PERFILES
› Por Luciana Peker
En el 2007, Cristina Fernández fue la primera mujer en ser electa presidenta y Fabiana Ríos la primera en ser elegida gobernadora. Tal vez ese destino de pioneras es el que fue cimentando la relación entre ambas, sobre todo desde que Ríos se distanció de su ex referente Lilita Carrió con quien rompió alianzas (o maldiciones) en el 2009.
Pudo tejer buenas redes con el gobierno nacional, aunque con sello propio: el Partido Social Patagónico. Y también cultiva un jardín de sonrisas con el socialista —y candidato presidencial— Hermes Binner. Por eso, descarta: “No soy kirchnerista, ni oficialista”. Su potencialidad transversal podría haber sido una ventaja. Pero pareciera que no le jugaron a favor en estas épocas donde cada movimiento parece definitivo. El domingo se enfrenta, en segunda vuelta, con una candidata del riñón del Frente para la Victoria protegida bajo el lema “el poder de la honestidad”. Pero las encuestas predicen que no llegará a la reelección.
Fabiana, de 47 años, ha pisado la historia desde que decidió irse de Rosario para llegar a Tierra del Fuego y hacer política. Sus denuncias sobre corrupción son más que un eslogan de campaña. Le costaron amenazas en su casa y en la ventana donde dormían sus dos hijas hace cinco años cuando ni siquiera el poder era un consuelo para el miedo. Muchos rescatan gestos y gestiones como la creación de una universidad nacional y la Ley de Electrónicos, aunque también hay en su pasado denuncias por compras de pasajes más baratos —a otros/as diputados/as nacionales— para llevar a sus familiares al cumple de 15 de una de sus hijas.
En el legado de sus virtudes, el abogado ambientalista Enrique Viale rescata que ella apoyó la Ley de Glaciares (y Bertone no). Y también se anota a su favor haber convertido a su provincia en la sede del primer matrimonio entre dos hombres seis meses antes de que se convirtiera en ley, enfrentando a los sectores conservadores y dejando en evidencia la falta de voluntad política del gobierno porteño que evitó que esa foto se sacara en su distrito. El gesto no fue gratuito, todavía no terminó el juicio que se inició en su contra por incumplimiento de sus funciones apenas los contrayentes dieron el sí.
También como diputada firmó un proyecto para que la anticoncepción de emergencia fuera explícitamente contemplada en el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable. Esa firma también le valió juicios en Tierra del Fuego y el repudio de sectores ultra conservadores y supuestamente pro vida que hostigaron —mediática y judicialmente— su postura a favor de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.
Su gestión tiene éxitos que mostrar. Pero también el desgaste de un poder ejecutivo que no se lleva bien con los sindicatos. Fabiana Ríos llegó al sur del sur hace veinticuatro años. Su ex esposo Gustavo Longhi la vio crecer. Y quiso seguir sus pasos. Es concejal, pero, el domingo pasado, perdió la pelea por la intendencia de Río Grande. Ella lo saludó cuando fue a votar. Pero después se fue con sus hijas María Victoria y Bethania, que viven en Buenos Aires, a jugar al ajedrez. Y recordar “El hombrecito del azulejo” un cuento de Manuel Mujica Lainez que les leía a ellas y que espera leerles a sus nietos. Algo más que una intimidad, la postura de una madre implicada en la crianza que pelea para que sea una tarea compartida con los varones. El último Día del Padre les dedicó algo más que un saludo formal a los varones. “Espero que todos los padres puedan dedicar y disfrutar el tiempo que sus hijos merecen”, invitó a una paternidad activa.
En la intimidad y en la política a Fabiana se la nota en época de balances. “Demostramos que, con honestidad, se puede gobernar. Las cuentas públicas están ordenadas y la relación con la Casa Rosada se centra en la coparticipación federal y en los programas nacionales. El vínculo con Nación es excelente porque se reconoce el esfuerzo. Es un gobierno (el de Cristina Fernández) que observa a cada una de las provincias y les presta atención”, declaró Fabiana. Tal vez un discurso de despedida, tal vez una chance de dar batalla por seguir —más allá de la historia— al frente de la gestión fueguina.
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