a Bariloche un tiempo y volví con una película! Fue todo muy rápido. También es cierto que es una peli chica, con pocos planos. Y aposté mucho a ver qué pasaba en el rodaje. Muchos amigos que trabajan en cine, me preguntaban: “¿Cuándo pasó esto?” Fue una conjunción de eslabones: tenía la plata, la idea, el guión, el equipo. La suma de las partes.

María Villar y Pilar Gamboa son dos referentes fuertes (y talentosísimos) de la nueva camada de jóvenes actrices. ¿Accedieron fácilmente a participar del film?

–Te digo que los personajes se me representaron en ellas. Las había visto en teatro y cine y me encanta su trabajo. Cada una tira para un lado distinto y juntar eso me parecía bueno. Confiaron en la propuesta. ¡No sé por qué! (risas) Medio mágico, ¿no?

Lo que más quiero puede verse –en junio– los viernes a las 20 y los sábados a las 19, en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. En julio, los sábados a las 20 en el Malba y en el cine Cosmos.

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