SALUD
La policía Verónica Dell le dio la teta a una beba que su mamá no pudo criar y se convirtió en una heroína mediática. Sin embargo, la costumbre de compartir el pecho con los hijos propios y ajenos es ancestral. Hebe de Bonafini salvó a una bebé de la polio por compartir la lactancia más allá de las paredes de su casa. Hasta no hace tanto, la alta sociedad daba a las criadas esa tarea que hoy se sacraliza y antes se subestimaba.
› Por Luciana Peker
En Villa Astolfi encontraron a una beba que, según los medios, estaba abandonada y que, seguramente, ni su joven mamá ni su papá (por el que nadie se pregunta) supieron o pudieron cuidar más allá de desearle otro camino que no fuera el de sus brazos. La beba –de 3 kilos y medio y en buen estado de salud– estaba vestida con un pañal, un enterito, un gorro de lana y envuelta. Seguramente los retazos de amor que la pequeña mamá pudo darle antes de dejarla en la puerta de una casa para sentir que su hija iba a tener mejor destino que ella.
La vecina que la encontró –Alejandra Gabriela Constantini– la llevó hasta la comisaría adonde Verónica Dell, de 22 años, se acercó a verla. Verónica tiene un bebé, Samuel Emiliano, de cinco meses, todavía en período de lactancia, y antes de que llegara la ambulancia le dio la teta. La situación se transmitió como un culebrón conocido: una villana que abandona a su bebé y una uniformada que se vuelve heroína. Pero hay otra historia atrás de la historia.
Una historia de mujeres que no sólo dan la teta, sino que brindan su cuerpo como forma de solidaridad. “Los más bello que hice en mi vida después de parir a mis hijos fue en el mismo momento que los amamantaba amamantar a otros chicos. Con mi segundo hijo, en 1953, llegó la epidemia de polio y a la otra beba que le daba la teta le agarró poliomielitis. Yo me estaba quedando sin leche y tuve que elegir a quién le daba y elegí darle a la bebita que estaba muy enferma. Me parece que es una cosa muy bella. La bebé se salvó, quedó con dificultades para caminar pero estudió y se recibió de médica. Mi hijo creció sano y fuerte y se hizo revolucionario”, contó Hebe de Bonafini, Presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, en el portal internacional “¿Qué es la cosa más bella que hiciste en tu vida?”.
Cecilia Karplus, Coordinadora de Liga de La Leche Argentina, rastrea otros casos que muestran que no es una excepción, sino una ligazón que se le produce a algunas mujeres (sin generalizar) con su posibilidad de dar de mamar: “La noticia sobre la mujer policía de Pilar que amamantó a la beba abandonada tiene antecedentes. Al cierre de la Fiesta de la Vendimia, en 2009, una bebé recién nacida fue encontrada por el público. La auxiliar Alejandra Farías escuchó la noticia en la radio policial, corrió a buscar a la bebé y la amamantó”.
Pero la historia viene de más lejos. Karplus se remonta: “A lo largo de muchos siglos tener una nodriza fue un símbolo de poder y prestigio. El nodrizaje es la segunda profesión más antigua del mundo, regulada desde el año 2000 a.C. por los babilonios. Fue una forma de trabajo esclavo. Las nodrizas tenían que estar disponibles todos los días, todo el día, durante dos años, para amamantar a los bebés de las clases altas, relegando a sus propios hijos. En nuestro país, desde la época colonial, las clases altas contrataron nodrizas siguiendo el modelo europeo. Primero fueron esclavas negras, luego indígenas. Con la inmigración europea a partir del siglo XIX las nodrizas blancas desplazaron a las negras hasta su desaparición a mitad del siglo XX. En América, los pueblos originarios practicaban una crianza amorosa, colechaban y amamantaban sin restricciones y eso aún se mantiene en las comunidades menos contaminadas por la cultura occidental”.
Julieta Saulo es doula (acompañante de parto y postparto) y Coordinadora de la Red de Mujeres “Las Casildas”. Ella se sorprendió por el revuelo que armó el caso de la policía amamantadora en las redes sociales. Y un comentario la dejó perpleja: “Yo soy médico y futuro obstetra y jamás le recomendaría a ninguna mujer cuerda que amamante al primer bebé que encuentre”. Aunque es cierto que en el ámbito de la salud ponen reparos a las tetas compartidas. “Existe controversia sobre el riesgo de que el bebé adquiera el virus HIV a través de la leche materna. La recomendación del Ministerio de Salud es que las madres portadoras de HIV no amamanten. Las madres que quieran amamantar bebés que no sean sus hijos deben estar seguras de no ser portadoras de HIV y tomar todas las prevenciones para no adquirir el virus durante el tiempo que estén amamantando. Y, fundamentalmente, requiere una relación de confianza entre las mujeres que van a intercambiar los bebés”, señala Karplus.
En relación con la prudencia sanitaria, Julieta contrapone el ejemplo de los bancos de leche donde las mujeres se prestan a un examen que evalúa si están en condiciones de dar su leche para que otr@s bebés puedan ser alimentados en base a leche humana. Por eso, ella no siente que el problema sea de salud sino de prejuicios. “Acá lo que está en juego es el tema del contacto y del ofrecimiento de la teta (objeto sexual si los hay) a un bebé que no es el propio.”
No todo es temor. También hay una gran vinculación. “Recuerdo a dos amigas mías de la infancia que eran ‘hermanas de leche’, ya que la madre de una de ellas no pudo dar la teta por cuestiones de salud y se la dio la mamá de la otra amiga. Y, créase o no, el vínculo entre ambas era entrañable”, se asombra Julieta. Otro lazo casi familiar le llegó a Mariela Franzosi, autora del blog www.maternarconamor.blogspot.com e impulsora del proyecto postnatal de 6 meses. Su papá nació en Rojas, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Ahí también nació Martha Oyhanarte (fundadora de Poder Ciudadano). Hasta ahí apenas una coincidencia geográfica. Pero cuando Mariela se cruzó, de casualidad, con Martha, ella se presentó prácticamente como una tía. No eran lazos familiares ni sanguíneos. ¿Se diría lácteos? Al menos de la vía láctea que tiene que ver con el amor, el dolor –para no caer en la dulcificación de la lactancia sin grietas, endurecimientos o mordidas– y el calor que se transmite al dar la teta. “Martha me contó que era hermana de leche de mi papá. Me dio risa”, cuenta ella que, justamente, impulsa un proyecto para que las mujeres gocen de licencia laboral para poder dar durante seis meses –el tiempo que Unicef recomienda de lactancia exclusiva– sin tener que andar con un sacaleche en la cartera ni sufriendo por el tamaño in crescendo de los pechos mientras se acumulan papeles en la oficina.
Pero Mariela sabe que hay muchas mamás que no quieren sentirse sólo una teta. Por eso, advierte: “Es un tema que puede resultar complejo para muchas feministas, pero me parece que cuando te conectás con tu parte más instintiva y animal de la maternidad, lo que te sale es proteger a la cría con tu cuerpo y darle la teta. La verdad es que a mí muchas veces me han dado ganas de ponerme a la teta a un bebé que llora. Qué sé yo...”, admite en ese ímpetu por tranquilizar a un bebé poniendo el propio cuerpo y racionalizando sobre un impulso que a veces no tiene (o no parece tener) razón, sino goteos de una sensación.
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